La carne de Dios

Los dos dientes frontales quedaron hechos astillas. Sangre, hueso y saliva en el piso, como si sólo faltara un cadáver, pero no; el hombre estaba vivo y chimuelo de un puntapié y unos cuantos puñetazos. Se llamaba Simon y me lo acababa de madrear para quitarle lo violento. Uno sabe que hay sujetos que al probar su sangre se amansan. Le advertí que mascara pocos gajos, pero se envalentonó y se tragó mas de veinte, por eso enloqueció. Gritaba que era hijo del diablo y no cesaba de vociferar, hasta que le escupí : "¡¡A ver, hijo de la chingada, tú eres hijo de Satán y yo soy abuelo de Satán y entonces eres mi nieto, grandísimo pendejo!!" a patadas y moquetes lo callé.

Madrugaba en Estación Catorce. Un día antes recorría el panteón para buscar una tumba con mi nombre. Había tenido un sueño recurrente desde la adolescencia; en este, yo era un Conde poseedor de unos quince pocitos de mineral precioso en el pueblo de Real de Catorce. Vivía en la opulencia; contaba con esclavos indígenas y había mandado a construir con un arquitecto, dos casas más aparte de mi mansión en Matehuala.

Una vez pisé el cementerio, se me acercó un "guía". Supuse venía del pueblo, pero vi un sleeping bag al lado de una de las criptas; era un francés venido a menos. "Mesiè ¿en que lo puedo orientar? Mi nombre es Simón", dijo con un acento extraviado seguramente en las cantinas o en los burdeles de la segunda guerra mundial. "No, Simón. No necesito orientación ni nada de ti" , le contesté.

Seguía con mi búsqueda, aún faltaban muchas mausoleos con inscripciones que leer.
En mi sueño conocía a una mujer llamada Inés, no estaba casado con ella; vivíamos juntos en amasiato y éramos felices. Inés era muy hermosa, razón y motivo de envidia de los varones del pueblo. El sueño da saltos hasta que soy un viejo aquejado por una enfermedad extraña; de repente, este se detiene abruptamente y despierto sudado y ansioso con un dolor agudo en el cuello. Tengo la certeza de que al noble que fui, lo asesinaron por alguien de confianza, alguien muy cercano a él.

Simón el francés, me sigue de tumba en tumba como un French poodle inquieto y fastidioso.

"Mesiè, descansemos unos momentos; el sol golpea muy duro" dice y me extiende una cantimplora. Bebo de ella, me empapo la cabeza y el cuello y se la regreso.

"¿Que año buscamos, mesiè?" Entre mil seiscientos y mil ochocientos, le respondo. "¿Y qué nombre, mesiè?" Guardo silencio y descubro lo estúpido, absurdo e inaudito de mi empresa. Viajé ocho horas a un pueblo en ruinas a buscar mi nombre en la lápida de un cementerio abandonado hace más de cuatro siglos, todo esto por un sueño y la terca creencia de que viví y morí en esa época. "José Cruz Camargo Zurita" , respondí. "¡Aquí está, lo encontré, mesiè! Exclamó el franchute triunfante. Me quedé paralizado. No sabía que hacer. Me acerqué a leer mi nombre en la lápida y ahí estaba, casi ilegible por el pesado polvo del tiempo que todo lo borra, el nombre del que en una vida y en una época existió y habitó un cuerpo, luego murió y fue enterrado hace cuatrocientos años. ¡Estaba ante los restos del que una vez fui! ¡Viví sesenta años, gocé siendo acaudalado y morí asesinado en un Real de Minas, como lo había soñado! "¿Es usted, mesiè? Interrumpió Simón. Su pregunta me intrigó "¿Cómo que si soy yo?" le clavé la mirada como un puñal en el entrecejo. "A eso vino ¿no mesiè?" ¡"Tú qué sabes, pinche francesito!" casi lo muerden mis ojos "Es que se me hace conocido, mesiè; lo he visto recorrer el desierto varias veces con ayuda de mi amigo el venadito" "¡Dejate de estupideces, hace años que no visito el pueblo!" "le digo que lo he visto vagar como alma en pena por el desierto, don José" revira, Simón. "Aquí traigo cabecitas verdes, Don ¿gusta?" Me lo quedo mirando molesto "¡Tú, qué vas a respetar al Jícuri sagrado, cabrón!" "¡Ahora verá, mesiè! Simón saca un pequeño morral de cintura lleno de cactus y me ofrece unas cabezas. Le digo "No vengo a esto; yo respeto a la cultura huichol y no turisteo como tú, ocioso y apestoso extranjero". Con todo y enojo le pido que camine el desierto conmigo, le pido unos pocos gajos, pero antes me hinco y honro al peyote y le pido permiso para que me guíe por sendas de luz. Caminamos por horas el desierto y veo como se va atascando de mezcalina el irrespetuoso. De pronto, Simón se empieza a alejar de mí, echa a correr y grita al denso silencio del desierto: "¡¡ Don, usted es muy antiguo y está muerto; lo he visto deambular por el panteón gritando que su gente lo apuñaló en la traquea y que se desangra, que no puede respirar!!" el francés corre como loco vociferando ahora que es Satanás. Prefiero seguirlo, no estoy en condiciones de corretear a un demente por el desierto. Con todo lo accidentado que son el desierto y la sierra, llegamos a salvo a estación Catorce donde lo someto. "¡Te regañó el peyote por (no atinaba al siguiente insulto) , por francés, hijo de puta! Le espeté en la cara. Dejé al chimuelo encargado con una familia de estación Catorce, me quedé un día mas y antes de regresar a la capital, deje un ramo de flores en la tumba de José Cruz Camargo Zurita, un viejo conocido.

Blues y Luz

José Cruz. Mayo 2013.

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