Superhéroe número 1 VS NADIE

, por voz_comun

Ese sábado salí con toda la intención de comprar Superhéroe número 1. El héroe que rescatará a los habitantes de Trendor de todos sus males: explotación, despojo, desprecio y represión, claro, ellos ni se van a despeinar, para eso Superhéroe tiene sus poderes. Me encanta esa historia, cuando me deprimo me escapo a ese mundo irreal, quien haya creado esa historia tiene mucha imaginación y tiempo. Hasta ahora sólo había leído el cómic en Internet, pero ese fin sería diferente. Ahorré cuatro meses para tener esa joyita en mis manos.
Antes de las 10 de la mañana estaba saliendo del metro Hidalgo, frente al José Martí, un centro cultural. Ahí se arma un mercado choncho de cómics, seguro encontraba el mío. Era medio día me estaba frustrando: había recorrido la mayoría de los puestos y nada, nadie tenía Superhéroe número 1. Todos me prometían que lo llevarían la próxima semana: “seguro te lo traigo pa’lotro sábado carnal, déjame un tostón y te lo aparto. Ya ves que hay mucha banda buscándolo”. Puro choro.
No me daban confianza. Ya tenía hambre, la mala suerte se llevaba el día. Decepcionado me senté junto a la estatua de Martí, ya pensaba en regresar a mi cantón, pero el olor del guajillo bañando un pambazo sumergido en aceite me llamó la atención: “sobre del”. Ese manjar algo compensaría mi fracaso. Me acerqué a la doñita pa’ pedir. Entonces como una iluminación, detrás de ella, colgado dentro una bolsa vieja, sucia: ¡Superhéroe número 1!

¡Adiós pambazo!

Mi tarea estaba hecha, luego de casi perder la esperanza. No dejé de mirar el contenido de esa sucia bolsa, pagué de prisa, no sea que alguien me la arrebatará de las manos. Con el tesoro, caminé hacía la Alameda en busca de una banca para sentarme y destapar el envoltorio, quería sentir… oler el papel, pero mi estómago no estuvo de acuerdo, se manifestó de inmediato. Un tanto ansioso miraba a mí alrededor en busca de comida. Recordé que alguien me había recomendado unas tortas muy buenas en la calle de Luis Moya, eran de un luchador, Súper Astro, creo. No estaba lejos. Atravesé Juárez, frente a mi Luis Moya. En unos pasos ya estaba en el cruce con Independencia, nada de tortas. Pregunté en una tienda de lámparas: “Todavía le falta joven, sígase derecho, pasa Victoria y adelantito está”. Lo que me faltaba, debía caminar más y yo con el hambre que traía, me podría comer una vaca entera.
Muy a mi pesar seguí caminado, de pronto el sonido de tambores me distrajo. Imaginé a los danzantes del Zócalo, pero ese no era el ritmo, lo que escuchaba era diferente. A mi alrededor un buen de gente, igual que yo, sorprendida por aquellas notas. Algunos la reconocieron: “¡es una batucada!”, decían. Ya no veía antiguos mexicanos danzando en honor a sus dioses, ahora imaginaba banda brasileña en pleno carnaval.

Artículo 123: mis dudas se disiparon. No eran brasileños, ni indígenas, eran una decena de chavos ataviados con uniformes como de Kung Fu, seguro esto que digo es una barbaridad, la verdad desconozco el nombre de aquel atuendo blanco y rojo. Eso era lo de menos, el impacto estaba en la energía de los chavos tocando sobre la banqueta, justo en el número 53 de Luis Moya.

Me mezclé entre la audiencia. Todos con la misma cara de interrogación, quiénes eran y por qué estaban ahí. El vendedor de una tienda de iluminación increpó a sus compañeros a salir a la calle: “vengan, miren lo que hay en El Cerrojo”,
El Cerrojo, ese era el nombre del lugar, bueno, por lo menos una de mis dudas estaba resuelta. Pero quiénes eran, qué hacían ahí. Por encima de la batucada, colgando del balcón de una ventana vi una pedazo de tela blanca, era una manta, decía: “#Ayotzinapa somos todas y todos”. Un piso más arriba, otra manta, ésta colorida, era el encuadre sobre los ojos de un rostro cubierto por un pasamontañas, lo más impactante: del lado inferior derecho la palabra EZLN.

¿Quiénes eran las personas que estaban en El Cerrojo, a poco el EZLN existía, qué hacían en el centro de la ciudad?
La curiosidad mató al gato y entré al lugar. Subí por unas escaleras, frente a mi un bazar: artesanías, café, postres, libros, calzado, playeras, comida, ¿copas menstruales? Todo, escuché, resultaba del trabajo comunitario y autogestivo.
Mi estómago rugió de nuevo. Le hice caso y me lancé sobre unas hojaldras de pollo con mole y un vaso de agua de tamarindo. En tanto lo devoraba seguía el recorrido de los puestos de aquel bazar. Aparecieron nombres como: Colectiva “Tomando las Calles”, Movimiento Feminismo Comunitario en Abya Yala (América), Cheesecafes y panqués, Cafetería Rodantes Culturales, Mujeres y la Sexta, Cooperativa Gatito Despeinado, Ixchel-Aradia, Pochtecace Diseños de autor y joyería, La Cabra Libertina, Artesanía reciclada y mermelada artesanal, Todo hecho a mano, Librería Amostlé, Colectivo Autónomo de Apoyo a Sobrevivientes de Tortura, Feminismo Comunitario, La Otra Cultura y la Otra Salud D.F., Hormiguero Zero, Ojos de Dios / Cajas de Madera, Frente del Pueblo Resistencia Organizada, Tartas, La lechuza Buza, Resistencia y Rebeldía por la Humanidad, El Cerrojo-Centro Cultural.
Terminé de comer y de postre… un café: Latinoamericano, Encapuchado, Expreso, Soda italiana, Café bolo.

¡Vaya nombres!

Me decidí por un Encapuchado. Ya comido y bebido subí al siguiente piso. Había otro ambiente: al fondo una batería, micrófonos y bocinas, sin duda, un miniconcierto. Terminé mi café, me lancé por otro antes de que empezara la música, no quería perder detalle. De regreso, escuché la tercera llamada. Escogí un lugar cercano a lo que pintaba como escenario y me planté ahí. Segundos después una chica tomó el micrófono, nos dio la bienvenida a la ¡“Fiesta-bazar solidario en apoyo a la Escuelita Zapatista”! ¡Con ustedes Veruz Varas y su Eufonía del Caos!

¿Escuelita Zapatista?

¿Veruz Varas, quién era ese cuate? Saqué mi celular y lo busqué en Internet:
Ritmos melódicos combinados con la potencia de la voz, para sacar al escucha de su consciencia y transportarlo a otra, basada en el ritmo poético. Eso fue la Eufonía del Caos.

Luego del trance, salí a tomar un poco de aire. La calle bulliciosa, como los sábados en la ciudad, sólo que esta vez tomaban fotos a las mantas en El Cerrojo. Yo, seguía con mis dudas. Regresé, escuché otra tercera llamada. En el interior, sobre el escenario Libertinas. Una chica y un chico haciendo hip-hop. Sus letras no eran comunes, bueno, no era lo que había escuchado: duro contra ellas, despecho, sicarios o pachecadas cósmicas. Mucha banda reunida ahí bailaba al compás de aquellas notas. El clima en el lugar iba subiendo de tono, literalmente, hacía calor. Libertinas terminó su participación con una rola llama Takal, que significa “paciencia” en tojolabal. La chica comentó la anécdota de la rola: “en la escuelita escuché a mi votán decir esa palabra muchas veces, sobre todo una vez platicando con otros votanes, alumnas y alumnos de la escuelita. Yo reflexionaba sobre mi experiencia con ellos, de pronto entendí que era la Escuelita e impaciente quería tomar la palabra, gritaba -¡ya sé qué es la Escuelita! Mi votán me decía ‘takaltakal’ compañera, o sea paciencia. Para mi una de las enseñanzas de la Escuelita fue esa: la paciencia”.

Escuchar a esa chica produjo que mi curiosidad creciera. Esa Escuelita robaba toda mi atención. ¿Dónde serán las inscripciones?

Otro chico tomó el micrófono, unas más jalaban cables, hacían pruebas de voz en los otros micros. El primero con voz grave decía: “lo siguiente es del texto ‘El muro y la grieta’ del Subcomandante Galeano: ‘Para desafiar al tirano, construimos. Para desafiarlo, creamos. Para desafiarlo, imaginamos. Para desafiarlo, crecemos y nos multiplicamos. Para desafiarlo, vivimos. Para desafiarlo, morimos’”.
Esas palabras retumbaban en mi cabeza, ponían en duda otras que pensé y asumí como ciertas. ¿Quién es ese tirano? ¿Por qué desafiarlo? Tal vez esta actividad era una puesta en escena, una broma, algún proyecto escolar. En esas andaba cuando la voz en el micrófono anunció a The Skalekter.

Trompetas, guitarra, bajo, batería y teclado. El teclado me encantó, le calculé unos 65 años de edad. Ellos, lentes oscuros, sombrero (el baterista), tirantes y botas Dr. Martens muy al estilo ska. La música, nos puso a bailar. El sonido me recordó a esas bandas sesenteras con un toque latino generado por las trompetas. Entre la gente saltaron personajes con la misma indumentaria que los Skalekter, en los hombres, las chicas, algunas con short de mezclilla y paliacate anudado a la cabeza, muy a la Rude Girl o Pin Up. Todos volaban sobre la pista. El lugar estaba lleno, en el poco espacio que teníamos intentábamos dar algunos pasos para llevar el ritmo. Seguimos así por un poco más de media hora, después, el bajón: cambio de instrumentos, nueva banda.

“Nuestro destino no es la felicidad. Nuestro destino es luchar, luchar siempre, a todas horas, en todo momento, en todos los lugares. No importa que el viento no sea favorable. No importa que tengamos el aire y todo en contra. No importa que venga la tormenta”.
Apocalípticamente escuché estas palabras a través de las bocinas, después… “Con ustedes Sonora Jauría”: maduros musicalmente, qué tal con mi frase dominguera de locutor de radio, esta sonora nos trajo rolas de su autoría. El nivel sonoro no cambió. Seguimos bailando, tarareando o por los menos moviendo la cabeza.

Para entonces la sed me sedujo. Por un momento dejé la música y bajé por algo para refrescarme. ¡De la mesa del café salían vasos azules! Me acerqué para pedir uno. Vaya que me gustó la Soda italiana, ese era su nombre: dulce, azul y fresca. Luego de varios tragos, el segundo piso se quedó en silencio, seguramente la Sonora Jauría había terminado su participación. Entonces subí: movimiento en el escenario, pruebas de sonido… “un, dos, un, dos, tres…” ¡Zas! El punk a todo vapor: Puños y sangre.
Energía, slam. Era impresionante ver a la banda toda alocada. Sentía que se iban sobre los músicos. Éstos aguantaron estoicamente los empujones. Yo, mejor me abrí. Fueron los cuarenta minutos más explosivos en lo que iba del día.

Superhéroe número 1 ya no tenía lugar. Como último recurso lo metí en mi cintura. ¡Qué alivio! Receso, descanso de unos minutos, más líquido azul, más… agua de tamarindo.

“La esperanza, amigos y enemigos, es la necesidad que mejor se cotiza allá arriba. Es la que los iluminados de arriba le arrebatan a los jodidos de abajo y luego se la venden”.

Adiós batería. Todos los instrumentos arrinconados. El slam dio paso a una compañía de teatro. De pronto varias chicas y dos chicos en el escenario. Ellas con vestidos de corte elegante, sólo eso, porque el material con que estaban hechos era periódico, recorte de cómics, pegados con diurex: pura basura. Alberta Canadá nos presentó a Proyecto 21 y los caballeros de la SupremaCÍA. Obra llena de sátira, humor negro, crítica social y política, decía la red. Entre comerciales como el muñeco “Puto tú” o la universidad “Unicel”, recordé la programación de la tele, se burlaban de ellos y sentí que hasta de mi. Era como si me dijeran: ¿ves esto, es absurdo verdad? Pues eso compras, así vives. Pero no queda ahí, lo que siguió fue el concurso de la noche: “El Rival más pueril”: un luchador social, que desaparece misteriosamente, un sacerdote pederasta, una político machista, otra político corrupta, una más, estilo niña bien y un presidente, al que no calificaré, no por miedo, sino porque cada quien le colgará su milagrito. Todos compitiendo por el título.
¡Utah! Reconocí esas actuaciones, esos personajes mezquinos. “El rival más pueril”, el más inocente. ¿Quién es más inocente, quién debe ganar, ellos o nosotros que aunque con coraje aceptamos con displicencia sus estupideces?

Movimiento de nuevo, salen actores, entran músicos, pruebas, cables. “Un, dos… un, dos, tres ¡cumbia! Sin pensar mucho, a buscar pareja para la bailar. Los culpables: Taller del Sur. Movimiento de caderas a ritmo de son, al compás de letras revolucionarias ―ya estaba cachando la onda. Entre los músicos del Taller la juventud de la mano de la experiencia. Combinación detonante de sabor transmitido al público. No había descanso, rola tras rola, risas, baile, diversión.

Para cerrar, Sonora Criminal. Mi celular de nuevo entró en acción: cumbia energética, plagada de sonidos latinoamericanos dispuestos al goce e interpretación de cada pareja en la pista. En su música, las voces de aquellos en silencio, de los que día a día enfrentan una lucha.
Pasada la una de madrugada el baile terminó. No sin dejar el corazón en la pista y sobre el escenario. La Sonora Criminal me dejó el ejemplo de que la revolución, como dicen, también se baila. Con ellos tenemos una muestra de que la libertad se busca de igual manera en Chile, en Colombia, en Perú, en México.

“Si alguien pregunta a quién le deben los zapatistas, las zapatistas, su existencia, su resistencia, su rebeldía, su libertad, dirá verdad quien responda: “A NADIE” […] así es como el colectivo anula la individualidad que suplanta e impone, simulando que representa y orienta.
NADIE es quien hace andar la rueda de la historia. Es NADIE quien trabaja la tierra, quien maneja las máquinas, quien construye, quien trabaja, quien lucha.
NADIE es quien sobrevive a la catástrofe”.

Esas palabras hicieron crack en mi cabeza. La gente poco a poco se iba. Tomé un respiro y esperé a que el lugar se vaciara un poco para salir con calma. Jalé una silla, suspiré. A mi izquierda, sentado en un rincón una figura delgada mirando la ciudad a través de la ventana. Me acerqué. Vi un hombre viejo, un campesino. Me extraño ese personaje, en todo el día no lo había visto, en realidad, estaba tan clavado en la música que no vi quién entraba o salía. Decidí acercarme más. Saludé. El hombre no contestó, sólo me miró, hizo una mueca, una sonrisa, creo. Le di mi nombre. Esperaba el suyo. Sólo contestó “NADIE”. Él era NADIE. ¿Cómo alguien puede ser o no ser NADIE? No entendí. Nuevamente me miró, sonrió. Jaló una silla. Ya me acerqué otra. Nos sentamos al pie de la noche.
Recordé las últimas palabras en el cierre del baile. Sí, algo entendía: NADIE es todos. Miré a aquel viejo, su rostro parsimonioso. Me animé a preguntar:
― Oiga, ¿sabe usted qué es eso de la Escuelita?
Dejó de mirar la noche. Exclamó un “mmmm”. Se acomodó en la silla y respondió:
― ¿La Escuelita Zapatista? Eso hijo, es un lugar donde aprendemos a mirarnos, a escucharnos, pa’ tomar lo que creemos que nos puede servir, lo que no, lo dejamos a un lado, pues.
De la bolsa de su chamarra sacó un cigarro, lo encendió, le dio una bocanada y siguió mirando la noche. Me levanté, bajé las escaleras y salí. La ciudad me recibió con una leve lluvia, me acarició. Recordé a Superhéroe número 1, metido en mi cintura, bastante maltratado y maltrecho perdió su esplendor. Lo regresé a su lugar.
Caminé por horas: la alameda, Bellas Artes, Madero, el Zócalo. Parecía el espectador de una película, la poca gente en la calle pasaba a mi lado, pero yo sólo pensaba en lo que NADIE me dijo y en lo que antes, aquel cuate había dicho: “NADIE es quien hace andar la rueda de la historia… ”.
Con la mañana en los talones me perdí en las entrañas de la ciudad, mirándola… escuchándola.

Julio, 2015. Ciudad Monstruo