El fantasma de José Santos Valdés

Luis Hernández Navarro

Este auditorio está lleno a reventar. Miles de maestros están aquí presentes. Sin embargo, no estamos todos. Nos faltan los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa desaparecidos el 26 de septiembre de 2014. Desde aquí, exigimos su presentación inmediata con vida.

Está de moda declarar que la educación pública en México es zona de desastre. Ese es el mantra de la derecha empresarial, de los organismos financieros multilaterales y de la tecnoburocracia. No se trata de algo inédito. Desde años, los sectores más retrógrados de la política nacional lo han dicho para combatir al artículo 3o constitucional, a la educación socialista y a los libros de texto gratuito. Así lo hizo, por ejemplo, hace 64 años, la Conferencia Nacional de Educación Primaria, cuando declaró que la enseñanza primaria atravesaba por la más profunda de sus crisis. Desde entonces lo han repetido una y otra vez.

Lo novedoso en esta ocasión es el asalto de la derecha empresarial a la educación pública con el pretexto de sus dificultades. Ya lo vimos: los señores del dinero se quieren quedar con el negocio de la enseñanza y van con todo para lograrlo.

En un momento así es importante recuperar las enseñanzas del profesor José Santos Valdés, uno de los más imaginativos educadores que el país ha tenido. Sus juicios de entonces fueron un viaje anticipado al futuro del México de hoy. Su fantasma nos acompaña en este Foro. Sus reflexiones sobre lo que sucedía con la educación pública hace más de 50 años son válidas en este 2016.

Santos Valdés consideraba a los miembros de nuestro Olimpo Pedagógico (como los que hoy despachan enfrente de Santo Domingo) como unos copiones que, en lugar de ahondar en nuestra historia de la educación, se pasan el tiempo hablando de lo que no saben hacer. Sostenía que tenemos una práctica docente sólida, seria, de maestros que aceptan la teoría universal de la educación, pero no la imitan ni aceptan servilmente.

Profesionista estricto y conocedor profundo de los profesores de aula, no perdió nunca la fe en la capacidad creadora de los docentes. “La práctica –dijo– me ha probado que todas las virtudes inseparables del maestro surgen, avivadas, cuando el maestro de banquillo encuentra las condiciones que le han permitido revelarse tal como él quiere ser”.

Pero la derecha empresarial y la tecnoburocracia no quieren que esas virtudes afloren, y han legislado para impedirlo. Lo han hecho, humillando a los maestros y apropiándose de la palabra reforma. Lo que ellos llaman reforma no lo es porque su legislación, más que ampliar los derechos son un retroceso de más 50 años en el reloj de la historia de las conquistas laborales de los trabajadores al servicio del Estado y de la educación pública.

Para avanzar en su plan de asaltar la educación pública, los hombres de empresa se han propuesto descalificar a quienes la defienden: los maestros. Nada los detiene en su campaña para estigmatizar a los mentores. ¡Basta ya de desdeñar ya la profesión docente! Los trabajadores de la educación no son los villanos del drama educativo. Los maestros, directores y supervisores son profesionales de la educación. Y su profesión debe ser respetada. No con palabras huecas y melifluas sino con hechos.

Es falso que, como esta falsa reforma pretende hacer creer, se pueda mejorar la enseñanza estableciendo como norma la inseguridad en el empleo. La seguridad laboral hace atractiva la profesión, es parte de las condiciones que requiere para florecer. Su existencia es señal de que el maestro forma parte de un equipo y de una profesión. La permanencia da autonomía profesional y libertad de cátedra.

No habrá mejor educación con la nueva legislación. La incertidumbre en la permanencia en el empleo que la acompaña provocará que los maestros con experiencia sean sustituidos por profesores que no la tienen y que perciben menor salario. Que sean removidos para contratar a docentes sometidos al control del director y del inspector. Sin certidumbre laboral se eliminará la libertad de cátedra.

Como lo han mostrado los grandes pedagogos a través de la historia, la verdadera educación trata del entendimiento y el conocimiento, acerca de hábitos de pensamiento y de la capacidad para razonar con independencia y buen juicio, no de la habilidad para responder con rapidez exámenes de opción múltiple. Engañamos a los niños y a sus padres cuando no les damos a los pequeños y a los jóvenes las habilidades básicas que necesitan para hacer frente a la vida, y, en lugar de hacerlo, les hacemos creer que lo que necesitan para ser exitosos en el mundo es que sepan responder los exámenes estandarizados que las autoridades les imponen.

Los empresarios han fijado como regla para guiar la política educativa la consigna de que sólo se valora lo que cuesta. ¡Eso es falso! Usualmente, lo que más nos importa en la vida es lo que no tiene un precio ni una medida. Valoramos nuestras relaciones humanas, a los amigos y compañeros con los que compartimos nuestra vida, a la familia, a nuestros camaradas. No medimos cuánto queremos a nuestros padres o esposas o hijos. Los queremos y ya. ¡Basta ya de esa obsesión por medir todo lo que no puede ni merece ser medido! ¡Basta ya de evaluaciones punitivas!

No se pueden hacer cosas buenas si no se dejan de hacer las cosas que están mal hechas. No podemos hacer que la educación en nuestro país de un salto adelante con leyes mal hechas. Y esa falsa reforma es mala, muy mala. Y está uy mal hecha. Con ella no se puede mejorar la educación. Por el contrario, de seguir el sendero que ella marca, terminaremos en el desfiladero. Por eso, es necesario derogarla ¡ya!

¡Justicia para Nochixtlán! ¡Ya!