Epílogo

La posteridad

Para mucha gente la muerte de Durruti significó el fin de sus esperanzas. Mientras creyeron que luchaban por la revolución su moral fue buena. Cuando vieron que sólo se trataba de ganar la guerra y que todo lo demás seguiría siendo como antes, se acabó. Muchos veían en Durruti la encarnación de sus esperanzas en una nueva sociedad. La muerte de Durruti fue terrible; con su caída declinó el espíritu revolucionario en las fábricas y en las colectividades del campo.

[FEDERICA MONTSENY l]

Dos versiones del discurso de Lluís Companys en el entierro de Durruti:

¡Compañeros!, en este momento de tensión os hago una llamada a la unión, a la disciplina, a la austeridad y al valor.

Por un instante sentimos asomar lágrimas a nuestros ojos. Pero ¿para qué llorar? ¿Lloraremos acaso la muerte de un hombre que ha cumplido con su deber y a quien rendimos el tributo de nuestra admiración? Lloremos más bien por los cobardes y los desalmados. Sequemos nuestras lágrimas, levantemos el brazo y sigamos nuestro camino hacia adelante, sin detenemos. Que el nombre de Durruti nos sirva de ejemplo. El camino que nos queda por recorrer es aún difícil y fatigoso. ¡Adelante! ¡Adelante!

[Solidaridad Obrera]

Ha muerto Durruti como mueren los cobardes o como mueren los héroes, a manos de un cobarde: por la espalda. Por la espalda mueren los que huyen o aquellos que, como Durruti, no encuentran quien se atreva a asesinados de frente. ¡Durruti, saludamos tu valor! Tu nombre estaba impregnado de una profunda emoción popular, Aquí quedamos nosotros con una consigna: ¡Adelante! ¡Cada uno al puesto adonde lo llama su deber, más unidos que nunca en la lucha contra el fascismo y por la libertad! ¡Adelante, sin volver la vista atrás!

[El Pueblo]

Ya sea que estemos de acuerdo o no con las ideas de Durruti, hay que reconocer que él llevó una vida absolutamente fiel a sus principios. Era un anarquista y cayó como un miembro disciplinado del ejército popular español.

La historia de la vida de Durruti corresponde exactamente al desarrollo del anarquismo español en su conjunto. Así como la policía reaccionaria consideraba a Durruti como un delincuente común, la prensa burguesa tiende a hablar de la CNT y la FAI como si fueran simples bandas de asesinos, saqueadores e incendiarios. En realidad, el movimiento anarquista español tiene fuertes rasgos de idealismo. Muchos anarquistas son no fumadores y vegetarianos. Muchos rehúsan el alcohol. Rechazan categóricamente toda clase de excesos. En Madrid se ven por doquier grandes carteles de la F Al y la CNT que exigen la clausura de los bares y cafés, considerados las antesalas del burdel. En estos días, la concepción anarquista del sacrificio personal se lleva a la práctica con ferviente energía en Madrid.

La cosmovisión marxista se diferencia en sus principios básicos de la cosmovisión anarquista. Sin embargo, esto no significa que el sincero idealismo de la CNT-FAI no tenga sus méritos también, o que no empleen todas sus fuerzas en la lucha contra el fascismo, una lucha que impone severos sacrificios. La muerte de Durruti es una grave pérdida para la España democrática.

Durruti luchó enérgicamente por la unión de los dos sindicatos industriales de España. Fue uno de los portavoces más importantes de un ejército popular disciplinado. Todos los partidos del Frente Popular, el gobierno y la población de la España republicana sienten que su muerte es un duro golpe.

[HUGH SLATER]

¿Quién es Durruti, su jefe? En Montevideo se sabía que era un gángster internacional. Su registro penal consigna su participación en el asesinato del obispo de Zaragoza y un asalto a mano armada al banco de Gijón, de donde se llevó 550.000 pesetas.

Las policías española y chilena le buscaban por todo el mundo. Los chilenos por el asalto a una sucursal bancaria en Chile. La policía cubana lo buscaba por un atentado parecido.

En 1925 cometió un atraco en Buenos Aires. Después de salir airoso, los franceses lo requirieron por su participación en un atentado contra el rey Alfonso XIII.

Al proclamarse en España la República, Durruti regresó. Más tarde su propia gente lo mató por la espalda. Fue a razón de la distribución de un botín, y la Pasionaria, esa horrorosa mujer del gobierno de Madrid, lo elogió durante su aparatoso funeral llamándolo libertador ejemplar.

Éstos son los infrahombres que soltaron en España el compañero Dimitroff y los otros. A su lado estaban los criminales de la columna de hierro, la división Carlos Marx, que hacía trizas a los prisioneros con balas dum-dum.

[KARL GEORG VON STACKELBERG]

En noviembre de 1936 viajó a la Unión Soviética un pequeño grupo de sindicalistas anarquistas. Los sindicatos de aquel país querían mostramos lo que habían logrado después de la revolución; nosotros teníamos interés en explicar a nuestros anfitriones y al pueblo ruso la difícil situación a la que nos habían arrastrado la Guerra Civil y el fascismo internacional.

Ya desde el primer encuentro con los representantes de la URSS, pudimos constatar que Durruti no era desconocido allí. Las entrevistas que sobre él habían aparecido en la prensa soviética no sólo mencionaban sus acciones en la Guerra Civil, sino que se remontaban muchos años antes del 19 de julio. Los periodistas rusos habían ido a verle a las fábricas de Barcelona y habían publicado algunas entrevistas con él. El pueblo ruso sabía incluso que Durruti era anarquista, un caso excepcional, porque sobre los otros anarquistas no decían los rusos ni una palabra. En cambio los comunistas españoles como la Pasionaria, Díaz y Mije eran más populares en Rusia que en su propio país. Esto es comprensible, porque allí sólo hay periódicos comunistas, todos los demás están prohibidos. Alaban siempre a su propia gente. Sólo con Durruti hicieron una excepción.

En Kiev, las autoridades civiles y militares y los representantes de las universidades y escuelas nos ofrecieron una recepción en la gran sala del mejor hotel de la ciudad. Allí estaba presente la Ucrania oficial. El jefe de la guarnición de Kiev, un viejo bolchevique, pronunció un discurso de salutación. Después de dar la bienvenida a los huéspedes, comunicó la noticia de la muerte de Durruti e invitó a los presentes a ponerse de pie y guardar un minuto de silencio en honor al «gran guerrillero español».

Pero no sólo las personalidades oficiales admiraban a Durruti. Durante nuestra estancia en Moscú fuimos a visitar a algunos obreros que habitaban en un barrio proletario de la ciudad. En una pequeña cabaña encontramos a un obrero metalúrgico que había participado en las luchas de 1918. Tenía que mantener a una numerosa familia y vivía en la miseria. Había seguido con interés el desarrollo de la guerra en España. Nos hizo señas de que nos acercáramos a un rincón de su habitación, y sacó un viejo libro de una cómoda. Era una amarillenta edición de la obra de Korolenko. En el libro había puesto algunos recortes de periódicos: una fotografía de Durruti que había aparecido en Pravda, y un reportaje con su biografía.

-¿Por qué guardas eso? -le preguntamos.

-Porque tenía fe en él, porque era sincero. No era ningún impostor, de los que engañan a la clase obrera.

Siguió hojeando en su libro y encontró otro recorte, más viejo aún. En la tosca foto reconocimos a Nestor Machno, el viejo jefe anarquista. El obrero nos relató algunas acciones de Machno en el tiempo de la Revolución Rusa, y nos comentó su caída.

-Machno era uno de los más grandes revolucionarios -dijo-, y ahora quieren hacemos creer que era un bandido. Tened cuidado de que ahora que está muerto no profanen también su memoria.

Se lo prometimos.

[ANÓNIMO 3]

Actualmente hay mucha gente, también de la burguesía, e incluso de la Iglesia católica, que estaría dispuesta a aceptar de buena gana a Durruti, ahora que está muerto, como a un hijo pródigo. De pronto han descubierto sus aspectos positivos y tratan de utilizado para sus fines. Los curas españoles quieren hacer de él un cristo rojo. Mientras vivía dispararon contra él. Se habían atrincherado en las iglesias de Barcelona. Eran verdaderas fortalezas las iglesias, y disparaban contra nosotros, disparaban contra todo lo que se movía. Y la burguesía puso el grito en el cielo: ¡los anarquistas queman las iglesias! Nosotros no hemos hecho más que defendemos. ¡Y la misma gente que lo persiguió como a un criminal mientras vivía, quiere hacer un santo de él ahora!

[ÉMILIENNE MORIN]

Para mí, su heroísmo no estaba tanto en lo que dicen los diarios, sino sobre todo en su vida cotidiana. Claro, eso lo sabe muy poca gente, lo saben los que lo conocieron en el café de la esquina, en su casa o en la cárcel.

Por las manos de Durruti han pasado millones, y sin embargo le he visto remedándose las plantillas de los zapatos porque no tenía dinero para llevados al zapatero. A veces, cuando nos encontrábamos en un bar, no tenía siquiera el dinero para pedir un café.

Cuando iban a visitados salía a menudo con un delantal puesto, porque estaba pelando patatas. Su mujer trabajaba. A él no le importaba; no conocía el machismo y no se sentía herido en su orgullo al hacer las labores domésticas.

Al día siguiente tomaba la pistola y se echaba a la calle para enfrentarse a un mundo de represión social. Lo hacía con la misma naturalidad con que la noche anterior había cambiado los pañales a su hijita Colette.

[FRANCISCO PELLICER]

Algunos dicen que si Durruti no hubiese muerto habríamos ganado la guerra. Ése es un gran error. Nuestra guerra no fue una guerra entre dos partidos, fue un conflicto internacional, y los militares españoles no se habrían sublevado, jamás habrían tenido una posibilidad, si no hubiesen sabido que el fascismo internacional los ayudaría, los italianos y los alemanes.

[RICARDO SANZ 1]

Para nosotros no es ni un héroe ni un mesías. No necesitamos jefes ni caudillos. Eso no existe entre los anarquistas.

El papel de Durruti no puede interpretarse como un culto al héroe. Él tenía una cierta dignidad y un cierto valor sin los cuales es imposible vivir. En nuestros días, el Che Guevara desempeñó un papel muy parecido. Durruti no era un teórico, no era de los que se sientan ante un escritorio mientras los demás luchan. Era un hombre de acción, salía a la calle a luchar, y siempre se le encontraba donde el peligro era mayor.

[FEDERICA MONTSENY 1]

Enseguida comprendí que Durruti era un anarquista innato. Se notaba que venía de la provincia, tenía algo de rústico. Cavilaba a menudo y pensaba lo suyo. No era un intelectual, ciertamente, y en Barcelona adquirió una cierta formación teórica.

Era de León, de la meseta castellana, y tenía algo de la fuerza y la dureza de sus paisanos. Era un hombre del temple de un Padilla o de un Pizarro, los viejos conquistadores.

En Barcelona leyó mucho, sobre todo a nuestros clásicos anarquistas, Anselmo Lorenzo, Elisée Reclus, Ricardo Mella, y sobre todo a Sébastien Faure, el filósofo francés del anarquismo. Su horizonte cultural siempre fue un poco limitado, pero a pesar de todo tenía una base sólida.

Además, siempre fue un hombre capaz de todo cuando era necesario. Sus ideas no eran un pasatiempo para él, quería realizarlas. Esto explica lo que más tarde llamarían su heroísmo. Actuaba instintivamente, sin duda. Tal vez era también un obcecado, pero al mismo tiempo tenía un temperamento bondadoso, y con esto quiero decir que su impulso más esencial era la solidaridad.

Sus recursos eran enormes desde todo punto de vista. Ello se demostraba por ejemplo en la cárcel, donde ayudaba a los doblegado s y decaídos. Durruti no conocía la depresión física ni la depresión moral. No importa lo crítica que fuese la situación en que se hallaba -en las huelgas, en la lucha callejera, bajo los golpes de la represión-, siempre la afrontaba con decisión, y muchas veces con éxito. Y cuando fracasaba no se desesperaba. Enseguida pensaba en la próxima etapa, en la próxima tentativa.

No hacemos más que hablar de Durruti, todo el tiempo, como si no hubiese habido otros como él. En realidad hubo miles de Durrutis anónimos en nuestro movimiento. Algunos eran conocidos, otros no. Pero muchos cayeron, y nadie habla de ellos. Y sin embargo no eran menos valerosos ni menos decididos, y no se arriesgaron menos que Durruti o Ascaso. Cuántos compañeros hemos perdido en la guerra, cuántos cayeron en 1919, en 1920, ¡cuántos perdieron la vida bajo la represión de Martínez Anida! Quinientos por lo menos. Eran los mejores de los nuestros. Si nos pusiéramos a llorar a nuestros muertos y a venerarlos, estaríamos muy ocupados. Es mejor seguir su ejemplo y llevar adelante lo mejor que se pueda nuestro ideal.

Creo que no hay otra solución. No importa si somos muchos o pocos, tenemos la razón y el derecho de nuestra parte. Esto tenemos que demostrarlo de nuevo cada día, con la palabra, con la pluma y con los hechos. Pero nuestras publicaciones no llegan a las masas, nuestras ediciones son pequeñas, actuamos en el exilio, el idioma de este país no es el nuestro, nuestra influencia en Francia es reducida. Debemos superar esta situación. Debemos sobreponernos a estos obstáculos.

[JUAN FERRER]

Vivió para sus ideas. Es maravilloso. A veces lo envidio. Su vida fue una vida plena. No creo que haya sido inútil.

Claro, ahora que está muerto todos quieren reivindicarlo para sí mismos. Mientras vivió lo persiguieron como a un criminal. Ahora hasta la burguesía le descubre cosas buenas, y los curas quieren embalsamarlo. Un revolucionario muerto es siempre un buen revolucionario.

[COLETTE MARLOT]

No sé, si él estuviera en la habitación, creo que nos haría callar la boca. No nos dejaría hablar así, era muy modesto. Habría dicho: «Habla de la CNT, habla de nuestros pensamientos, pero no hables de mí.» Eso habría dicho si hubiese estado aquí.

[MANUEL HERNÁNDEZ]

Sí, Durruti era pacífico y violento a la vez. Pero esto no es una contradicción. Todos estamos en esa situación. Nuestras ideas son justas, nadie ha podido rebatirlas. Hemos discutido con la gente más inteligente, y al final siempre nos han dicho: «Sí, vuestro ideal es muy hermoso, pero no lo realizáis, sois utópicos.» Pero nosotros les decimos, no es cierto, incluso aquí y ahora se realiza una parte de esa utopía. Ante nosotros tenemos el poder del capitalismo y el sistema de represión del Estado, y este poder sigue existiendo en el comunismo. Pues abdicamos, o les hacemos frente. Pero quien les haga frente tiene que pagar las consecuencias. Y aunque uno sea muy bueno, se ve obligado a luchar como una fiera. Es una lucha impuesta. Nosotros no la hemos querido.

[JUAN FERRER]

Me propongo volver lo antes posible a España. No, no por la familia, sino porque pienso continuar la lucha. La misma lucha de entonces, cuando éramos jóvenes. Hoy, como antaño, con mis setenta y cinco años. Tal vez sea una obsesión, pero yo volveré a León.

El fascismo es sólo un episodio, una interrupción. No me hago ninguna ilusión. Cuando muera Franco vendrá otro que no será mejor. Quizá sea peor. ¿Sabéis por qué lo digo? Porque siempre fue así en la historia. Es igual que sea un gobierno de derecha, de izquierda o de centro, lo echáis abajo porque es un mal gobierno, y ¿qué conseguís? Otro peor todavía. Si no fuese así, el mundo ya sería un paraíso. Pero yo creo que es al revés. Sólo que la gente no se da cuenta, aunque hasta un ciego podría verlo. Y vota y vota y vota. Siempre es igual. Pero cuando Franco, a quien considero culpable de la muerte de un millón de seres humanos, cuando él se haya ido, puedo volver a León, y entonces veremos lo que se puede hacer y lo que yo puedo lograr todavía.

[FLORENTINO MONROY]

Sí, por supuesto, están muy bien organizados los emigrados españoles. Pagan todos los meses sus cuotas de afiliados. También el periódico sigue saliendo, el diario de los anarquistas. Quisiera creer lo que se dice allí, pero hay cosas que me parecen tan simplistas, tan ingenuas. Quizá sea duro decirlo, pero yo digo lo que pienso: yo no puedo seguirlos. La mayoría se imaginan que bastaría regresar a España, cuando llegue el momento, y volver a empezar donde lo habían dejado en 1936. Pero lo pasado ya pasó. No se hace dos veces la misma revolución.

[ÉMILIENNE MORIN]