Segundo comentario

Orígenes del anarquismo español

Un día de octubre de 1868 llegó a Madrid Giuseppe Fanelli, un italiano. Tendría unos cuarenta años, era ingeniero de profesión, y tenía una espesa barba negra y ojos relampagueantes. Era alto, y manifestaba una serena determinación. En cuanto llegó, buscó una dirección que tenía anotada en su agenda: un café, donde se encontró con un pequeño grupo de obreros. La mayoría eran tipógrafos de pequeñas imprentas de la capital española.

«Su voz tenía un tono metálico, y su expresión se adaptaba perfectamente a lo que decía. Cuando hablaba de los tiranos y explotadores su acento era iracundo y amenazante; cuando se refería a los sufrimientos de los oprimidos su tono expresaba alternativamente tristeza, dolor y aliento. Lo extraordinario del asunto era que no sabía hablar español; hablaba en francés, una lengua que algunos de nosotros sabíamos chapurrear al menos, o en italiano, en cuyo caso, dentro de lo posible, aprovechábamos las analogías que este idioma tiene con el nuestro. Sin embargo, sus pensamientos nos parecían tan convincentes, que cuando terminaba de hablar nos sentíamos embargados de entusiasmo. » Treinta y dos años después de la visita del italiano, el relator Anselmo Lorenzo, uno de los primeros anarquistas españoles, puede aún citar textualmente a Fanelli, el «apóstol», y todavía recuerda el estremecimiento que sentía cuando éste exclamaba: «¡Cosa orribile! ¡Spaventosa!»

«Durante tres o cuatro noches Fanelli nos expuso su doctrina. Nos habló en el transcurso de paseos y en cafés. Nos dio también los estatutos de la Internacional, el programa de la alianza de socialistas democráticos y algunos ejemplares de La Campana, con artículos y conferencias de Bakunin. Antes de despedirse, nos pidió que nos sacáramos un retrato en grupo, donde él aparece en el centro.»

Ninguno de sus oyentes sabía algo acerca de la organización que había enviado a Fanelli como emisario a España: la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Fanelli era un discípulo de Bakunin, pertenecía al ala «antiautoritaria» de la Primera Internacional, y el mensaje que había traído a España era el del anarquismo.

El éxito de esta doctrina revolucionaria fue inmediato y sensacional; ésta se extendió entre los trabajadores rurales e industriales del oeste y el sur de España como un fuego en la pradera. Ya en su primer congreso de 1870 el movimiento obrero español se había declarado a favor de Bakunin y contra Marx, y dos años más tarde la Federación Anarquista reunió en su convención de Córdoba 45.000 miembros activos. Las insurrecciones campesinas de 1873, que se extendieron por toda Andalucía, estaban dirigidas sin duda por los anarquistas. España es el único país del mundo en el cual las teorías revolucionarias de Bakunin se convirtieron en un poder real. Los anarquistas mantuvieron hasta 1936 el control del movimiento obrero español; no sólo eran los más numerosos, sino también los más militantes.

Estas circunstancias históricas excepcionales suscitaron una larga serie de conatos de interpretación.-Ninguno de éstos, aisladamente, cumplió lo prometido, y hasta ahora no existe ninguna explicación coherente elaborada según los principios de la economía política. De todos modos es posible determinar las condiciones bajo las cuales se desarrolló el anarquismo español; éstas permiten comprender al menos un proceso que ha resistido hasta ahora la explicación puramente económica.

Hasta la Primera Guerra Mundial, España fue un país exclusivamente agrícola, con excepción de algunas regiones. Tan extremas y evidentes eran las diferencias de clase en esta sociedad, que puede hablarse de dos naciones, separadas entre sí por un abismo. La clase política que controlaba el aparato estatal, en estrecha coalición con el ejército y el clero, se componía en su mayor parte de latifundistas. Era una clase totalmente improductiva y corrupta, incapaz de cumplir el papel transitoriamente progresista que cumplió la burguesía en otros países de Europa occidental. Su existencia parasitaria se limitaba exclusivamente a la recaudación de rentas; no le interesaba desarrollar la potencia productiva a través de la expansión capitalista. Como consecuencia, la pequeña burguesía se había desarrollado muy poco. Con excepción de algunos artesanos pobres y pequeños comerciantes, el resto estaba integrado por lacayos de los «timoratos estatales», como los llama Marx, una burocracia superflua y mal pagada, que si bien no estaba completamente exenta de funciones, desempeñaba más un papel represivo que administrativo.

La auténtica España, la inmensa mayoría del pueblo trabajador, vivía en el campo, y allí se disputaron las más importantes luchas de clase en suelo español hasta fines de siglo en adelante. Su desarrollo dependía íntimamente de la estructura agraria. Allí donde se conservaron relaciones medievales de propiedad y de producción, como en las provincias del norte, allí donde pueblos enteros de pequeños y medianos campesinos retuvieron sus tierras comunales de bosques y campos de pastoreo, allí donde el suelo era fecundo y suficientemente irrigado, sobrevivieron en orgulloso aislamiento anticuadas formas sociales, independientes casi por completo de la economía financiera.

Sin embargo, en otras regiones, sobre todo en la costa de Levante y en Andalucía, la naciente burguesía propietaria se abrió paso violentamente a partir de 1836. En España la palabra liberalismo significó en realidad la parcelación de las viejas tierras comunales, y su «libre» venta, la expropiación de las pequeñas fincas y la constitución de latifundios. La introducción del régimen parlamentario en 1843 confirmó la dominación de los nuevos hacendados, los cuales, por supuesto, vivían en la ciudad, consideraban sus latifundios como lejanas colonias y los explotaban por medio de administradores o arrendatarios.

De este modo se formó un enorme proletariado rural. Hasta el estallido de la Guerra Civil, las tres cuartas partes de los habitantes de Andalucía eran braceros, esto es, jornaleros que vendían su mano de obra por un salario de hambre. Durante la cosecha el horario laboral era por lo general de doce horas. Durante la mitad del año reinaba un desempleo casi total. Las consecuencias eran una pobreza endémica, la desnutrición y el éxodo rural.

En los pueblos el poder del Estado se manifestaba principalmente como potencia ocupante. Un año después de apoderarse del aparato gubernamental, la nueva clase política de los hacendados creó un ejército de ocupación propio, la Guardia Civil, una gendarmería acuartelada, con el supuesto fin de eliminar el bandolerismo, la forma más primitiva de auto defensa campesina. En realidad, su verdadero objetivo era tener en jaque al proletariado rural, que ya adoptaba nuevas formas de lucha. La Guardia Civil se compone de individuos cuidadosamente seleccionados, siempre ubicados lejos de sus pueblos. A estas tropas se les prohíbe casarse con la población autóctona o confraternizar con ella. No se les permite salir de sus acantonamientos desarmados o solos; todavía actualmente la gente del campo los llama la pareja, porque siempre salen de dos en dos a patrullar. En los pueblos andaluces el evidente odio de clase se manifestó hasta los años treinta en una permanente guerra de guerrillas, una primitiva guerrilla campesina que tendía a convertirse de improviso en espontánea insurrección campesina. Estas rebeliones desencadenaban una irresistible violencia colectiva; se luchaba con increíble arrojo. Las insurrecciones seguían un desarrollo estereotipado: los trabajadores rurales mataban a los guardias civiles, secuestraban a los curas y funcionarios, incendiaban las iglesias, quemaban los registros catastrales y los contratos de arrendamiento, abolían el dinero, se declaraban independientes del Estado, proclamaban comunas libres y decidían explotar colectivamente la tierra. Es sorprendente comprobar cómo estos campesinos, en su mayoría analfabetos, seguían exactamente las consignas de Bakunin, sin saberlo, por supuesto. Como las sublevaciones eran únicamente locales y faltas de coordinación, sólo duraban en general algunos días, hasta que las tropas del gobierno las sofocaban sangrientamente.

El anarquismo español echó sus primeras raíces en los pueblos de Andalucía. Allí dio casi de inmediato una base ideológica y una firme estructura organizativa al movimiento espontáneo del proletariado rural; fomentó en los pueblos las ingenuas aunque firmes esperanzas de una pronta y completa revolución.

A fines de siglo había por todas partes en el sur de España «apóstoles de la idea», que recorrían el país a pie, a lomo de burro y en carromatos, sin un céntimo en el bolsillo. Los trabajadores los alojaban y les daban de comer. (Desde el principio, y esto es válido incluso hasta el día de hoy, el movimiento anarquista español nunca fue apoyado ni financiado desde el exterior.) Así se inició un masivo proceso de aprendizaje. Por todas partes se veían braceros y campesinos que leían, y entre los analfabetos había muchos que aprendían de memoria artículos enteros de los periódicos y folletos del movimiento. En cada pueblo había al menos un «ilustrado», un «obrero consciente», el cual se distinguía porque no fumaba, no jugaba, no bebía, profesaba el ateísmo, no estaba casado con su mujer (a la que era fiel), no bautizaba a sus hijos, leía mucho y trataba de transmitir sus conocimientos.

Cataluña es la antípoda económica de las empobrecidas y áridas zonas del sur y oeste de España. Siempre ha sido la región más rica y la de desarrollo industrial más elevado del país. Barcelona, la metrópoli naviera, exportadora, bancaria y textil, ya era a fines de siglo la cabeza de puente del capitalismo en la península ibérica. Las contribuciones impositivas per capita eran en Cataluña dos veces más elevadas que el promedio en el resto de España. Con excepción del País Vasco, Cataluña es el único sector de España que ha producido una burguesía empresarial capaz de funcionar; los industriales y banqueros catalanes no pensaban sólo en dilapidar, como los hacendados, sino también en acumular. Entre 1870 y 1930 se formó en Barcelona y sus alrededores un inmenso y superconcentrado proletariado industrial.

Pero en contraste con otras regiones parecidas de Europa, los trabajadores catalanes no se adhirieron a la socialdemocracia ni a los sindicatos reformistas, sino al anarquismo, el cual echó aquí sus segundas raíces, sus bases urbanas. Ya en 1918 el 80 % de los obreros de Cataluña pertenecían a organizaciones anarquistas. Estas circunstancias son aún más difíciles de explicar que el éxito de los bakuninistas en el campo. La sociología puede darnos los primeros indicios. Sólo una mínima proporción de los obreros de la zona industrial de Barcelona son nativos de la región; la mitad proceden de las áridas provincias de Murcia y Almería, es decir del sur; estas migraciones internas han proseguido hasta el presente, debido a la desocupación de origen estructural existente en el campo.

Las fuerzas centrífugas, que tan importantes son para la historia de España, representan la segunda causa. Muchas provincias españolas se caracterizan por su fuerte regionalismo, un ansia de independencia y autonomía y una tenaz oposición al dominio del gobierno central de Madrid; pero en ninguna parte es esto tan evidente como en Cataluña, una región que en muchos aspectos podría considerarse como una nación, y que ya en el siglo XVII dirigió una guerra de independencia contra la monarquía española. Su especial desarrollo económico ha contribuido a fortalecer esta tendencia. El nacionalismo catalán tiene dos caras. Su ala derecha representa los intereses de la burguesía regional y utiliza el problema de la autonomía para mistificar la lucha de clases. Pero para las masas la cuestión catalana adquiere un sentido enteramente revolucionario.

El deseo de autoadministración, el odio contra el poder central estatal y la insistencia en la radical descentralización del poder, eran elementos que volvían a encontrarse en el anarquismo.

Los anarquistas nunca se consideraron en ninguna parte como partido político; sus principios son no participar en las elecciones parlamentarias Y no aceptar puestos gubernamentales; no quieren apoderarse del Estado, sino abolirlo. También en sus propias asociaciones se oponen a la concentración del poder en la cima de la organización, en la central. Sus federaciones son elegidas por la base; cada una de sus regionales disfruta de una autonomía muy amplia, y, al menos teóricamente, la base no está obligada a obedecer las decisiones de la dirección. La aplicación práctica de estos principios depende por supuesto de las condiciones concretas. En España el anarquismo halló en 1910 su forma definitiva de organización, al fundarse la confederación de sindicatos anarquistas, la CNT (Confederación Nacional del Trabajo).

La CNT fue el único sindicato revolucionario del mundo. Nunca se comportó como los «patrones y obreros», que negociaban con los empresarios para mejorar la situación económica de la clase obrera; su programa Y su práctica consistieron en dirigir la lucha abierta y permanente de los obreros asalariados contra el capital, hasta la victoria definitiva. Su estructura y sus procedimientos tácticos concordaban con esta estrategia.

La CNT nunca fue un sindicato de tributarios, y no acumuló reservas financieras. La cuota de socio era insignificante en la ciudad, y en el campo no había que pagar nada para serlo. ¡Todavía en 1936 la CNT tenía sólo un funcionario a sueldo y un millón de afiliados! No existía ningún aparato burocrático. Los cuadros directivos vivían de su propio trabajo o con la ayuda directa de los grupos de base para los cuales actuaban. Éste no es un detalle insignificante, sino un factor decisivo que explica por qué la CNT nunca produjo «líderes obreros» aislados de las masas y llenos de las convencionales e inevitables deformaciones del caudillismo. Este control permanente desde abajo no estaba formalmente garantizado por medio de estatutos era una consecuencia de las formas de vida de los dirigentes: los cuales dependían directamente de la confianza de las bases.

Las armas principales de la CNT eran, tanto en la ciudad corno en el campo, la huelga y la guerrilla. Para los anarquistas no había más que un paso desde la huelga a la revolución. Sus luchas laborales eran dirigidas siempre con un gran sentido práctico. Este movimiento sindical rechazaba la simple lucha por el aumento de salario para la expansión y consolidación del «estado de posesión social». Rechazaba las «prestaciones sociales» o seguros, Y se negó sistemáticamente a concertar convenios colectivos de trabajo. Sólo de {acto reconoció los numerosos beneficios que obtenían para los trabajadores. Nunca aceptó comisiones de arbitraje ni treguas de ningún tipo. Ni siquiera disponían de una caja de resistencia en caso de huelga. En consecuencia, sus huelgas no tenían larga duración, pero eran tanto más violentas. Sus métodos eran revolucionarios: abarcaban desde la autodefensa hasta el sabotaje, y desde la expropiación hasta la insurrección armada.

El movimiento anarquista se planteó entonces la cuestión de la actividad legal e ilegal. Dadas las condiciones existentes en España, éste no era en absoluto un problema moral, ya que la clase dominante en la península ibérica no se había esforzado siquiera por mantener la fachada burguesa de un Estado constitucional democrático. Las elecciones parlamentarias fueron durante muchas décadas una completa farsa; se basaban en la compra de votos y la extorsión por medio de caudillos en el campo, y en el fraude más descarado. En España nunca hubo una división de poderes según la entendían las teorías estatales liberales. Hasta el fin de la Primera Guerra Mundial no existió una legislación social, y las leyes que se dictaron posteriormente nunca llegaron a aplicarse. La clase trabajadora era tratada con manifiesta injusticia y violencia, tanto por parte de los empresarios como del Estado. Así, el problema de la violencia quedaba aclarado antes de que pudiera ser planteado.

Sin embargo, la CNT era una organización de masas, por lo cual, a pesar de la represión, no podía operar en la clandestinidad. Grupos de cuadros clandestinos, como Los Solidarios, se encargaron desde el principio de las actividades ilegales de la CNT: autodefensa, suministro de armas, reunión de fondos, liberación de prisioneros, terrorismo y espionaje. Esta división del trabajo se formalizó en 1927 al fundarse la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Esta organización operaba fundamentalmente en un plano conspirativo. No se conoce con exactitud el número de sus miembros ni su organización interna. Pero se sabe que gozaba de un inmenso prestigio entre los trabajadores españoles. Todos sus afiliados pertenecían simultáneamente a la CNT. La FAI constituía, por así decido, el núcleo esencial de los sindicatos anarquistas; era una verdadera garantía contra amagos oportunistas y contra el peligro del reformismo. El modelo de Bakunin de un gran movimiento espontáneo de masas dirigido por grupos clandestinos y permanentes de revolucionarios profesionales, vuelve a manifestarse en esta estructura organizativa.

Se han inventado muchas historias acerca de la FAI. Es inevitable que surjan toda clase de rumores en torno al prestigio de una organización secreta. Prescindimos de la propaganda terrorista burguesa, por su obvia ignorancia. (Así, por ejemplo, los portavoces de los grandes terratenientes afirmaban, aún en 1936, que la FAI estaba «al servicio de Moscú».) En cambio, merecen una atención especial las ambigüedades que se derivan del origen y estructura de tales organizaciones conspirativas. Los adversarios de los anarquistas han aludido reiteradamente a los «elementos criminales» que se habrían introducido supuestamente en la FAI, sobre todo en Barcelona. Pero una estimación política no puede conformarse con alusiones al código penal. La clase obrera española, a diferencia de la alemana e inglesa, nunca se distinguió por su respeto a la propiedad privada, y, puesto que era oprimida a mano armada, siempre consideró la resistencia armada como un medio normal de autoafirmación. La ambigüedad que plantean estos grupos ilegales desde el punto de vista político tiene un origen totalmente diferente. Esta ambigüedad está en parte relacionada con un elemento social que siempre ha desempeñado un papel importante en Barcelona: el subproletariado. A su desarrollo han contribuido el éxodo rural, el desempleo, y también la subcultura internacional de una ciudad portuaria. Los obreros industriales catalanes no estaban distanciados de este sector social; se sentían solidarios y unidos a él por más de una razón. También en este aspecto se diferencian de los obreros especializados de Europa occidental, los cuales se sienten en su conciencia tan rigurosamente separados del subproletariado como de la clase superior. La policía hizo todo lo posible, por supuesto, por utilizar políticamente el latente antagonismo de clase existente entre los obreros industriales y el subproletariado. Especialmente a principios de siglo, la policía logró infiltrar agentes secretos y provocadores en el movimiento anarquista. Este doble juego ya se conoce a través de la historia de los socialrevolucionarios Y los bolcheviques en Rusia. La policía española colaboró con los grupos revolucionarios tan efectivamente como la Okrana. De las dos mil bombas que entre 1908-1909 explotaron en Barcelona ante las puertas de fábricas y casas de empresarios, puede imputarse la mayoría a la policía, la cual, por orden del gobierno central de Madrid, procedía así contra los anhelos de autonomía de los catalanes. Al igual que en Rusia, se demostró en España que la policía secreta había arriesgado demasiado; en lugar de desprestigiar políticamente a los anarquistas, sus provocaciones contribuyeron sólo al crecimiento de la CNT y la FAI.

No es fácil ponderar cuáles eran las ventajas y cuáles las desventajas de las formas organizativas anarquistas. Su contacto con las bases, su fervor revolucionario y su solidaridad militante eran insuperables; pero estas ventajas se obtenían a costa de una considerable falta de eficiencia, coordinación y planificación central. Así se produjeron hasta poco antes de la Guerra Civil reiterados intentos de rebelión y revueltas espontáneas y aisladas, sofocadas todas sin excepción: «ejemplos de cómo no debe hacerse una revolución», según dijo Engels en 1873.

Historiadores burgueses y marxistas han tratado de explicar reiteradamente por qué se produjeron con tanta persistencia durante un siglo tales intentos elementales y violentos de acabar, aquí y ahora, con la represión. Según ellos, el anarquismo español sería en el fondo una manifestación religiosa. Sus adeptos se imaginarían el día de la revolución como un juicio final, después del cual se sucedería en el acto el milenio, el reino milenario de la justicia divina. Según esta hipótesis, también el fanatismo y el espíritu de sacrificio de los anarquistas españoles serían rasgos mesiánicos. Es indiscutible en verdad que el movimiento, sobre todo en los pueblos, abrigaba imágenes y esperanzas cuasi religiosas. Pero el método de reducir todo a formas religiosas es insuficiente, como toda tesis de secularización. Así, siguiendo las normas de la historia de las ideas se oculta el contenido político de esta lucha. Los trabajadores españoles realizaron, consciente y resueltamente, las promesas de su religión. Los historiadores materialistas deberían reconocer esto por lo menos.

Mucho más interés merece la tesis que sostienen principalmente Gerald Brenan y Franz Borkenau. Según ésta, el anarquismo español expresaría una profunda resistencia contra el desarrollo capitalista, una resistencia dirigida contra el progreso material en general, como se concibe en los países industriales de Europa, y por ende también contra el esquema marxista del desarrollo histórico. Según este esquema, la burguesía aparece como una fuerza transitoriamente revolucionaria, el desarrollo de las fuerzas productivas como una fase necesaria, y la disciplina y la acumulación como imperativos inevitables de la industrialización. En cambio, los obreros y campesinos anarquistas de España rechazan este «progreso» con elemental violencia. De ningún modo admiran la capacidad productiva ni las conquistas del proletariado inglés, alemán y francés; se niegan a seguir su camino; no han asimilado ni el objetivo racional del desarrollo capitalista ni su fetichismo del consumo; se defienden desesperadamente contra un sistema que les parece inhumano, y contra la alienación que éste trae consigo. Odian el capitalismo con un odio que sus compañeros de Europa occidental ya no son capaces de sentir.

Creo que hay mucho de cierto en esta explicación. Ésta podría relacionarse con el hecho de que, contra las esperanzas de Marx y Engels, la revolución no triunfó en los países «avanzados» (ni en Inglaterra, Alemania o los Estados Unidos), sino en las sociedades donde el capitalismo era extraño y superficial. En lo que a España se refiere, esto no significa, empero, que los anarquistas fueran meros «residuos del pasado»; quien califique de arcaico a este movimiento, se adhiere precisamente al esquema histórico que aquí ponemos en tela de juicio. Los revolucionarios españoles no eran ludditas.1 Sus aspiraciones no apuntaban al pasado, sino al futuro: el capitalismo propendía a un futuro muy diferente; y en el corto lapso de su triunfo no cerraron las fábricas, sino que las pusieron al servicio de sus necesidades y las tomaron a su cargo.

Los solidarios

El terror de los Pistoleros

Fue el compañero Buenacasa, presidente del Comité Nacional de la CNT en San Sebastián, quien aconsejó a Durruti que fuera a Barcelona. Fue en 1920, una época de terrible represión. El gobernador Martínez Anido y el jefe de la policía, Arlegui habían organizado una sistemática campaña de terror' contra los anarquistas de Cataluña. Usaban todos los medios a su alcance. En colaboración con los empresarios de la región, trataron de organizar sindicatos amarillos obligatorios, los llamados «sindicatos libres». Por supuesto, ningún obrero quería adherirse voluntariamente a esos sindicatos. Entonces los empresarios, con la ayuda de las autoridades, formaron ex profeso una banda armada, los llamados «Pistoleros». Estas cuadrillas de asesinos se proponían liquidar a los trabajadores políticamente activos de Barcelona.

Durruti se hizo amigo de Francisco Ascaso, Gregorio Jover y García Oliver, una amistad que sólo la muerte destruiría. Organizaron un grupo de combate y mantuvieron en jaque con sus pistolas a los asesinos de obreros. La clase obrera española vio en ellos a sus mejores defensores. Practicaron la propaganda de los hechos y arriesgaron diariamente la vida. El pueblo los quería, porque no practicaban el engaño político.

El presidente del gobierno, un tal Dato, era considerado como el principal responsable de la campaña de represión desatada en Barcelona. Los anarquistas decidieron ajusticiado mediante un atentado. Y así lo hicieron.

Después se ocuparon del cardenal Soldevila, que residía en Zaragoza. Éste cayó víctima de las balas de Ascaso y Durruti. El distinguido cardenal financiaba, con los ingresos de una sociedad anónima propietaria de hoteles y casinos, los sindicatos libres amarillos y su centro de asesinos en Barcelona.

[HEINZ RÜDIGER / ALEJANDRO GILABERT]

Conocí a Durruti en Barcelona, en 1922. La CNT ya era entonces una inmensa organización sindical. No sólo representaba a la mayoría de los trabajadores, sino que controlaba también casi todas las empresas.

Organizamos entonces el grupo Los Solidarios, que después se hizo tan famoso o tan temido. Éramos doce más o menos: Durruti, García Oliver, Francisco Ascaso, Gregorio Jover, García Vivancos y Antonio Ortiz. Al principio éramos sólo una docena en total.

Necesitábamos estos grupos para defendemos del terror blanco. Los empresarios habían formado, de común acuerdo con las autoridades, unidades propias de mercenarios, grupos de matones bien armados y mejor pagados. Teníamos que defendemos. Cuando fundamos nuestra agrupación, ya habían caído, víctimas del terror blanco, más de 300 sindicalistas anarquistas, sólo en Barcelona. ¡Más de trescientos muertos!

Entonces no podíamos pensar para nada en acciones revolucionarias ofensivas. Era la época de la autodefensa. La FAI no existía todavía; se fundó poco más tarde. Por lo tanto, organizamos regionales con gente que conocíamos de los barrios o de la fábrica. Teníamos que armamos y necesitábamos dinero para sobrevivir.

[RICARDO SANZ]

Miembros del grupo Los Solidarios (1923-1926)

Francisco Ascaso, de Aragón, camarero, nacido en 1901.
Ramona Bemi, tejedora.
Eusebio Brau, herrero, asesinado por la policía en 1923.
Manuel Campos, de Castilla, carpintero.
Buenaventura Durruti, mecánico y ajustador de León, nacido en 1896.
Aurelio Femández, de Asturias, mecánico, nacido en 1897.
Juan García Oliver, de Cataluña, camarero, nacido en 1901.
Miguel García Vivancos, de Murcia, obrero portuario, pintor y chofer, nacido en 1895.
Gregorio Jover, carpintero.
Julia López Mainar, cocinera.
Alfonso Miguel, ebanista.
Pepita Not, cocinera.
Antonio Ortiz, carpintero.
Ricardo Sanz, de Valencia, obrero textil, nacido en 1898.
Gregorio Soberbiela o Suberviela, de Navarra, maquinista.
María Luisa Tejedor, modista.
Manuel Torres Escartín, de Aragón, panadero, nacido en 1901.
Antonio, El Tato, jornalero.

[RICARDO SANZ 2 / CÉSAR LORENZO]

Ascaso

Me encontré por primera vez con los dos hermanos Ascaso n Zaragoza. Fue en 1919, cuando la Revolución Rusa aún no se había vuelto autoritaria y ejercía una incomparable sugestión agitativa sobre las masas trabajadoras del mundo, incluso en España.

Los hermanos Ascaso pertenecían entonces al grupo Voluntad, que editaban también un excelente periódico del mismo nombre.

En Zaragoza se produjo, en esa época, una repentina sublevación de los soldados del cuartel del Carmen. Una noche, sin avisar antes a los anarquistas, algunos soldados redujeron a la guardia, mataron a un oficial y a un sargento y se apoderaron del cuartel dando vivas a los soviets y a la revolución social. Luego se dirigieron a la ciudad y ocuparon la central telefónica, la oficina de correos y telégrafos y las redacciones de los periódicos. Como quiera que a las cuatro de la mañana no sabían qué hacer, en su entusiasmo ingenuo y desordenado, decidieron por último regresar al cuartel, y allí se atrincheraron. Al llegar la Guardia Civil se rindieron tras breve lucha.

Por supuesto, la policía trató de arrancar informaciones a los amotinados acerca de los cabecillas e instigadores, pero su esfuerzo fue en vano, porque no los había. La justicia militar se encontró ante el dilema de fusilar a todos o a ninguno. Pero nunca falta un cobarde, y en este caso lo fue el director del diario local Heraldo de Aragón, el cual delató a la policía a siete soldados que habían ocupado su imprenta. Los siete fueron fusilados. El odio que despertó este adulador, perpetuo calumniador de los anarquistas y los sindicalistas, impulsó a uno de nuestros compañeros a tomar su pistola y acribillarIo a tiros.

Acto seguido, a raíz del hecho, se formuló querella judicial contra los hermanos Ascaso. El mayor, Joaquín, logró huir, pero el menor, Francisco, un camarero, fue apresado. El dueño, los camareros y los huéspedes del hotel donde él trabajaba, declararon unánimemente que éste estaba trabajando en el momento de ocurrir el hecho. Sin embargo, habría sido seguramente condenado a muerte, como el fiscal había solicitado, si la población de Zaragoza no hubiese opuesto resistencia y proclamado la huelga general para el día del pronunciamiento de la sentencia. Dadas las circunstancias, el jurado prefirió absolver a Ascaso. Al trasponer la puerta de la cárcel el sonriente Ascaso, que entonces tenía dieciocho años, la multitud que lo esperaba gritó: «¡Viva la anarquía!», y nosotros, que aún estábamos presos, nos unimos a ese grito.

Viendo que no encontraba trabajo en Zaragoza y que la policía lo detenía una y otra vez, Ascaso decidió irse a Barcelona. Fue en 1922. Allí se convirtió en uno de los organizadores del sindicato de la alimentación. También actuó en la comisión de enlace de los anarquistas.

Un día me anunció que quería ir a La Coruña y enrolarse allí como camarero; las perspectivas parecían buenas, ya que la provisión de empleos para la flota mercante estaba controlada por sindicalistas anarquistas. Apenas llegó a la ciudad fue detenido, bajo la acusación de planear un atentado contra Martínez Anido, que se hallaba casualmente el mismo día en La Coruña. Como no tenían pruebas, tuvieron que ponerlo de nuevo en libertad. Regresó a Zaragoza, donde vivía su familia. Pero allí volvió la policía a tenderle una trampa. El cardenal Soldevila, instigador de numerosos crímenes contra los trabajadores y los «elementos subversivos», había sido asesinado por manos anónimas al regresar a casa después de visitar un convento de monjas. Como consecuencia hubo detenciones en masa de sindicalistas y anarquistas. En esta razzia cayó también Ascaso. Por lo pronto la policía tuvo que ponerlo en libertad, ya que un guardia y varios presos declararon que en el momento del atentado él se hallaba visitando a alguien en la cárcel. Pero como las autoridades no habían conseguido nada con sus pesquisas, y necesitaban un chivo expiatorio, lo detuvieron otra vez ocho días más tarde. Se preparó un proceso contra él. El fiscal pidió la pena de muerte. Los anarquistas temieron por la vida de Ascaso, ya que entretanto, a través de un golpe de Estado, había tomado el poder el dictador Primo de Rivera, el cual ya había ordenado ahorcar a dos anarquistas. Sin embargo, antes de iniciarse el juicio, Ascaso logró escapar de la prisión junto con otros seis presos políticos.

[V. DE ROL]

Jover

Jover era el mayor de Los Solidarios; allí lo apodaban El Serio. Procedía de una familia de campesinos pobres de la provincia de Teruel. Sus padres lo enviaron a Valencia para evitarle las penurias de una vida de jornalero. Allí se hizo colchonero, y encontró trabajo en una fábrica de colchones. Fue encarcelado por vez primera al declararse una huelga en su gremio. En su transcurso se produjeron acciones violentas: los esquiroles fueron apaleados, las fábricas sitiadas, y finalmente, como auto defensa contra las represiones de los empresarios, se ajustició al propietario de una fábrica. El comité de huelga fue encarcelado. Jover fue condenado a dos años de cárcel, por instigación a la violencia, lesiones, etc. Muy poco tiempo después de salir de la cárcel, fue encarcelado de nuevo, en esta ocasión por difundir escritos subversivos en los cuarteles.

Por último fue a Barcelona, y allí se convirtió en uno de los militantes más combativos de la proscrita CNT.

La burguesía había desencadenado entonces una violenta ofensiva contra los trabajadores. El terror blanco se intensificaba diariamente. Los arrestos, torturas y fusilamientos de «fugitivos» estaban a la orden del día. A los trabajadores anarquistas no les quedaba otra alternativa que recurrir a la violencia proletaria. Jover, al igual que sus mejores compañeros, se lanzó arma en mano contra las bandas de pistoleros de los capitalistas. Por aquella época ningún trabajador militante podía salir de su casa sin armarse antes hasta los dientes; en los lugares de trabajo la pistola siempre estaba al alcance de la mano, al lado de las herramientas.

El millonario empresario Graupera, presidente de la unión industrial, cayó bajo las balas de comandos armados. Lo siguieron los asesinos policiales Barret, Bravo Portillo y Espejo. Maestre Laborde, ex gobernador de Barcelona, murió en Valencia. En Zaragoza cayeron bajo las balas de los revolucionarios el gerente de una fundición de Bilbao, el propietario de la fábrica de vagones, el arquitecto municipal, un ingeniero de la compañía de luz eléctrica y un vigilante, conocido como delator y negrero. También en Barcelona tuvo que defenderse desesperadamente la CNT. Cada día moría un obrero, y al día siguiente un burgués o un policía. Tres años duró esta lucha callejera. Martínez Anido y Arlegui, que dirigían la represión desde sus oficinas, no se atrevían a salir al aire libre.

La policía anunció haber descubierto un complot de los anarquistas contra Martínez Anida. Los conspiradores se proponían, presuntamente, matar primero al alcalde de Barcelona, y después, durante su entierro, al que debían asistir Anida y Arlegui, liquidar a los huéspedes de honor con granadas de mano. La represión se intensificó más aún. La violencia proletaria lanzó una contraofensiva. El Club de Caza de Barcelona, donde se reunían los magnates de la industria, fue atacado con granadas de mano, a pesar de la fuerte vigilancia; varios empresarios fueron gravemente heridos. También el alcalde de la ciudad fue herido en un tiroteo, al igual que el concejal católico Anglada. En medio de esta atmósfera de continua lucha, bajo perpetuo peligro de muerte, Jover se destacó por su serenidad y su valerosa energía.

Después de la ejecución del presidente Dato a manos de los trabajadores, Anida y Arlegui tuvieron que renunciar. Los sindicatos fueron legalizados. Las organizaciones pudieron restablecerse. Fue entonces cuando Jover conoció a Durruti y a los hermanos Ascaso.

Después de tres años de sangrienta represión, la primera manifestación pública celebrada en Barcelona tuvo un gran éxito. Una convocatoria del sindicato de obreros madereros bastó para colmar el teatro Victoria, una de las salas más grandes de España. El acto comenzó con la lectura de una larga lista: los nombres de 107 precursores de la CNT caídos. Desde entonces los grupos anarquistas de Barcelona desplegaron una actividad febril. Fundaron centros culturales y escuelas para obreros; su periódico Solidaridad Obrera, alcanzó un tiraje de 50.000 ejemplares y superó así a todos los periódicos burgueses de la ciudad.

[V. DE ROL]

El dinero para la escuela

Me incorporé al movimiento anarquista en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, bajo la influencia de mi padre, que era un comunero y había luchado en 1871 en las barricadas de París.

Cuando estalló la guerra tenía apenas diecinueve años; ya había escrito mis primeros artículos. Yo era internacionalista y quise participar en esa guerra, así que me fui a España, por00 e este país era neutral. Allí, naturalmente, entré enseguida en contacto con el movimiento y me hice activo anarquista.

Fui tirando diez años como jornalero, ayudante en una herrería y una fundición; ejercí una docena de profesiones, hasta que llegué a los veintiocho años. Luego entré a trabajar improvisadamente como maestro; no como profesor, no, más bien de maestro de escuela primaria en una escuela gratuita de La Coruña, en Galicia, en el extremo noroccidental de España. Fueron los sindicatos, la CNT, los marineros, los portuarios y estibadores quienes organizaron y sostuvieron esta escuela. El capital necesario para su fundación lo aportó Durruti.

Claro que no lo había obtenido legalmente. Ahora puedo decírselo con toda franqueza: fue un asalto, no a un banco esta vez, sino a una casa de cambio. Durruti se presentó con la pistola en la mano, pidió el dinero, se armó un tiroteo, el dinero fue remitido al sindicato, la escuela comenzó a funcionar, eso es todo.

Acciones como ésta no pueden juzgarse con el código penal burgués en la mano. Vea usted, yo mismo he pasado por situaciones en las cuales tal vez habría sido capaz de matar, suponiendo que hubiese tenido el valor de hacerla. Para comprender la desesperación de estos hombres y explicar sus acciones, es preciso haber visto la miseria, la terrible miseria que reinaba entonces en España.

[GASTON LEVAL]

Tres razzias

La huelga de los albañiles del metro de Barcelona contra la empresa constructora Hormaeche produjo una nueva ola de luchas. Esta empresa era un viejo enemigo de la CNT y había contratado a una banda de criminales para liquidar a los promotores de la huelga. Los anarquistas tuvieron que defenderse.

En León fue ejecutado el ex gobernador de Bilbao, González Regueral. Como era habitual, la policía buscó a los culpables en las filas del grupo Los Solidarios. La sospecha cayó primero sobre Durruti. Sin embargo, éste pudo demostrar que durante el día en cuestión se encontraba en Bruselas para pedir la extensión de un pasaporte. A continuación fue acusado Ascaso, pero también él tenía una coartada: el día del atentado se hallaba preso en La Coruña. Por último a la policía se le ocurrió acusar a los anarquistas Suberviela y Arrarte. Éstos se ocultaron en Barcelona.

Por casualidad descubrieron las autoridades las fechas y punto de reunión de Suberviela, Arrarte, Ascaso el joven y Jover. La casa en que paraba Suberviela fue rodeada. En lugar de entregarse, éste trató de abrirse paso y arremetió contra los policías con una pistola en cada mano. Los policías retrocedieron atemorizados, pero otros agentes, ocultos en las esquinas y en las entradas de las casas, le dispararon hasta matado. En la casa de Arrarte se presentaron algunos policías de paisano, y dijeron ser compañeros perseguidos. Éste fingió creerles, les prometió llevados a la casa de un compañero, donde estarían seguros, y trató en cambio de conducidos a las afueras de la ciudad. Allí pensaba desembarazarse de ellos. Pero los policías no le dieron tiempo y lo mataron en la calle. Ascaso fue sorprendido en el cuarto piso de una casa; se tiró por la ventana y logró salvarse, a pesar de que sus perseguidores dispararon contra él. Jover fue detenido en su casa y conducido a la jefatura de policía. Más tarde, mientras lo conducían ante el jefe de la policía, pasó ante una puerta que daba-a la calle; les dio a sus dos guardias unos fuertes golpes en el pecho y escapó bajo una lluvia de balas.

[V. DE ROL]

En el verano de 1923, poco después de la ejecución de Regueral a manos del grupo Los Solidarios, Durruti fue detenido mientras viajaba en tren de Barcelona a Madrid. La declaración de prensa de la policía, que apareció al día siguiente en los periódicos, daba como motivo de su arresto «la sospecha» de que Durruti se dirigía a Madrid para preparar el asalto a un banco. «Además, había en San Sebastián una orden de detención contra él, por un robo a mano armada contra las oficinas de la firma Mendizábal Hnos.»

El mismo día viajó a San Sebastián un miembro del grupo, para visitar a los señores Mendizábal e insinuad es que no se metieran con Durruti. Cuando la policía lo condujo a San Sebastián y dispuso la confrontación, los señores ya no se acordaban más de él. El juez tuvo que ponerlo en libertad.

El día anterior el cardenal Soldevila había sido ejecutado por unos desconocidos en Zaragoza, en un lugar llamado El Terminillo.

[RICARDO SANZ 2]

Durruti, Ascaso, Jover y García Oliver participaron en la organización del atentado contra el presidente Dato.

Durruti sólo participó marginalmente en la acción. «La preparación del atentado fue en realidad obra de Ramón Archs, quien murió torturado después. Todavía vive uno de los que participó en el atentado. Otro de los cómplices, Ramón Casanellas, huyó a la Unión Soviética, y allí se convirtió al comunismo; murió en un accidente de motocicleta.»

[FEDERICA MONTSENY 2]

A fines de agosto de 1923 se reunieron en Asturias la mayoría de los miembros del grupo Los Solidarios. El primero de septiembre fue asaltada en Gijón la filial del Banco de España. No hubo víctimas; pero unos días después la Guardia Civil 10calizó en Oviedo a algunos compañeros que habían participado en el golpe. Se produjo un tiroteo y en él perdió la vida Eusebio Brau. Fue el primer miembro del grupo que moría bajo las balas de la policía. Además fue arrestado Torres Escartín, a quien la policía acusó de ser el responsable del atentado contra el cardenal Soldevila. Escartín fue torturado por la policía. Participó en un intento de evasión de la cárcel de Oviedo, pero la Guardia Civil lo había maltratado tanto durante los interrogatorios que no tuvo fuerzas para huir.

El cadáver de Eusebio Brau nunca fue identificado por la policía. Su madre, que ya tenía más de cincuenta años y era viuda, vivía en Barcelona. Para proveer a su mantenimiento, el grupo arrendó para ella un puesto en el mercado de Pueblo Nuevo, el barrio de donde ella era originaria.

[RICARDO SANZ 2]

Las armas

En cuanto a las armas, sólo teníamos armas de fuego portátiles, pequeños revólveres. No era fácil comprar armas en España. Sin embargo en Barcelona había una fundición donde trabajaban compañeros nuestros. Éstos dijeron que era posible adquirir esa empresa para fabricar allí cascos de granada. Esto era ideal para la revolución. Sólo nos faltaba la dinamita para cargar los cascos. Pero eso no era un problema, porque nosotros también teníamos compañeros que trabajaban en las canteras, y ellos podían suministrarnos la dinamita.

Sin embargo, no podíamos hacer nada sin dinero, y el dinero estaba en los bancos. Entonces parecía una herejía que nosotros, que estábamos contra el capitalismo y el dinero, fuéramos a buscado a los bancos. Hoy se considera normal. El dinero no lo necesitábamos para nosotros. Lo tomamos porque la revolución necesitaba dinero. En España fuimos los primeros, los introductores, por así decido. En aquella época se consideraba inmoral. Hoy es moral; lo que antes era injusto hoy es justo.

Una vez viajé a Marsella con un contrabandista español. En Marsella conseguimos armas. El contrabandista era un especialista en estas cosas. De Marsella traje también mi primer fusil ametralladora, uno de fabricación alemana. Más tarde, en 1936, después del golpe de Estado de los generales, salí con él a la calle.

[RICARDO SANZ 1]

En octubre de 1923, un mes después del golpe de Estado de Primo de Rivera, Los Solidarios lograron comprar a través de un mediador, en la fábrica de armas Garate y Anitua de Éibar, 1.000 rifles de doce tiros de repetición, con 200.000 cartuchos. El grupo abonó 250.000 pesetas por el suministro.

Ya mucho antes Los Solidarios habían adquirido por 300.000 pesetas una fundición en el barrio de Pueblo Nuevo, en Barcelona. En dicha fundición fundía el grupo sus propios cascos para las granadas de mano. El fundidor Eusebio Brau se encargó de este trabajo para el grupo. En el barrio de Pueblo Seco, también en Barcelona, Los Solidarios tenían un depósito de armas que contenía más de 6.000 granadas de mano cuando fue descubierto por la policía debido a una delación.

Además había, distribuida por toda la ciudad, una serie de depósitos de armas de fuego portátiles y fusiles, casi todos comprados en Francia y Bélgica. Éstos entraban en España de contrabando, generalmente por la frontera francesa, por Puigcerda y Font-Romeu, donde el grupo tenía sus intermediarios. Otros suministros llegaban por vía marítima.

Los Solidarios se atenían estrictamente a una regla: sólo los participantes inmediatos podían saber algo con respecto a la acción que preparaban, es decir, cada uno sabía sólo lo imprescindible. En el grupo nunca existió un Jefe o cabecilla. Las decisiones las tomaban los actores mismos en conjunto.

[RICARDO SANZ 2]

El Comité Nacional de la Revolución había comprado armas en Bruselas y las había introducido por Marsella. Pero el material resultó ser insuficiente. Por esta razón, en junio de 1923 viajaron Durruti y Ascaso a Bilbao, para obtener allí una provisión más abundante. La fábrica estaba en Éibar. Un ingeniero que trabajaba allí ofició de intermediario. Las armas debían ser embarcadas oficialmente con destino a México; pero estaba previsto que el capitán recibiera nuevas órdenes al llegar a alta mar, y a través del estrecho de Gibraltar siguiera rumbo a Barcelona, donde se descargaría el cargamento, por la noche, muy lejos de la rada. El tiempo apremiaba. La fábrica no pudo cumplir con el plazo de entrega, y las armas no llegaron a Barcelona hasta septiembre; demasiado tarde, ya que entretanto Primo de Rivera había concluido victoriosamente su golpe de Estado. El barco tuvo que regresar a Bilbao y devolver las armas a la fábrica.

[ABEL PAZ 2]

La madre

Más tarde no nos vimos con tanta frecuencia, pero cuando Durruti venía a León y visitaba a su familia, nos ponía al corriente de lo que pasaba en Barcelona y de las luchas que allí se desarrollaban. Venía a ver a su madre, ¿comprendéis?, y ella le remendaba la ropa y le arreglaba los zapatos.

Y la madre decía: «Pues ya no sé lo que pasa. Los periódicos dicen que Durruti ha hecho esto y lo otro y lo de más allá, y cada vez que viene a casa, llega hecho un harapo. ¿No lo veis Cómo viene? ¿Qué se imaginan los periodistas? No dicen más que mentiras, necesitan un chivo expiatorio y lo han elegido a el." y así era, ¿sabéis? Durante dos años Durruti fue la encarnación del demonio. Y no se cansaban de tentado, cada vez que pasaba algo en un banco o estallaban bombas. Y la madre gritaba: «Esto no puede ser, cada vez que viene a casa tengo que remendarle la ropa, y en los diarios dicen que saca el dinero a paladas allí donde lo encuentra.» Por supuesto que hubo muchos asaltos, pero Durruti tomaba el dinero con una mano y lo daba con la otra para las familias de los presos y para la lucha. No tenemos nada que ocultar, ¿comprendéis?, y tampoco nos avergonzamos de haberlo hecho, para que lo sepáis."

[FLORENTINO MONROY]

Por la cárcel hemos pasado todos y cada uno de nosotros. ¿Una vez? ¡No me hagáis reír! Docenas de veces. En 1923, al subir al poder el dictador Primo de Rivera, nos metieron a todos en la cárcel. Nos encerraban por cualquier causa, y no sólo durante la dictadura. He pasado cinco años en la cárcel, no sólo en Barcelona, sino también en Zaragoza, en San Sebastián y en Lérida. Y mientras estábamos presos siempre había algunos guardias que simpatizaban con nosotros. Nos traían informaciones y llevaban nuestras comunicaciones cifradas al exterior, la cosa funcionaba como por arte de magia. Algunos lo hacían por convicción, a otros los sobornamos. Los compañeros se ocupaban de la familia, en este sentido podíamos estar tranquilos. A veces hasta teníamos conferencias políticas en la cárcel.

Con Durruti sólo estuve una vez en la cárcel, con García Oliver varias veces, y a algunos de los compañeros de presidio de entonces los nombraron ministros después.

[RICARDO SANZ]



Notas al pie

  1. Movimiento de obreros ingleses que se opusieron a la industrialización y destruían las máquinas (1811-1817). (N. de los T.)
    Regresar