Las mujeres de Ayotzinapa IV: Carmelita Cruz Mendoza

Las mujeres de Ayotzinapa (IV)

Por Tryno Maldonado
@Tryno.

Carmelita Cruz Mendoza

A casi mil días de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, los familiares han instalado un plantón indefinido frente a la Procuraduría General de la República. Duermen en colchonetas o sobre el piso. Resisten el frío y las lluvias. Comen lo que haya. Muchos han enfermado o han desatendido sus enfermedades crónicas. Demandan a la PGR abrir cuatro líneas centrales en la investigación del caso hasta ahora no exploradas:

1) Investigación de elementos del Ejército Mexicano del 27º Batallón de Infantería.
2) Investigación de pruebas que indican que los estudiantes fueron llevados a Huitzuco y que en su detención participaron elementos de la Policía Federal, Municipal, Ministerial y del Estado.
3) Análisis de la telefonía celular y geolocalización de los mil teléfonos que la PGR está “analizando”.
4) investigación del principal móvil de la agresión a los estudiantes: según los informes del GIEI, el trasiego de drogas en la ruta Iguala-Chicago del cártel Guerreros Unidos.

Los familiares han sido reprimidos durante estos días de plantón y marchas por la Policía Federal al intentar pedir ser recibidos en la Secretaría de Gobernación y en el Senado de la República.

* * *

—¿Puedo contarlo ahora sí todo? ¿Lo de la parálisis facial? ¿Puedo contar también lo de mi parálisis facial?
—Todo lo que usted quiera. ¿Prendo la grabadora?

* * *

Plantón permanente de las familias de Ayotzinapa frente a las instalaciones de la Procuraduría General de la República, Ciudad de México, 20 de abril de 2017.

Día 1

Pues sí. Sí estoy joven. Puede ser porque me casé muy joven. A los 15 años. Tenía tu edad cuando este gobierno desapareció a mi hijo.

Mi nombre es Carmelita Cruz Mendoza. Soy de una comunidad que se llama Xalpatláhuac, municipio de Tecoanapa, Guerrero. Soy madre de Jorge Aníbal Cruz Mendoza, desaparecido a los 19 años de edad. Tengo 42 años.

Que este gobierno nos haya arrebatado a nuestros hijos nos cambió la vida totalmente. A toda mi familia. Tuve que dejar el trabajo. Y tengo dos hijos más. Soy madre soltera desde que mis hijos estaban chicos. Un día no volví a saber nada de mi esposo. Hasta la fecha, aun con este problema, no sé nada de él. No sé si está vivo o si algo le pasó.

He sacado adelante a mis hijos como he podido. Trabajé cinco años en un restaurante VIPS como vendedora aquí en la Ciudad de México. ¿Por qué me salí? ¡Es un sueldo miserable el que te dan!

Tuve la oportunidad de que unos familiares me llevaran a Estados Unidos. Crucé la frontera de mojada. Ilegalmente. Todo para darles una vida mejor a mis hijos. Así fue como logré hacerlos crecer. Darles calzado, estudio… Me fui de Guerrero a Seattle, Washington. Allí estuve trabajando como seis, siete meses en un Kentucky Fried Chicken. Me pagaban el mínimo. Después conocí a otras personas que trabajan en Subway haciendo sándwiches. Me llevaron allá, me dijeron que me pagaban un dólar y medio más. Estuve trabajando de 10 de la mañana a tres de la tarde en Subway. Y de cuatro a 10 de la noche, en Kentucky.

El patrón tenía varios Subways. “Salte de Kentucky —dijo—. Te voy a pagar un dólar más la hora”. Aun así trabajaba todo el día. Un día de descanso a la semana. Pero bueno, acepté y lo hice porque aquí, en México, son sueldos miserables los que te dan. No te alcanza apenas más que para medio comer, medio vestir… Sentía que no podía darle una vida mejor a mis hijos. Por eso lo hice.

* * *

Normal Rural de Ayotzinapa, 11 de enero de 2015.

Él escogió esta escuela. Yo no quería, la verdad, porque desde el 2011 mataron a dos jovencitos. Y quien los mató fue el gobierno. Gente mandada por el gobierno. Yo le decía a él que no, pero Jorgito es un niño muy valiente. Yo tengo la plena confianza de que va a regresar porque él no le tiene miedo a nada.

Me dijo: “Ay, mami, no te preocupes. Yo me voy a esa escuela. Total, al que le va a tocar, le va a tocar”.

Me pidió mucha confianza en él, que lo apoyara. Y es lo que estoy haciendo. Apoyarlo. Luchando para que él regrese con bien. El instinto de madre no nos falla, no nos falla… Yo siento que mi hijo va a volver. Y va a volver con todos los muchachos. Los tienen escondidos y no sé por qué razón. No pedimos nada más que a nuestros hijos.

Mi hijo mide 1.67. Está delgado él. Para mí… para mí, mi hijo está guapo.

Carmelita no puede contener más el llanto.

Yo a él le decía: “Estás muy bonito, papito.”

A él no le gustaba eso. Es el más chiquito. Mi bebé. Mi preferido.

Yo llegaba del trabajo y siempre traía algo para él en mi bolsa. Él se acercaba y buscaba en mi bolsa. “Mami, qué me trajiste”. Pero yo a escondidas de mis otros hijos le decía: “Espérate, ahorita”. O a veces: “¿Mami, me traes una hamburguesa?”. Y pasaba a McDonald’s para llevarle su hamburguesa. Aun de grande él, llegaba yo a la casa y me preguntaba: “Mami, qué me trajiste”. El más chiqueado. Yo lo besuqueo y le hago cariños y le digo: “Ya que se venga mi bebé a vivir conmigo”.

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Normal Rural de Ayotzinapa, 23 de enero de 2015.

Güicho
(normalista sobreviviente de la noche del 26 de septiembre):

Aquí todos nos conocemos por apodos. Me dicen Güicho. Tengo 19 años y curso el tercer semestre en la normal de Ayotzinapa. Soy de Xalpatláhuac. Crecí con cuatro de los compañeros que están desaparecidos. Jorge Luis González Parral, Doriam González Parral, Marcial Pablo Baranda y Jorge Aníbal Cruz Mendoza. Son de mi pueblo. Desde la secundaria fui compañero de Jorge Aníbal. El Chivo. Nos llevábamos bien chido.

Yo quería estudiar Derecho, pero los recursos económicos no nos alcanzaban. Mi compañero Jorge Luis nos convenció a de venir a sacar la ficha. Vinimos 11 de mi pueblo. Quedamos cinco nada más. Quedé en el Comité. Es una cosa prohibida en el Comité que les des de comer a los de recién ingreso durante la semana de prueba. A Jorge Aníbal y los de mi pueblo los metía aquí en mi dormitorio y les traía café, galletas… Todo con tal de que aguantaran y no se fueran.

La tarde del día 26 de septiembre de 2014 le dije a mi compañero Acapulco: “En caso de que vaya a actividad me avisan, porque yo quiero ir”. Yo presentía que iba a haber golpes, una represión… Soy de los que les gusta andar adelante. Nunca he salido golpeado. Si acaso un rozón. Ese día decidí ir. Iba con mis paisanos. Nos fuimos de aquí en dos autobuses Estrella de Oro. Iban llenos. Los asientos iban de a tres cada uno. Esa tarde nada más iba a ir un encargado, el de Lucha, Bernardo Flores, Cochiloco. Es un chavo que también está desaparecido. Pero hubo varios que nos propusimos acompañarlo porque él se agüitaba: “Casi no hay raza”, decía.

Yo iba en el segundo camión. Alrededor de 90 chavos. Como traíamos el estéreo le dijimos al chof: “Pon música”. Salimos de aquí antes de las seis. Llegamos a Iguala como a las ocho, por áhi. Íbamos con el relajo, la música. Pero había veces que me quedaba callado pensando: “Como que algo malo va a pasar…”. Todos iban alegres, echando desmadre, contentos. Yo me quedaba callado.

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Plantón permanente de las familias de Ayotzinapa frente a las instalaciones de la Procuraduría General de la República, Ciudad de México.

Día 3

Al principio fue muy difícil. Muy difícil porque aquí nosotros hablamos español. Allá, el inglés. Me metí dos meses a la escuela. El patrón me dijo: “Mira, a mí no me interesa que hables mucho inglés. El inglés se aprende practicando. Puedes llegar temprano y practicar conmigo o con la mánager”. Fue lo que hice. Me salí de la escuela. Dije: “O trabajo o estudio”. Y yo necesitaba trabajar para mis hijos.

Tenía una compañera que me consiguió unos libros. Me dijo: “Apréndete tantas palabras todos los días”. Me despertaba a las seis de la mañana a aprenderme unas cinco o seis palabras. De seis de la mañana a ocho de la mañana me la pasaba estudiando y practicando. Luego me metía a bañar y me iba al trabajo. Todos los días hice eso. Así logré aprender un poco de inglés.

Unos familiares de Guerrero que tienen 20 años allá, se enteraron de que yo estaba sufriendo mucho aquí con mis tres hijos. Una tía me dijo: “Pues vente, hija”. No estaba tan difícil como ahorita. Me acuerdo que fue un 20 de abril que me fui. De aquí, de la Ciudad de México, volé a Hermosillo. De Hermosillo a Nogales. En Nogales mi tía tenía un contacto. Era una señora. Fue por mí y me dijo: “Vámonos, Mari Carmen. Ten confianza en mí. Yo te voy a llevar”. Pasé por la garita. No caminé desierto. La mujer que era mi contacto me dijo: “Vamos a cruzar. Hay un migra malo y hay un migra bueno. Yo paso cuando está ese migra. No me conoce, pero siento que es bueno”. Entonces me dio una piñata. “Si te pregunta, tú dices que vas a una fiesta”. Además me dieron una bolsa con una cartera con dólares. Yo no traía dinero. Los dólares eran para demostrar que iba de compras, por si me preguntaban. Después tuve que devolverlos.

Sentí nervios. Pero tuve mucha suerte. Luego me dijeron: “Te metes a ese McDonald’s, pides una soda y te sientas. No digas nada. Ya allí te damos indicaciones”. Luego dijeron que me metiera a la caja de la primera troca negra que viera en el estacionamiento. Pero yo pensaba: “¿Y si me meto a una camioneta que no es?”. Tuve nervios. Pero eso hice. Me llevaron así a Tucson, Arizona. De allí a Phoenix. En Phoenix estuve como ocho días y luego me transportaron a Los Ángeles. Y de allí a Seattle.

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Normal Rural de Ayotzinapa, 11 de enero de 2015.

Mi hijo, desde los 13 o 14 años, le ha gustado mucho el jaripeo. Es jinete. A los 14 años se iba con los demás jinetes y lo dejaban montar obviamente becerros chiquitos. ¡Yo, en Estados Unidos, no me daba cuenta! Hasta que un día mi hermano me enseña una foto. “¡Está loco!”, dije. “¡Quién lo deja que haga eso!”. En la foto estaba vestido con chaparreras, botines y espuelas. Bien vaquero el chamaco. Arriba, en el toro.

Hace dos años yo le fui metiendo la idea de que no. “No te das cuenta de que es un animal que tiene mucha fuerza. ¿Y si te pega o algo te pasa? Nadie va a responder por tu vida”. Total que mejor me lo llevé a la Ciudad de México. Cuando salió del Colegio de Bachilleres le pregunté qué iba a hacer, qué carrera iba a estudiar.

Él tiene un caballo. Lo tiene allá con mi papá. Es un caballito blanco. No sé qué nombre le pondría. Se la pasaba mirándolo. Cuando lo veía flaquito, iba y le compraba sus vitaminas. Él mismo le aplicaba las vitaminas al caballo. Hasta llegué a pensar que iba a ser veterinario. Pero no. ¡Lo que le gustaba era correr el caballo! El 24 de junio es la feria del patrón San Juan Bautista. Hay carreras. Para esas fechas él ya tenía preparado al caballo para la carrera. Y él, orgulloso, satisfecho con su caballo. ¡Más si subía a una chica arriba! Y bueno… Ya nada más llegaba la gente y me decía: “Áhi anda tu hijo en el caballo y cargando a una chamaca arriba”.

Carmelita sonríe.

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Güicho
(normalista sobreviviente de la noche del 26 de septiembre):

Llegando a Iguala, que nos vamos a tomar las unidades. Como se tiene ese convenio con la empresa: “Si vas a tomar unidades, tómala siempre y cuando no me la dañes”. A los choferes se les da hospedaje y comida tres veces al día, se cubren sus demás necesidades.

Tomamos dos de Costa Line, dos de Estrella de Oro y un Estrella Roja. Salimos por la parte norte. El Estrella de Roja se adelantó por la parte sur.

Llegamos al paso hasta el centro. Como yo iba enfrente, vi por el espejo que ya nos venían persiguiendo como unas cinco patrullas, ya todos armados. Nosotros nos bajamos para ver qué era lo que querían, pero nos empiezan a disparar. Los chavos de primero al escuchar que nos dispararon, se bajan todos corriendo, todos espantados. Estaban como a unos 10 metros, eran patrullas y policías municipales. Nada más vimos que se pusieron la capucha y que nos empiezan a disparar.

Los chavos de primero agarran piedras y que les digo: “No, no, espérense. Súbanse”. Hubo chavos que se subieron y hubo chavos que se quedaron abajo espantados. “Súbanse”, y no hacían caso, hasta que íbamos, los agarrábamos y los subíamos. Eran como unos 25 policías. Nos disparaban a los pies. Cochiloco y un compañero con un balazo en el brazo se subieron en el tercer autobús. “Ira —les dije—, yo me voy en el primero, en caso de que haya golpes”. Les dije: “Lleven la puerta abierta”. Le íbamos preguntando a la gente dónde andábamos. No sabíamos. “Síganle derecho hasta el periférico norte”, nos decían.

Cuando estábamos cerca del periférico éramos ya tres autobuses, a punto de salir, y se nos atraviesa una patrulla. “Nos van a matar”, dijimos. Nos bajamos y empezamos a mover la patrulla. Allí es cuando nos empiezan a disparar de nuevo. Es cuando le dan al compañero Aldo en la cabeza. Vi que ya estaba tirado. Intentamos retirarlo, pero no podíamos por lo mismo que nos pasaban los balazos cerca. El compañero Güero se rifó, se sacó la playera y se la puso a Aldo en la cabeza. Se desangraba.

Nos fuimos gateando hasta el primer autobús. Les empezamos a gritar que éramos estudiantes, que no disparan. Los compañeros empezaron a llorar y a gritar. Me quedé callado. En medio de la balacera, por mi mente pasaron muchas cosas, desde lo que me acuerdo que hacía de pequeño hasta la fecha. Cosas buenas, cosas malas… con mi familia.

* * *

Jorge Aníbal y Jorge Luis. Éramos amigos de parranda. Nos íbamos los fines de semana a los bailes. Íbamos a chambear juntos. A los dos nos cortaba el pelo Jorge Luis. A Jorge Aníbal le gustaba montar becerros. El 26 de septiembre, cuando estábamos allí en la central de Iguala, ellos se me acercaron: “¿Qué, qué vamos a hacer?”, dijeron. “Súbanse al autobús”. Y se subieron.

Incluso platiqué con Jorge Aníbal. Íbamos en el autobús e íbamos platicando:

—¿Qué, güey? ¿Cuándo vas al pueblo?
—Tírame el paro, quiero ir al pueblo.

A veces hasta yo le pedía feria, que préstame 50 varos y me prestaba. Quería ir a la feria, porque allá en el pueblo el 6 de octubre es la feria.

—¿Vamos a ir a la feria, verdad, Güicho?
—Sí, vamos a ir.

El paisa se ponía bien alegre cuando me decía. Bien alegre me dijo en el autobús que iba a ir a la feria. Pero no. A le mera hora ya no.

Güicho baja la cabeza y guarda silencio.

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Plantón permanente de las familias de Ayotzinapa frente a las instalaciones de la Procuraduría General de la República, Ciudad de México, 20 de abril de 2017.

Día 5

Al principio lloraba. Tenía ya como 15 días trabajando. En México era vendedora en VIPS; no hacía nada de cocina ni de preparación. Y allá, en Estados Unidos, como no sabes el idioma te meten a la cocina. Ayudando en la preparación, lavando los trastes. Se me hinchó el brazo por el calor de la cocina. Lloraba. “¿Para qué me vine?”, pensaba. Allá en México, aunque sea poquito, ganaba algo. El mánager era de Jalisco y me decía: “¿Qué haces, mujer, aquí? Mañana te vienes y me entregas los uniformes que te di. Ya nada más vas a estar empacando el puré de papa, los bisquets…”.

Estuve empacando seis meses. Y, después, en el Subway. Yo quería estar puro lavando trastes porque no quería tener contacto con las personas. Pero un día dije: “Voy a hablar inglés como pueda. Total, éstos ni me conocen”. Siempre he sido así, muy arrebatada. Al final me dejaron sola. Tenía a mi cargo a otras trabajadoras, y yo era la responsable de toda la tienda.

—¿Aprendió la receta secreta del Kentucky?
—Sí, miraba cómo preparaban en la cocina, pero no aprendí tanto.

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Me regresé de Estados Unidos a los cinco años. Cuando me fui, Jorgito, mi hijo desaparecido, tenía nueve años. Cuando regresé tenía 14. Eran los 10 de mayo, sus cumpleaños, y yo me ponía a llorar. “Estoy aquí tan sola como perro”, pensaba. Y mis hijos solitos allá en Xalpatláhuac. Mi mamá y mi hermana se hacían cargo de ellos. Yo les mandaba el dinero, les mandaba calzado, les mandaba ropa. Le decía a mi hermana: “Organízale una fiesta a Jorgito, por favor. Cómprale un pastel y una piñata”. Le marcaba desde Seattle y le cantaba Las mañanitas. Pero me ponía a llorar. Ellos me marcaban el 10 de mayo. Me mandaban cartas. Florecitas pintadas que decían: Mamá, te queremos. ¿Cuándo vas a venir?

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Normal Rural de Ayotzinapa, 27 de febrero de 2015.

Güicho
(normalista sobreviviente de la noche del 26 de septiembre):

Con Jorge Aníbal echábamos desmadre con las chavas. Me hacía paro y yo le hacía paro. Hubo una chava que fue mi novia en la secundaria. Entramos a Bachilleres y él la hizo su novia. Duraron 15 días. Yo le dejé de hablar cuatro años a la chava. Luego cortó con ella. Un 14 de febrero, cuando yo estaba en primero, quedé con ella en el pueblo. Jorge me decía: “No le hace, está bien, háblale”. Volvimos a andar. Duramos como un mes. Dos días antes del 26 de septiembre, ella y Jorge Aníbal hablaron por teléfono: “Yo sé que andas con Güicho, es mi compa y lo respeto. Pero el día que lo necesites, yo aquí siempre voy a estar. Siempre te voy a querer”.

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Normal Rural de Ayotzinapa, 11 de enero de 2015.

En el jaripeo nunca lo vi. No me gustan los jaripeos. No me gusta ver a una persona sufriendo, que el toro lo ande medio matando… eso no me gusta. “Mijo —le decía—, a mí me da lástima que ahí los traiga el toro arrastrando, que los traiga trapeando”. “No, mamá, lo mío son puras quedas”. O sea que él siempre ganaba. “Muy buenas quedas del toro”, decía.

“Mira, si tú sigues haciendo eso, antes córtame la cabeza. Porque yo no estoy dispuesta a morirme de un susto. ¿Qué prefieres? ¿Matarme? Yo no voy a andar sufriendo porque a ti te pase algo.

Como que desde entonces lo pensó. Pero bien chiqueado que estaba. Era el consentido de mis papás. El bebé, pues, de la casa. Yo le digo: “Aunque te cases tú siempre vas a vivir conmigo”. “Sí, ami, siempre vamos a estar juntos”.

Después de eso pasó un año en el que estuvo trabajando como mesero en Galerías Coapa, en un restaurante que se llama Quilmes. Ahorraba sus quincenas para la escuela, y sólo gastaba las propinas. Un día me dijo: “Mami, lo que es mío es para ti”.

Después se inscribió a cursos, se compró guías. Yo le decía que sacara ficha en la UAM, en la UNAM. Tengo familiares allá también. Le rogué tanto que se quedara allá… “No, mamá —decía—. Yo quiero estar allá. Quiero estar en el Ayotzi”.

Estoy sintiendo muy feo porque, te digo, yo no sé cuándo se vaya a resolver esto. A veces nos dan ataques de lloradera. Lloradera le digo yo. A todos los padres nos dan.

Van a búsquedas y llegan y no hay nada. Y vuelven a ir y tampoco hay nada. ¿Y una qué hace? ¿Ahora qué más vamos a hacer? No puedo dormir a veces. Me salgo en la noche. Sola, porque no sé si Dios me oye. A estas alturas ya no sé si Dios existe.

Ellos no son malos. Si fueran niños malos, no hubieran escogido esta escuela. Tú sabes, los delincuentes no quieren estudios. Se dedican a lo que se dedican y punto. Estos niños aguantaron la prueba, porque aquí se les hacen dos semanas de prueba. Él no me contaba de la prueba porque sabía que si me entero, me lo llevo. Él sabe que lo que menos quiero es que sufra.

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Dos meses antes de que pasara la desaparición forzada de los muchachos, mi mamá murió. Era diabética. Jorgito era su niño, era su adoración. Siempre lo tenía a un lado. No se separaban. Si mi mamá no hubiera muerto entonces, de todas maneras se hubiera muerto después. Porque el niño era su adoración.

Mi madre murió y, el día primero de noviembre de 2015, a raíz de la desaparición de Jorgito y de todos los problemas que se me han venido encima, a mí me dio una parálisis facial.

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Plantón permanente de las familias de Ayotzinapa frente a las instalaciones de la Procuraduría General de la República, Ciudad de México.

Día 7

Soñé un día que estábamos en una protesta social. Vi a mi hijo con una mochilita. De lejos. Como que él no quería que nadie lo viera relacionado conmigo. Vi que pasó cerca y le digo en voz baja:

—Vámonos para la casa. Desde cuándo te ando buscando.
—No, yo no me voy ahorita —me dijo discretamente—. Dentro de un año.

Me dejó hablando sola y se fue.

Son ocasiones en que yo le he pedido a Dios de todo corazón: “Dime. Si está muerto, que yo lo sueñe muerto. Y si está vivo, que lo sueñe vivo”. Así es como mantengo mi esperanza viva. Mi fe en Dios. Porque me lo ha puesto en el sueño cuando yo se lo pido. Mantengo mi fe y mi esperanza viva de que en algún lugar tienen a los muchachos.

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Siempre he sido una mujer muy sana. Nunca me enfermaba. Ni de gripa. Antes le decía a mi mamá: “Yo creo que el día que me enfermé por primera vez, me voy a morir”. Pero después de todo esto, me han aparecido varias complicaciones.

Ocho días antes de que me diera la parálisis vinimos a la Ciudad de México a una comisión del movimiento. Y yo le platicaba a las otras madres, la compañeras: “Me duele la cabeza, la mitad de la cabeza me anda doliendo mucho”.

Me tomaba pastillas y ya se me quitaba. Aspirinas. Paracetamol. Lo que fuera con tal de quitarme el dolor. Ocho días anduve así. Regresé a Xalpatláhuac. Un día antes pasó mi cuñada y me dijo: “Te ves mal”. “Es que me duele mucho la cabeza —le dije—, yo creo que me va a dar una embolia”. “Cállate, ni lo digas”, dijo ella.

Pues al siguiente día, Tryno, a las siete de la mañana, todavía ni me levantaba cuando empecé a sentir que me estaba temblando la boca. Y yo dije: “Algo raro me está pasando”. Me paré, me fui a lavar los dientes y de pronto ya no pude escupir la pasta. Salí corriendo del baño y desperté a mi hija.

—¡Veme, algo tengo! —dije—. No estoy bien. Me siento mal.
—¡Mamá! —dijo mi hija espantada—. Mamá, no puedes hablar. No estás bien.

Mi hija, muy preocupada, me llevó al doctor.

El doctor fue el que me dijo que tenía parálisis. Me inyectó Doloneurobión. Y me recetó desinflamatorios.

Me dijo que era a causa tantas preocupaciones que tengo. Por la mala alimentación. Desde hace dos años y medio que estamos en las marchas, y tú lo has visto: comemos donde sea y lo que se pueda. A veces pasamos el día sin comer. También dijo el doctor que por los nervios. Todo se me juntó. La presión la tenía muy alta. Nunca había tenido problemas. Pero así pasé el Día de Muertos.

La compañera Blanca, madre de Jorge Álvarez Nava, también desaparecido, me fue a visitar. Ella no podía creer que estuviera así de mal. El 4 de noviembre regresamos a la Ciudad de México para otra comisión. Aquí una maestra me llevó al Hospital de Neurología, donde me estuvieron atendiendo. Acupuntura. Masajes. Medicamentos. Pero mi parálisis no se me quitaba.

Después de eso se me disparó la glucosa. Desde entonces, un año y medio después, sigo en tratamiento porque la glucosa se me eleva y se me baja.

Me diagnosticaron como pre diabética.

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Normal Rural de Ayotzinapa, 27 de febrero de 2015.

Güicho
(normalista sobreviviente de la noche del 26 de septiembre):

Pasó, pues… esa noche. Y no sabíamos que se lo iban a llevar.

Ellos iban en el tercero. Iban en el tercer camión de los que abordamos en Iguala. Ahí los subí a todos. Iban los dos hermanos, los primos de Jorge Aníbal. Iban Doriam, iba Jorge Luis, iba Marcial Pablo e iba Jorge Aníbal. Los otros cuatro de mi pueblo iban adelante, en el primer autobús.

Me acuerdo que Jorge Luis se me acercó, cuando estábamos en la central. Dice: “¿Qué, Güicho, de aquí para dónde?”. Pero su hermano menor no se bajó, le dijeron que se quedara. Como estaba chaparrito… Doriam. Le decían El Kínder.

Les digo: “Hay que subirnos todos al Estrella de Oro”. Y sí, nos subimos los cuatro paisanos ahí. Pero cuando empezaron a dispararnos me bajé y pensé… pensé que ellos ya se habían bajado.

Silencio.

Sin embargo… ellos se quedaron en el autobús, pues. Se subieron al tercer camión. El camión que agarraron, pues.

La voz de Güicho se adelgaza y se vuelve un murmullo.

* * *

Le decimos El Chivo. Jorge Aníbal Cruz Mendoza. Él era más serio. Muchos le decían Chivo Triste porque se veía que siempre andaba serio. Pero cuando le tocaba el relajo le entraba al desmadre. A risa y risa. Le gustaba mucho el futbol y estuvimos juntos en la selección del Colegio de Bachilleres. Él jugaba de defensa. Nos íbamos a otros pueblos a jugar. Después del recreo nos salíamos todos los días a entrenar. Le gustaba mucho la música de banda y las románticas, pues. Andaba con varias morras.

Un día estábamos Jorge Aníbal y yo en un baile. Me dice:

—Oye, Güicho, ¿te acuerdas de la que fue tu morra y la mía?
—Sí, ¿por qué?
—La regamos, ¿verdad? Nadie le pudo de los dos.

Güicho suelta una carcajada.

Y sí, pues, le gustaba salir a los bailes. Le gustaba montar becerros. Su abuelo también fue montador. Así, en los jaripeos. Se ponía las espuelas y montaba. Aunque su mamá se enojaba, pues. Su mamá no sé si estaba en Estados Unidos o en México y ella se vino para acá porque le dijeron que él montaba becerros. Jorge Aníbal me invitaba, me decía: “Oye, Güicho, vamos a calar un becerro. Nomás que espérame en tal lado, ahí van a estar los batos”. Y nos esperaba su palomilla. Llevaban mecates, llevaban campanas… ¡Es bueno montando!

Nos íbamos a los planes de los dueños que tenían vacas sueltas y él las montaba. Como en el pueblo hay tres ganaderías, le decía que necesitaban que les calaran un becerro. Íbamos y le pagaban. Yo nomás puro ayudarlo. Él tiraba el mecate, le ponía el mecate en la verijera y los tumbaba. Como les dan muchas cosquillas… las vacas se caen. Ahí le pone la campanera, le pone el pretal para que se agarre. Se pone las espuelas y empieza a reparar. ¡Bueno montando!

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Plantón permanente de las familias de Ayotzinapa frente a las instalaciones de la Procuraduría General de la República, Ciudad de México.

Día 12

Mira, Tryno, yo nunca pensé ser una luchadora social. Yo confiaba en el gobierno.

Pero ahora que ando en esta lucha porque aparezcan mi hijo y estos jóvenes, me he dado cuenta de tantos atropellos…

Antes sólo escuchaba comentarios. Allá en el pueblo había dos policías que participaron en la matanza de Aguas Blancas. Escuchaba que las personas comentaban que el policía fulano y zutano eran los asesinos de los campesinos de Aguas Blancas. ¡Pero yo no lo creía! ¡Estaba fuera de pensar que el gobierno era capaz de ordenar una matanza contra ciudadanos! Yo decía: “Bueno, el gobierno está para protegernos, para cuidarnos”.

Ahorita no me cabe la menor duda de que el gobierno se llevó a los muchachos, de que el gobierno sabe dónde están, qué pasó con ellos. Esa noche ellos fueron los que coordinaron ese operativo. Si militares, policías federales y todo tipo de policías participaron esa noche, fue porque les dio una orden el presidente. Él es el que manda. El secretario de Gobernación, Osorio Chong, es el que manda a la policía federal. Entonces, ¡obviamente que ellos dieron la orden!

Y así lo estoy diciendo porque a veces, yo sola, me he ido a Iguala a investigar. Me hago pasar como persona normal, así como hacen ellos con sus infiltrados. Medio pregunto allí cerca de donde pasaron los hechos. Hay personas que me han dicho: “No señora, si aquí no estuvieron los delincuentes, no estuvo la maña. Fue puro policía, fue puro federal, fue puro militar”.

No me gusta ir a Iguala. Se siente muy feo estar ahí. Cuando estoy ahí, me imagino la manera en que anduvieron persiguiendo a los muchachos. ¡No me quiero ni imaginar! Lo hago porque quiero mucho a mi hijo. Lo amo. Por eso lo hago.

He tratado de recopilar todo eso. Varios padres de los desaparecidos lo hemos hecho. Lo hemos platicado y hemos llegado a la misma conclusión: es el gobierno. Si la maña se los hubiera llevado ya hubieran presentado a los muchachos. Lo que no sabemos es qué tan grandes sean los intereses que el gobierno está protegiendo. A Tomás Zerón también lo mandan. En vez de sancionarlo, el presidente quiere tenerlo ahora más cerca para protegerlo.

Tengo muchísima fe en que los muchachos estén vivos. Tarde, pero que regresen.

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Normal Rural de Ayotzinapa, 11 de enero de 2015.

Hubo una reunión de padres de familia aquí, el 13 de septiembre pasado. Él me habló un día antes.

“Mamá, yo creo que me vas a tener que pedir un permiso. No me siento bien. Corro y agito mucho. Me dan ganas de vomitar”.

Vine a la reunión como a las tres de la tarde. Pedí permiso para llevármelo al doctor. Me lo llevé el día 13. Terminó la reunión y nos fuimos al DF. Allá estuvo del 13 al 19. El 19 se regresó para acá. La doctora dijo que tenía que tener un inhalador. Le hicieron unos estudios. Yo pensaba: “No sea que un toro lo haya tirado y tenga un problemita de ésos”. Estaba mal del pulmón o algo así. El niño no podía agitarse. El niño tenía que presentar la receta al Comité. No tenían que mandarlo a las actividades porque estaba mal. Actividades sencillas sí. No agitarse. Por eso, cuando llegué aquí después del día 26 llegué reclamando. ¿Quién me lo mandó? El niño tenía una receta especial para no ir a actividades fuertes.

Mi sobrino, que estudia en segundo grado, le dijo: “Primo, quédate otra semana, descansa”. Pero mi hijo pensaba: “No, mamá, y si me expulsan”. Y yo: “No te vayas, mijo. Quédate.”

Aquí se trajo unos tenis viejitos. Los que usó en la prueba. Le compré unos Puma blancos. Eran las seis de la mañana. Estaba acostadito.

—Mami, échame la bendición —dijo.
—Ay, mijito, yo no quiero que te vayas.
—Persíname, mamá.

Era el 19 de septiembre. Fue el último día que lo vi.

Después de su última llamada el 26 de septiembre, fue todo lo que me enteré. Mira, todavía cargo su último mensaje:

Carmelita me muestra la pantalla de su celular.

J anibal cruz

Mama me puede poner una recarga me urge

De: J anibal cruz

27/09/14 01:16AM

Temprano, por la mañana, le estuve marcando y me mandaba a buzón. Le puse:

Niño, ya te pusimos la recarga. Contéstame, por favor.

Pero ya no me contestó. Ya no me contestó mi hijo.

Carmelita rompe en llanto. Apago la grabadora y le doy un abrazo.

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Plantón permanente de las familias de Ayotzinapa frente a las instalaciones de la Procuraduría General de la República, Ciudad de México.

Día 17

Hacía cuatro años que había vuelto de Estados Unidos. En VIPS conocí a una amiga, hija de la dueña de una escuela. Cuando regresé a México la busqué. Me dio trabajo como asistenta de salón de preescolar.

El 26 de septiembre de 2014 me habló Jorge Aníbal a las dos de la tarde. Estaba contento. Les había dado la lista de útiles escolares. Ya habían tenido clases.

—Mami, el secretario general nos dice que nos vayamos a la casa.
—Vente para acá, a la Ciudad de México. Tu tío Baltazar va a bautizar a su niño mañana. Vas a estar solito.
—Me quiero ir a la casa, a Xalpatláhuac, con mi abuelito. El domingo me regreso.
—Eres mi todo.
—Te quiero mucho, mamá.

En ningún momento me dijo que iban a tener una actividad. No me enteré de nada.

En la madrugada, como a la una y media, me desperté. Vi el teléfono. Jorgito me había mandado un mensaje:

Mama me puede poner una recarga me urge

Era de madrugada y pensé: “Bueno, temprano le pongo la recarga”.

Muy temprano, le dije a mi hijo Alan que le pusiera una recarga a su hermano. Le dejé 50 pesos. “Le marcas para avisarle que ya está su recarga”. Era sábado. Me fui muy temprano a donde mi cuñada porque iba a bautizar a su niño. Le iba ayudar a hacer la comida. Me fui muy temprano y no me enteré de nada. Después mi hijo me avisó que Jorgito no contestaba. Le marqué y tampoco contestó. No habíamos tenido tiempo de ver tele ni nada. Ya en la tarde, mi hijo me lleva a mi casa y me dice que su tía me quiere decir algo importante.

—Comadre —dijo—. Tienes que ser fuerte. Hay una mala noticia.
—¿Qué pasó?
—Jorge Aníbal, Jorge Luis y Doriam. Los tres primos. Están desaparecidos.

Ay, no… En ese momento yo… me caí. Creían que se los habían llevado los sicarios. Y hablar de sicarios es hablar de otra cosa. Me trataron de calmar. “Es que esto no puede ser”, pensé. Le pedí a mi hijo que le marcara a su otro primo que también estaba estudiando allá.

—¿Qué pasó con los chamacos? —le dije—. ¿Dónde está mi hijo?
—Cálmese, tía —dijo—. Se los llevaron los policías. Se llevaron como a 50. Pero los vamos a ir a sacar.

Aun así yo me quedé pensando: “Ay, ¿y si les pegaron?, ¿y si los golpearon?”

No me querían decir nada. Hasta que mi sobrina Lady me dice:

—Tía, yo también ando buscando a mis hermanos. Estamos aquí en Iguala y no aparecen en ningún lado.
—¿Cómo que no aparecen, si mi sobrino me dijo que se los llevaron los policías? Policías, policías…

A mi sobrina Lady le desaparecieron a sus dos hermanos esa misma noche. Uno se llama Jorge Luis González Parral. El otro niño, Doriam González Parral.

—Tía, véngase. No sé que está pasando —me dijo ella—. Pero no aparecen los niños de nosotros por todos lados.
—¿Nada más los de nosotros?
—No, tía. Son muchos niños desaparecidos.

Temprano me fui, así como estaba, a Chilpancingo, y de Chilpancingo a Tixtla. Mi hermano se vino conmigo. Qué bueno, porque yo pensaba bajarme en Iguala y caminar. Caminar por los cerros, por donde fuera. Buscarlo hasta encontrarlo. En la escuela vi mucha gente llorando. Yo también me puse muy triste. Llegué con el secretario general, que entonces era David. Lo agarré y le pegué. Me lo agarré y le dije de todo. Estaba muy molesta.

Teníamos que ir al Semefo a reconocer dos cuerpos de los niños que no estaban reconocidos. “¿Qué estatura tiene su hijo? ¿Qué complexión tiene su hijo?”. Yo pidiéndole a Dios: “Diosito, que no vaya a ser mi hijo”.

Estaba muy molesta. Pero pensé que a lo mejor a los 15 días, que a lo mejor al mes iban a regresar. Y resulta que no regresan. No sabemos que pasó.

Desde ese día yo me quedé a vivir en la escuela. A nadie conocía.

Entonces me ponía a llorar. Pensando de dónde va a venir mi hijo, a qué hora me iban a avisar que ya los encontraron… No quería ni dormir, ni comer, ni nada. Más que estar pensando en mi hijo. Nada más. En mis compañeras. Cómo lloraban por sus hijos.

Una vez andaba enojada. Habíamos venido a la Cámara de Senadores. Andaba muy enojada. No quería ya nada. Dije: “Dios mío, ponme aunque sea en un sueño el lugar donde está mi hijo”. Le pedí de todo corazón. Y en la noche lo soñé. En el sueño llegó mi hijo.

—Bueno. ¿Por qué nadie me dijo que ya llegaste?
—No, mamá. Si nosotros ya pasamos por la PGR.
—¿Entonces no estás en la PGR?
—No, mamá. Ellos nos llevaron a otro lado.

Y desde ahí se me metió a la cabeza la idea. A nuestros hijos se los llevó el gobierno y a ellos se los tenemos que exigir.

* * *

Normal Rural de Ayotzinapa, 23 de enero de 2015.

Güicho
(normalista sobreviviente de la noche del 26 de septiembre):

En esos momentos yo me acuerdo que por mi cabeza pasaron muchas cosas.

Lo primero que hice fue marcarle a mi novia. Me mandó a buzón. Le empecé a marcar a los compañeros de cuarto grado que estaban en la normal.

Yo estaba en medio de la balacera.

Estaban los autobuses en la calle Juan N. Álvarez, a unos metros del Aurrerá y del Batallón 27.

Estábamos todos arrepegados entre los autobuses porque nos disparaban de atrás y de adelante. Nos disparaban de acá y de acá.

Y pues sí, daba miedo porque las balas te pasaban cerca.

Ya me dijeron los compas de cuarto por teléfono:

—Escóndanse.
—No hay dónde esconderse.
—Corran.
—No hay a dónde correr, nos tienen bien rodeados. No podemos salir.

En ese rato yo era el único que traía celular con saldo. Le habían disparado a Aldo y se desangraba en el piso. Marqué a la ambulancia. Marqué al 066 de Iguala. Pero la operadora se reía, decía que para qué queríamos una ambulancia, que seguro era una fiesta porque se escuchaban los cohetes. Y no me quiso creer. Como no hubo respuesta, le marqué a un familiar. Cuando al fin llegó la ambulancia, a Aldo no se lo querían llevar.

Seguían los balazos. Se llevaron a Aldo y nos siguieron balaceando.

Vimos que a los compañeros del tercer camión ya los tenían en el piso, bocabajo. Por la parte de atrás llegó otra ambulancia. Se llevaron a un compañero al que le deshicieron el brazo de un balazo. A él y al que le volaron un dedo. A los demás ya los tenían en el piso, bocabajo.

Todo ese tiempo, serían 20 minutos, seguían tirándonos, todos encapuchados. Les gritábamos que éramos estudiantes. Pero al contrario: tantito nos queríamos asomar para ver, otra vez los balazos.

Un compañero dijo que había que entregarnos. Mi reacción fue salir con las manos en la cabeza. “Entrégate, pendejo”, me gritaban los encapuchados. El compañero Acapulco, que también fue activista, me abrazó llorando: “Tú no te vayas”. “¡Es que allá están mis paisanos! ¡No puedo dejarlos solos!”. Y no me dejaron que me fuera.

Llegaron cuatro patrullas de la policía de Cocula. Un hombre alto que nos apuntaba como a unos 15 metros se descubrió la cara y gritó: “Entréguense o les va a ir peor. Les va a ir feo”.

“¡No nos vamos a entregar!”, dijimos.

El hombre hizo una seña así, con la mano, y fue cuando empezaron a llevarse a nuestros compañeros del tercer autobús con las manos en la cabeza. Se los llevaron. Se los empezaron a llevar, formados y con las manos en la cabeza, subiéndolos a otras patrullas que estaban en la parte sur de la calle.

Se llevaron a Jorge Aníbal y mis otros paisanos. A todos los llevaban encañonados. Eran los municipales.

* * *

Plantón permanente de las familias de Ayotzinapa frente a las instalaciones de la Procuraduría General de la República, Ciudad de México.

Día 21

Mira, Tryno, yo le he dicho algo a mis hijos, a mi papá y a mis hermanos. Me han dicho que no ande tan en frente, que no hable tanto. Porque después, dice mi papá, vienen las represalias. Y tú sabes que han matado a muchas madres de desaparecidos. “Y ustedes ahí salen en la tele, hablando, y diciendo cosas contra el gobierno”, dice mi papá. Tú sabes que el gobierno miente y nunca va a decir: “Yo le hice esto por bocona”.

Pero les he dicho que exijo a mi hijo. Si yo no lo hago, ¿quién lo va a ser? Más que una luchadora social, como te dije el otro día, yo estoy luchando por la presentación con vida de los jóvenes normalistas. Pero yo creo que la lucha es difícil de dejarla: hay tantas personas que nos han apoyado… Hay muchas de esas personas que nos han apoyado que también tienen sus demandas. Es por eso que hemos unido las luchas. Una vez que aparezcan los muchachos, si las organizaciones nos necesitan, yo voy a estar apoyándolos. Ahí voy a estar, aunque lleguen los muchachos.

Mi vida cambió totalmente. No sabía qué clase de atropellos hacían los gobernantes. Desgraciadamente yo voté por Peña Nieto. Jamás me imaginé qué cosa iba a hacer.

Sí. A Peña Nieto lo he tenido enfrente. El 25 de septiembre del 2016, cuando estuvimos en las 43 horas de ayuno, tuvimos una reunión con él. A mí me dio tanto coraje que ellos no aceptaran el informe del GIEI. Estaba tan enojada que le hablé de frente. No me referí a él como un presidente, sino que le dije:

“Enrique Peña Nieto, contéstame con la verdad: ¿a quiénes obedecen los militares y todos los cuerpos policiacos? ¿A funcionarios como ustedes o a los grupos delictivos?”.

Se lo dije de frente, con groserías:

“¿Quién chigados ordenó que se llevaran a nuestros hijos? Nada más te digo una cosa: a nuestros hijos nos los entregan vivos. Y si nos los entregan muertos, yo haré que esto te lo tragues. Son chingaderas”.

Lo regañé como más pude. Vi su mirada, así, tan enojado, que casi me tragaba con los ojos. ¡Hasta le dije de lo que se iba a morir al señor!

“Tú tienes hijos. ¿A ti te gustaría que de la noche a la mañana de dijeran: tu hijo está desaparecido? A lo mejor sí te gustaría, porque tú prefieres el dinero que a tu familia”.

Después, me contesta, cínico:

“Carmen, efectivamente, nosotros mandamos. Pero no a desaparecer gente”.

¡Por Dios! ¿Lo hicieron solos? Son trabajadores, les pagan. Mátame a esta persona, y obvio que lo van a hacer.

Sí. Hemos sufrido agresiones. Allá en el túnel, por ejemplo. ¿Te acuerdas? Allá en el túnel, cuando nos reprimió la Policía Federal a las familias y a los estudiantes.

Íbamos para Tierra Prieta. Íbamos a hacer volanteo, no otra cosa. Ahí fue el problema. Empezaron los jaloneos. Empezaron a empujarnos. Ese día yo sentí lo que era el gas. Fue una agresión directa de la policía contra las familias. Empezaron a aventarnos bombas. La policía nos iba tirando bombas y se iba metiendo el humo en la garganta y en los ojos. Yo ya no miraba casi nada. No podía respirar. Veía a muchos muchachos que iban corriendo, jalándose de las playeras. “Súbanse, súbanse, súbanse”. Pero nos seguían gaseando. Nunca lo había sentido, sino hasta entonces.

Los estudiantes son tan nobles… Dijeron: “¡Tía, súbase al autobús!”, mientras la policía nos seguía tirando bombas.

Pero yo siempre digo: “Yo ya viví. Quise tener un esposo, lo tuve. Quise tener un hijo, lo tuve. Ustedes están jovencitos. Tienen derecho a tener una vida. Váyanse ustedes.”