Séptimo comentario

El héroe

La historia del anarquismo español puede conducir fácilmente a la desesperación al amante de la verdad. Quien busque hechos se topará con versiones. ¿Cuántos afiliados tenía la CNT en 1919? 700.000, 1.000.000, 550.000. Tres fuentes, ninguna mejor que la otra, ofrecen tres informaciones distintas. En 1936, al estallar la Guerra Civil, los cálculos oscilaban entre un millón y 1.600.000. Un año más tarde, la redacción de Solidaridad Obrera desalentó toda curiosidad académica y el afán de ulteriores investigaciones con una sola frase brutal: «¡Basta de miserables estadísticas! ¡Nos debilitan el entendimiento y nos paralizan la sangre!»

Más borrosa aún se vuelve la realidad cuando nos aproximamos a la figura del héroe. La biografía de Durruti es un caso especial. Las contradicciones de la tradición oral hilan un insoluble ovillo de rumores. ¿Participó Durruti en el atentado contra el presidente Dato? ¿Qué países de Latinoamérica visitó, y qué le sucedió allí? ¿Quién incendió la catedral de Lérida? ¿Hubo un acercamiento entre Durruti y los comunistas en el otoño de 1936? No hay respuestas para estas preguntas. O hay demasiadas.

Las dos obras básicas que describen la Guerra Civil sólo dedican pocas páginas a Durruti; pero incluso los escasos datos que ofrecen ambos libros son incongruentes. El inglés Hugh Thomas informa que Durruti había sido condenado a muerte en cuatro países; que a fines de julio de 1936 su columna se componía de miles de hombres; que su muerte fue causada por una bala perdida proveniente del sector enemigo. El francés Pierre Broué, en cambio, se refiere sólo a una sentencia de muerte, dictada en Argentina; calcula en tres mil los efectivos de la columna; y afirma la posibilidad de que Durruti haya sido asesinado por su propia gente.

Estas discrepancias no son nada sorprendentes y no debería reprocharse a los historiadores por ello. Ni la más celosa crítica de las fuentes podrá desatar el nudo de esta tradición; a lo sumo podremos, con su ayuda, trazar el árbol genealógico de las diversas versiones. Así puede comprobarse cómo en tales genealogías un oscuro folleto propagandístico adquiere una cierta respetabilidad al ser citado en un estudio científico. De allí pasa a descripciones serias, obras básicas y enciclopedias. La fe de carbonero en la palabra impresa está muy difundida; lo que se cita con frecuencia adquiere la validez de un hecho.

No es difícil explicar por qué la historia de una organización como la CNT, y más aún, la FAI, se mueve en un terreno tan inestable. Cuando las masas mismas intervienen, en lugar de dejar sus asuntos a cargo de «conspicuos» políticos, no se publica en general ningún protocolo. Rara vez se escribe lo que pasa en la calle. Hay que considerar, además, la larga práctica de la ilegalidad, que se convierte en una segunda naturaleza de los anarquistas españoles. Las luchas de clases en España no eran noticia para los diarios. La clandestinidad en la que actuaban hombres como Durruti no permitía el paso de las cámaras. Puesto que los archivos de la policía española tienen buenos motivos para estar cerrados, dependemos de dos fuentes principales: la propaganda de aquella época de la CNT y los recuerdos de los supervivientes. Muchos de quienes estuvieron presentes prefieren aún hoy callar. Quien habla lo hace con ciertos miramientos; además, el intervalo de tres hasta seis décadas vuelve borroso el recuerdo. Los viejos folletos y las revistas medio desaparecidas de los años veinte y treinta sobrevivieron con creces a sus objetivos; sirvieron para la agitación inmediata, la autojustificación y la acusación. Allí se rechazan con indignación las acusaciones de la policía y se afirma con énfasis la inocencia de los compañeros; con frecuencia, sin embargo, una página más adelante se habla de sus gloriosos duelos y exitosos atentados y asaltos.

Las contradicciones de esta tradición son inseparables de su contenido. Estos materiales no permiten una lectura pasiva. Leer significa aquí diferenciar, juzgar y tomar partido.

La extraña penumbra que rodea a la historia del anarquismo español se hace más densa a medida que nos aproximamos al tema central de este libro. Incluso después de leer todo lo que se sabe de él, Durruti sigue siendo lo que siempre fue: un desconocido, un hombre de la multitud. Es sorprendente comprobar cómo se repiten en los relatos las definiciones negativas: «No era un orador», «No pensaba en sí mismo», «No era un teórico», «No me lo imagino como general», «No era orgulloso», «No se conducía como el dirigente de un partido», «De militar no tenía nada»,«El trabajo organizativo no era su fuerte», «En nuestro movimiento hubo muchos Durrutis», «No era un funcionario, ni un intelectual o estratega». Lo que era en realidad no lo sabemos. Lo esencial es inexpresable. Es imposible captar lo típico de Durruti en su peculiaridad individual. Lo que se destaca en los detalles anecdóticos es su actitud social, incluso en sus acciones más privadas. Las descripciones retienen un inconfundible perfil proletario; dibujan una silueta sin darle un contenido psicológico.

Ante Durruti fracasa la comprensión. Precisamente por eso las masas se sintieron reflejadas en él. Su existencia individual fue absorbida enteramente por un carácter social: el del héroe. Pero la historia de un héroe obedece leyes que la novela burguesa de la evolución intelectual1 no conoce. Su metabolismo es orientado por necesidades más poderosas aún que meros hechos. La leyenda recoge anécdotas, aventuras y secretos; busca lo que necesita y descarta lo que no le sirve; y de este modo obtiene una concordancia que defiende tenazmente. El enemigo, que se obstina en destruida y «desenmascaran> al héroe, se estrella contra la consistencia de esas narraciones colectivas, contra su carácter consecuente y su densidad. La refutación científica de ciertos detalles afecta menos aún a la historia de un héroe. Esta inmunidad otorga al héroe una extraña influencia política, que incluso los más escaldados ajedrecistas de la política realista tienen que tomar en cuenta; no se opondrán a él, sino que tratarán más bien de explotar su autoridad, sobre todo cuando éste está muerto y no puede defenderse.

La dramaturgia de la leyenda heroica ya ha sido establecida en sus rasgos esenciales. Los orígenes del héroe son modestos. Se destaca de su anonimato como luchador individual ejemplar. Su gloria va unida a su valor, a su sinceridad y a su solidaridad. Sale airoso en situaciones desesperadas, en la persecución y en el exilio. Donde otros caen él siempre se escapa, como si fuera invulnerable. Sin embargo, sólo a través de su muerte completará su ser. Una muerte así siempre tiene algo de enigmático. En el fondo sólo puede explicarse por una traición. El fin del héroe parece un presagio, pero también una consumación. En este preciso instante se cristaliza la leyenda. Su entierro se convierte en manifestación. Se pone su nombre a las calles, su retrato aparece en las paredes y en los carteles políticos; se convierte en talismán. La victoria de su causa habría conducido a su canonización, lo que casi siempre equivale a decir al abuso y la traición. Así, también Durruti habría podido convertirse en un héroe oficial, en un héroe nacional. La derrota de la revolución lo preservó de este destino. Así siguió siendo lo que siempre fue: un héroe proletario, un defensor de los explotados, de los oprimidos y perseguidos. Pertenece a la antihistoria que no figura en los libros de texto. Su tumba se halla en los suburbios de Barcelona, a la sombra de una fábrica. Sobre la blanca losa siempre hay flores. Ningún escultor ha cincelado su nombre. Sólo quien se fije bien podrá leer lo que un desconocido raspó con una navaja y mala letra sobre la piedra: la palabra Durruti.

La muerte

La noticia

Yo venía del frente con mis hombres y al llegar a la plaza de la Moncloa alguien me llamó: «Rionda, ven acá.» «¿Quién?, ¿yo?» «Sí, tú.» Me acerqué y me dijo: «Rionda, ven enseguida, Durruti se está muriendo.» Era uno de su escolta quien me lo dijo, Ramón García, miope, de cara delgada.

[RICARDO RIONDA CASTRO]

Estaba sentado ante mi máquina de escribir. Era el atardecer cuando de repente vi entrar por la puerta al chófer de Durruti. Se llamaba Julio Graves, un muchacho de estatura mediana, que siempre se mantenía derecho. Me preguntó dónde estaba mi hermano Eduardo, a quien él conocía muy bien desde la época de las luchas revolucionarias de Barcelona. Le dije que Eduardo estaba acostado en la habitación de al lado. No le presté mucha atención al chófer, pero me acuerdo de que parecía excitado y triste. Lo atribuía a las dificultades de los días que estábamos atravesando.

Cuando mi hermano se despertó escuché que los dos intercambiaban unas palabras. De pronto los dos se pusieron a llorar. Me levanté enseguida y fui hacia ellos.

-¿Qué pasa? -pregunté.

-Durruti está herido de muerte. Tal vez ya esté muerto.

-Es mejor que nadie se entere -agregó el compañero Julio Graves.

Eran las cinco de la tarde.

Fuimos los tres al Hotel Ritz; allí se había instalado el hospital de las milicias catalanas. Muy pocos sabían la noticia. En el hospital encontré al doctor Santamaría, un médico anarquista que había venido a Madrid con las tropas de Durruti desde el frente de Aragón. Alto y flaco con su guardapolvo blanco de cirujano, me informó sobre el estado del herido. No se le podía salvar la vida a Durruti.

Una enfermera salió de la sala donde él yacía. Hablaron de una sonda, que habían introducido dos veces.

Fui al vicecomité nacional de la CNT. Ya se habían difundido algunos rumores. Los compañeros decían que era necesario guardar el secreto. Hasta muy tarde por la noche no me atreví a llamar a Barcelona para transmitir la noticia.

La dirección de los anarquistas se reunió para deliberar; teníamos que aguardar el resultado de esta consulta. Se discutió sobre todo la defensa de Madrid. Durruti era un hombre con cuyo nombre se podía ganar una batalla, incluso después de su muerte, como con el nombre del Cid.

[ARIEL]

No recuerdo la fecha exacta, pero una tarde, cerca de las tres y media, nos trajeron al hospital a ese dirigente del anarquismo español, grave, mortalmente herido, según mi opinión. En aquella época no existía una cirugía cardiaca con métodos y técnicas adecuadas. Y les informé a mis colegas. No se podía operar; era seguro un desenlace fatal. El doctor Bastos, una eminencia, corroboró mi pronóstico y aconsejó también que no se realizara una intervención quirúrgica.

En cuanto al orificio de la bala, estaba situado a la altura de la caja torácica, entre la sexta y la séptima costilla. Las lesiones internas eran muy graves, especialmente en la zona del pericardio. Era indudable que el paciente moriría de una hemorragia interna.

[MARTÍNEZ FRAILE]

Cuando llegué todavía vivía. Me reconoció, tenía dolores, quería hablar, pero el médico lo había prohibido. Luego dijo algo, no lo entendí bien. Algo sobre los comités. ¡Demasiados comités! Siempre hablaba de eso, desde que llegamos a Madrid. En cada esquina había un comité; era como para sacarlos a tiros de esos agujeros. ¡Demasiados comités! Ésas fueron sus últimas palabras.

[RICARDO RIONDA CASTRO]

Cómo encontró la muerte nuestro compañero Durruti:

Nuestro malogrado compañero salió para el frente a eso de las ocho y media de la mañana, para visitar los puestos avanzados de su columna. En el camino encontró a algunos milicianos que abandonaban el frente. Ordenó detener el coche; cuando estaba a punto de bajar sonó un disparo. Se supone que dispararon desde una ventana de un pequeño hotel de la plaza de la Moncloa. Durruti cayó de inmediato al suelo, sin decir ni una palabra. La bala asesina le había perforado completamente la espalda. La herida era mortal, no había salvación posible.

[Solidaridad Obrera]

El recelo

Por la noche el ambiente era extraordinariamente intranquilo, emotivo y cargado de sentimientos. La muerte inminente de Durruti desorientó a la gente; cundió el temor de posibles enfrentamientos y luchas fraticidas en el seno de las organizaciones.

[MARTÍNEZ FRAILE]

El vestíbulo del Hotel Ritz se llenó de partidarios de la CNT. Muchos lloraban. No sabíamos qué contestar a sus preguntas. Un rato después salieron. Manzano y Bonilla. Ordenaron retirar nuestras tropas del frente; preveían que se producirían conflictos cuando se supiera la noticia de la muerte de Durruti. Nuestras tropas fueron reunidas en el cuartel del barrio de Vallecas y se les ordenó que permanecieran allí. El día 21 se dio a conocer públicamente la muerte de Durruti. Ese mismo día los testigos fuimos citados ante Marianet, quien nos hizo jurar que guardaríamos silencio acerca de las circunstancias en que se había producido su muerte.

[RAMÓN GARCÍA CASTRO]

Por supuesto, la muerte de Durruti fue un golpe terrible. Volvía del frente en dirección a la ciudad, bajó del coche y cayó mortalmente herido. En la primera versión oficial, la de la CNT, se decía que un guardia civil, un tirador enemigo, le había acertado con un máuser desde un balcón. Eso suponía una precisión increíble, casi le había dado en el corazón. Nos pareció increíble. Porque no estaba solo, iba rodeado por sus guardaespaldas, sus amigos. ¿Cómo había podido llegar la bala? Teníamos nuestras dudas.

[JAUME MIRAVITLLES 1]

Al día siguiente de mi llegada a Madrid me dirigí al cuartel de Granada, donde estaban alojados los soldados sobrevivientes de la columna. Se habían reunido en una gran sala. Había venido conmigo la entonces ministra Federica Montseny. Ella habló primero y comunicó a las tropas que yo había sido designado sucesor de Durruti.

Reinaba una gran agitación. Además de la muerte de Durruti el día anterior habían sido muertos otros dos compañeros de la columna mientras paseaban por la calle. Los milicianos exclamaron:

-¡No, Sanz, así no puede ser!

-¿Qué pasa? -pregunté.

Uno de los soldados me respondió:

-Compañero Sanz, no te extrañes de que estemos alterados. Estamos todos convencidos de que no fueron los fascistas los que mataron a nuestro Durruti. Han sido nuestros enemigos en las propias filas, nuestros enemigos dentro de la República. Lo han matado porque sabían que Durruti era incorruptible y no aceptaba compromisos dudosos. A ti te pasará lo mismo si no te cuidas. Quieren liquidar a los que representan ideas revolucionarias. Eso es lo que ocurre aquí. Hay gente que teme que la revolución vaya demasiado lejos. Ayer asesinaron por la espalda a dos compañeros mientras paseaban. A ti también te matarán si te quedas en Madrid. Queremos irnos lo antes posible de aquí, queremos regresar a Aragón. Allí sabemos Con quién estamos peleando, allí no hay enemigos que nos atacan por la espalda.

Así pensaban todos más o menos.

Una parte considerable de la columna regresó a Aragón, en efecto. Los otros permanecieron en Madrid.

[RICARDO SANZ 3]

Apenas murió comenzaron a propagarse las mentiras. Que lo habían matado los comunistas, fulano me lo dijo. ¿No lo habéis escuchado por la radio? Apenas se podía contener a los hombres de la columna Durruti. Querían tirar las armas y marcharse a casa, temían que los mataran a ellos también. Era la radio de los fascistas la que propalaba esos infundios. Primero se dijo que habían sido los comunistas. Eso dijo Queipo de Llano, el chillón de los fascistas. Después cambió su copla de improviso, que no eran los comunistas, sino la propia escolta de Durruti. ¡Qué jaleo se armó! En Madrid se armó una confusión bárbara en los estados mayores y en el gobierno, todos hablaban sin ton ni son y contaban los rumores más increíbles. Esto nos disgustó mucho. Yo mismo fui a nuestros periódicos, los periódicos de la CNT, y les dije: «¡Estamos en guerra y no podemos seguir así, hay que escribir un desmentido, y pronto, hay que acabar con este jaleo!» Y eso hicieron.

[RICARDO RIONDA CASTRO]

Al principio no se descartó la posibilidad de que hubiese sido un atentado hábilmente tramado. A favor de esta teoría hablaba la inveterada rivalidad que reinaba entre los distintos partidos y grupos. Con Durruti desaparecía uno de los pocos hombres notorios de la revolución que tenía influencia en las masas. Su vida tenía algo de legendario. Precisamente porque despertaba fuertes sentimientos en el pueblo, muchos creyeron que se trataba de un atentado, aunque esta conjetura no pudo confirmarse dadas las circunstancias.

Claro, la radio de los militares rebeldes aprovechó por todos los medios la desmoralización y la confusión nuestras. Los comités de la CNT y la FAI consideraron que esas informaciones radiofónicas eran una maniobra maquiavélica y les salieron al paso el21 de noviembre con el siguiente comunicado:

«¡Trabajadores! Los intrigantes de la llamada quinta columna han propalado el rumor de que nuestro compañero Durruti ha caído víctima de un atentado insidioso y traidor. Advertimos a todos los compañeros contra tales calumnias infames. Esta repugnante invención trata de quebrantar la poderosa unidad de acción y de pensamiento del proletariado, que es nuestra arma más vigorosa contra el fascismo. ¡Camaradas! Durruti no ha caído víctima de una traición. Ha caído en la lucha, en el cumplimiento heroico de su deber, como otros soldados de la libertad. Rechazad los miserables rumores que hacen circular los fascistas para quebrar nuestro bloque indestructible. ¡Ni vacilaciones ni desalientos! ¡No escuchéis a esos irresponsables charlatanes cuyos infundios sólo pueden conducir al fratricidio! ¡Son los enemigos de la revolución los que los difunden!

»El Comité Nacional de la CNT. El Comité Peninsular de la FAI.»

[JOSÉ PEIRATS 1]

Valencia, 23 de noviembre

El Comité Nacional de la CNT y la FAI han emitido el siguiente comunicado:

Con motivo de la muerte de nuestro compañero Durruti se ha divulgado una serie de rumores y suposiciones que el comité, con pleno conocimiento de las circunstancias, debe rechazar. Nuestro compañero ha sido asesinado por una bala fascista y no, como tal vez cree la gente, por obra de las maquinaciones de un determinado partido.

No debemos olvidar que estamos en guerra con el fascismo, contra cuyas hordas combate en común esfuerzo el proletariado español, lado a lado con todas las fuerzas antifascistas.

El organismo supremo de la clase obrera anarquista de España exhorta en consecuencia a todos a abstenerse de hacer comentarios que puedan perjudicar el éxito de nuestras operaciones y destruir incluso la unidad sagrada de la clase obrera española en su lucha contra las bestias de la reacción.

Esperamos que esta declaración convencerá a todos los compañeros y los impulsará a permanecer en sus puestos.

¡Adelante hasta la aniquilación del fascismo en España!

El Comité.

[Solidaridad Obrera]

Las siete muertes de Durruti

Estoy convencido de que fue un atentado. Apenas murió Durruti desaparecieron de Madrid los dirigentes más importantes del anarquismo español. El ambiente político cambió bruscamente.

Muchos anarquistas se vieron súbitamente perseguidos, no hace falta decir por quiénes, por los comunistas. En aquellas noches en las calles de Madrid era mucho más peligroso llevar en el bolsillo el carnet de afiliado a la CNT-FAI que el de un partido político de la extrema derecha.

[MARTíNEZ FRAILE]

Algunos días después del desastre de los anarquistas en el cerro de Garabitas, cayó DUITUti en el frente. Le dispararon por la espalda; se supone que lo asesinaron sus propios hombres, porque estaba a favor de la participación activa de los anarquistas en la guerra y la colaboración con el gobierno de Largo Caballero.

Muchos anarquistas tenían ante todo interés en establecer en España una república libertaria ideal; no proyectaban trabajar con los socialistas, los comunistas o los republicanos burgueses. No pensaban arriesgar la vida por el gobierno de Largo Caballero. Según ellos, no era «importante».

[LOUIS FISCHER]

Durruti cayó sin duda víctima de una imprudencia. Por la tarde fue al frente de la Ciudad Universitaria. Allí reinaba una calma absoluta. Precisamente por eso era peligroso, porque los hombres andaban sin precauciones por allí.

Su gran Packard se detuvo cerca de la línea de fuego de sus tropas. Enfrente estaba el Hospital Clínico de la Universidad, un gran edificio de seis o siete pisos desde donde se dominaba una extensa zona de fuego. El enemigo ocupaba los pisos superiores, los nuestros los pisos inferiores.

Cuando el enemigo, que evidentemente estaba muy alerta, vio detenerse el coche a menos de un kilómetro de distancia, esperó a que los ocupantes descendieran; cuando éstos quedaron sin protección, al aire libre, descargaron una ráfaga de ametralladora que hirió mortalmente a Durruti y produjo lesiones de menos consideración a dos de sus acompañantes.

[RICARDO SANZ 3]

Al día siguiente corrió el rumor de que Durruti, al querer parar una aterrorizada retirada de sus tropas, fue asesinado por uno de sus hombres. Al confirmarse poco después la trágica noticia, nuestro dolor ante la pérdida de este valeroso oficial y luchador aumentó dadas las circunstancias en que se había producido su muerte. En cuanto a su unidad, no sólo no desalojó al enemigo de sus posiciones, sino que, a la inversa, fue el adversario quien los desalojó a ellos. Después de la muerte de Durruti hubo que disolver de inmediato esas tropas. Eran un verdadero peligro para todo el frente de Madrid.

[ENRIQUE LÍSTER]

El chófer de Durruti me contó cómo había ocurrido. Me acompañó a la oficina en Madrid de Solidaridad Obrera, para que pudiéramos hablar con toda tranquilidad.

-Dime toda la verdad -le pedí al compañero Julio Graves.

-No hay mucho que contar. Después del almuerzo nos dirigimos al frente, hacia la Ciudad Universitaria. El compañero Manzana nos acompañó. Llegamos a la plaza Cuatro Caminos. Doblé por la avenida Pablo Iglesias a toda velocidad. Pasamos por una serie de pequeños hoteles al final de la avenida y luego seguimos a la derecha.

»Las tropas de Durruti habían cambiado sus posiciones después de las graves pérdidas que habían sufrido en la plaza de la Moncloa y ante los muros de la cárcel Modelo. Era un día luminoso, en las calles brillaba el sol otoñal de la tarde. Llegamos a una bocacalle y entonces vimos venir a nuestro encuentro a un grupo de milicianos. Durruti se dio cuenta enseguida de que esos muchachos querían abandonar el frente. Me ordenó detener el coche.

»Estábamos en la zona de fuego del enemigo: las tropas moras, que ocupaban la clínica, dominaban la plaza. Por si acaso aparqué el coche en la esquina de uno de esos pequeños hoteles. Durrutti se bajó y se dirigió hacia los milicianos fugitivos. Les preguntó adónde iban. No supieron qué contestar. Durruti les increpó duramente con su voz bronca y les ordenó con tono cortante que regresaran a sus puestos. Los soldados obedecieron y regresaron.

»Durruti se dirigió al coche de nuevo. El fuego de fusilería arreció. La enorme masa rojiza del Hospital Clínico estaba justo enfrente de nosotros. Escuchábamos el silbido de las balas. Mientras trataba de agarrar la puerta del coche se desplomó. Lo habían herido en el pecho. Manzana y yo salimos precipitadamente del coche y lo colocamos en el asiento de atrás.

»Di la vuelta lo más rápido posible y regresé a toda velocidad a la ciudad, hacia el hospital de las milicias catalanas. El resto ya lo sabes. Eso es todo.

[ARIEL]

En realidad nos movemos en un terreno de hipótesis. Sólo sé, de segunda mano, por cierto, un conocido mío me lo dijo, sin duda una persona muy bien informada, en fin, sé que Auguste Lecoeur, uno de los hombres más importantes del Partido Comunista francés, que fue el segundo hombre del partido, después de Thorez, hasta su expulsión causada por sus controversias sobre Stalin, así pues, este Lecoeur, actualmente antiestalinista, dijo con toda franqueza a sus amigos que habían sido los comunistas: que ellos habían matado a Durruti.

[GASTÓN LEVAL]

Los anarquistas promueven una noche de San Bartolomé en Barcelona. París, 23 de noviembre.

Según el Echo de Paris, Durruti, el dirigente anarquista catalán que fue el alma de la resistencia en Madrid, no cayó, como informan los bolcheviques, luchando contra las tropas nacionales, sino que fue asesinado por los comunistas.

En Madrid se habrían vuelto a producir choques entre los comunistas y los anarquistas al distribuirse el botín después del saqueo de los palacios de la nobleza. En una de esas disputas, Durruti habría amenazado a los comunistas con regresar a Barcelona con sus anarquistas y abandonar a su suerte a Madrid. Ese mismo día por la tarde, Durruti habría sido atacado y derribado ante la puerta de su casa por un grupo de comunistas.

Como agrega el Echo de Paris desde Barcelona, los anarquistas habrían establecido un régimen de terror en la capital catalana. Al conocerse la noticia del asesinato de su cabecilla Durruti a manos de los comunistas madrileños, los anarquistas habrían organizado una especie de noche de San Bartolomé.

Por último, los terribles disturbios les habrían parecido demasiado (!!) incluso a la dirección de las asociaciones anarquistas, por lo cual éstas habrían exigido en urgentes llamadas el cese del sangriento terror.

[VÖLKISCHER BEOBACHTER]

Telegrama del secretario general del Partido Comunista de España:

«Nos hemos enterado con profundo dolor de la gloriosa muerte de nuestro compañero Durruti, ese abnegado hijo de la clase obrera, ese entusiasta y enérgico defensor de la unidad del proletariado. La bala criminal de los bandidos fascistas nos ha arrebatado una vida joven, pero llena de sacrificios. ¡Debemos unirnos más que nunca en la defensa de Madrid, hasta el exterminio de las bandas fascistas que manchan de sangre nuestro país! ¡Por la lucha unida en todos los frentes de España! ¡Vengaremos a nuestros héroes! ¡Por el triunfo del pueblo español!

»José Díaz.»

[Solidaridad Obrera]

Más tarde la viuda de Durruti (¿o fue el Comité Central de la CNT?) me envió la camisa para una exposición en memoria de Durruti, la camisa que llevaba el día de su muerte. Me fijé en el orificio del proyectil; además consulté también a un experto. Sacamos la conclusión de que el disparo había sido hecho a boca de jarro, porque el tejido de la camisa mostraba claramente huellas de quemaduras y pólvora.

Nosotros conocíamos muy bien la mentalidad de los anarquistas. Sabíamos que en Madrid Durruti no era ya el guerrillero de antes; se había convertido en un militar en toda regla. Sabíamos también que había procedido sin miramientos contra los dirigentes de tropas anarquistas que no habían cumplido con su deber. Incluso había ordenado fusilar a algunos. Así llegamos a la conclusión de que tal vez había sido un acto de venganza.

[JAUME MIRAVITLLES 1]

Un año después de la muerte de Durruti se inauguró en Barcelona una exposición en honor a los heroicos defensores de Madrid. Entre otras cosas se exhibía allí la camisa que llevaba Durruti en el momento de su muerte. Estaba colocada en una vitrina. La gente se aglomeraba para observar bien el agujero circundado de quemaduras que la bala había hecho en la tela. Yo estaba en la misma sala, cuando de repente escuché decir a alguien que era imposible que ese agujero lo hubiera hecho un tirador situado a seiscientos metros de distancia. Esa misma noche encargué a especialistas del Instituto Médico Forense que examinaran la camisa. Ellos llegaron unánimemente a la conclusión de que el disparo había sido hecho desde una distancia máxima de diez centímetros.

Algunos días después cené con la mujer de Durruti, una francesa.

-¿Cómo murió él? -le pregunté-. Usted debe de saber la verdad.

-Sí, yo lo sé todo.

-¿Cómo ocurrió?

Me miró a los ojos.

-Hasta el día de mi muerte -dijo luego-, me atendré a la explicación oficial: que un guardia civil le hizo fuego desde arriba, desde una ventana. -y en voz más baja agregó-: Pero yo sé quién lo mató. Fue uno de los que estaban a su lado. Fue un acto de venganza.

[JAUME MIRAVITLLES 2]

Durruti era un hombre que había respirado y vivido en la atmósfera del anarquismo del siglo XIX. Se consideraba a sí mismo heredero de Bakunin, y por lo tanto enemigo inveterado de los marxistas. Era además un hombre de gran inteligencia, un hombre que quiso ayudar a la República a vencer a los partidarios del general Franco.

En el frente de Aragón no había mucho movimiento. En Barcelona los anarquistas retenían una gran cantidad de armas automáticas que habrían sido de gran utilidad en el combate en Madrid, con la vana esperanza de resistir a los comunistas. Ya habían desistido de algunas de sus posiciones ideológicas al asociarse al gobierno. Pero su posición militar era incontrovertible: todavía estaban en condiciones de ganar luchas callejeras, ocupar radioemisoras y otros medios de comunicación o, si lo exigían sus principios antiautoritarios, de dar paso al enemigo, para impedir que los comunistas obtuvieran el control de la República. (Los comunistas, sin embargo, no estaban en condiciones de lograr este control, porque su victoria en España habría desatado seguramente una guerra mundial que Moscú no deseaba en esos momentos.)

Surgió así una situación en la cual los «puros ideólogos» de ambos sectores (los herederos de Marx, por un lado, y los de Bakunin por el otro) se vieron obligados a tratar con gente menos pura que ante todo quería ganar la guerra.

Habla muy a favor de Durruti el hecho de que se haya declarado dispuesto a marchar a Madrid para hacer un convenio con el Partido Comunista y el gobierno central. Apareció con sus guardaespaldas armisonantes en los restaurantes subterráneos de la Gran Vía, mientras fuera, en las calles, caían las granadas de las tropas de Franco. Los habitantes de Madrid nunca habían visto guerreros como aquéllos, armados hasta los dientes; la idea de que aquellos hombres de punta en blanco acudían por fin en su ayuda los llenó de entusiasmo. Durruti dejó su escolta. Fue solo a encontrarse con los comunistas. Quince minutos después fue muerto a tiros en plena calle por los agentes de un grupo anarquista que para colmo se llamaba Amigos de Durruti.

Los historiadores de la Guerra Civil describen falsamente este episodio cuando se dan por satisfechos con la explicación de que Durruti fue al frente y allí lo mataron personas desconocidas. Por razones obvias, el gobierno republicano y el Partido Comunista difundieron esta versión: ambos tenían interés en dar poca importancia al conflicto entre anarquistas y comunistas. Incluso se sostuvo que Durruti había caído víctima de una bala perdida procedente de las trincheras de Franco. Nada de esto es cierto. En realidad lo mataron en la calle, y por la espalda. Numerosos espectadores presenciaron su fin. Su muerte puede interpretarse tal vez como una manifestación extrema del modo de pensar anarquista. De todos modos demuestra que el conflicto entre los anarquistas y los comunistas era insoluble.

Los Amigos de Durruti se habían organizado mucho antes de este asesinato. El grupo representaría el espíritu del «verdadero» anarquismo y la oposición a las tendencias autoritarias del comunismo. Desde este punto de vista, es lógico que sus propios «amigos» lo mataran. Su muerte fue el último acto de la disputa entre Bakunin y Carlos Marx.

[ANÓNIMO 2]

Cuando a un hombre lo matan en la calle durante la guerra, no es de extrañar que se atribuya su muerte tanto al enemigo como a sus propios partidarios. El disparo mortal fue hecho en un barrio de donde estaban siendo expulsadas las tropas nacionalistas. Es imposible que el asesino lo haya reconocido y haya disparado sabiendo que tenía ante sí a Durruti, porque Buenaventura Durruti no llevaba ningún distintivo en su uniforme. El tirador disparaba contra cualquier miliciano que avanzara; sí que debía de ser alguien del lado franquista. Es cierto que a Durruti lo mataron por la espalda, pero el disparo vino desde arriba, desde alguno de los edificios que todavía estaban en manos del enemigo.

Más tarde hubo polémicas sobre este asunto entre los republicanos. Algunos anarquistas dieron a entender que Durruti había sido asesinado por los comunistas. Esto es improbable. Lo cierto es que su muerte favoreció considerablemente la táctica de los comunistas. Con Durruti desaparecía la única figura del movimiento anarquista cuyo prestigio habría bastado para contrarrestar la creciente influencia de los comunistas.

El grupo Amigos de Durruti se fundó muchos meses después de su muerte. Esto se deduce del nombre de la agrupación: es una tradición anarquista denominar sus asociaciones con el nombre de algunos de los miembros de su movimiento ya fallecidos, un filósofo o un dirigente político, pero nunca con el nombre de alguien que vive todavía. La primera agrupación así denominada se formó en París. El segundo grupo se fundó en España. Combatieron la política de compromiso de la CNT y su retroceso ante el chantaje de los comunistas. Tampoco es cierto que Durruti estuviera dispuesto a llegar a un «acuerdo» con los comunistas. En la época de su muerte, los comunistas no estaban en absoluto en condiciones de ejercer una fuerte presión sobre los anarquistas. Esto fue posible después de la muerte de Durruti, al aumentar en España la influencia rusa. En las entrevistas que Buenaventura Durruti concedió poco antes de su muerte a la veterana anarquista Emma Goldman, una rusa, él expresó claramente su posición. Cuando le preguntó si no sería él demasiado confiado, respondió: «Si los obreros españoles tienen que elegir entre nuestros métodos libertarios y la clase de comunismo que usted conoció en Rusia, estoy seguro de que elegirán bien. En este sentido estoy muy tranquilo.» Emma Goldman le preguntó qué ocurriría si los comunistas tuvieran tanta fuerza que no les quedara a los obreros ninguna opción. Durruti contestó: « Ya frenaremos a los comunistas fácilmente una vez que nos hayamos desembarazado de Franco, y si es necesario los frenaremos antes.» Tal vez eso habría ocurrido si él hubiese vivido.

[ALBERT MELTZER]

Nunca he creído y rechazo enérgicamente la suposición de que Durruti haya sido asesinado por la espalda por su propia escolta. Ésta es una mentira infame. Ninguno de sus hombres habría sido capaz de semejante crimen. Más tarde se rumoreó que habían sido los comunistas. Le digo con toda franqueza que tampoco creo en esa versión. La mentira de que a Durruti lo mataron los anarquistas la inventaron algunos periodistas e historiadores títeres de los comunistas. Los comunistas hicieron todo lo posible por desacreditar al movimiento anarquista. Otros repitieron esas mentiras. Hay gente que se traga todo lo que le cuentan.

[FEDERICA MONTSENY 1]

El testigo ocular

Ya han pasado treinta y cinco años, pero a pesar de todo sé aún exactamente, no sólo la fecha, sino también la hora y todos los detalles.

Estábamos aparcados en la calle Miguel Ángel, número 27, allí estaba el cuartel general de Durruti. Era el palacio del duque de Sotomayor, sobrino del rey Alfonso XIII. Por la tarde, era el 19 de noviembre, llegó un mensajero del frente. El Hospital Clínico había caído en manos del enemigo. Subimos al coche de inmediato. Eran las cuatro de la tarde, diez minutos más, diez minutos menos. Fuimos directamente al frente, lo más cerca posible del hospital, para examinar la situación. Delante, al volante, iba Julio, el chófer, y a su lado, como siempre, Durruti. No le gustaba ir en el asiento de atrás. En el asiento trasero íbamos Manzana, Bonillo y yo.

Atravesamos la ciudad y por el paseo Rosales llegamos a la plaza de la Moncloa, justo en la esquina de la calle Andrés Mellado. Oíamos silbar las balas. Nos detuvimos, no se podía seguir. El coche era un blanco demasiado bueno para los tiradores enemigos. Así que Julio paró y bajó para estudiar la situación. Durruti quiere seguirlo, toma su pistola ametralladora, un naranjero, abre la puerta y golpea con el arma contra el estribo de la puerta. Se le escapó un tiro, el disparo le dio en medio del pecho y lo atravesó de parte a parte.

Yo estaba a punto de bajar, sólo quedaba uno en el coche.

Levantamos a Durruti, una enorme cantidad de sangre, tratamos de enjugarla, imposible, lo pusimos en el coche, subimos y nos dirigimos lo más rápido posible hacia el Hotel Ritz, donde estaba el hospital de las milicias.

Dejamos a Durruti al cuidado de los médicos; ellos trataron de salvarle por todos los medios. Se mantuvo plenamente consciente hasta las dos de la madrugada. No sé si dijo algo, yo no estuve allí. Pero sé que murió a eso de las cuatro de la madrugada, once o doce horas después de la desgracia.

La muerte de Durruti nos impresionó tanto que casi no podíamos creerlo, y eso que nosotros éramos los testigos oculares. Nadie se atrevió a comunicar la noticia, nadie quería decir la verdad. Por eso se dijo en el comunicado que lo había matado una bala enemiga. Ello habría podido ocurrir fácilmente, sólo que no fue así. Entonces surgieron los rumores, claro, algunos decían que los comunistas eran los culpables, otros que nosotros, su escolta, le habíamos matado, otros le echaron la culpa a la quinta columna, etcétera, etcétera. A nadie se le ocurrió pensar que en realidad había sido un accidente, que Durruti mismo se había matado.

[RAMÓN GARCÍA LÓPEZ]

Yo sostuve antes la teoría de que Durruti había sido víctima de un atentado. Había llegado a esa conclusión porque tenía en mis manos una especie de cuerpo del delito: la camisa. Ésta demostraba que el disparo había sido hecho desde muy cerca. Además sabía que la viuda albergaba ciertas dudas sobre la versión oficial. Desde entonces he conversado con mucha gente sobre ello, también con amigos de Émilienne. Parece que ocurrió de un modo totalmente distinto al que yo me había imaginado, parece que al bajar del coche, el fusil automático de Durruti, de esos llamados naranjeros (nunca supe por qué esas armas se llamaban <

Si ocurrió así, también la actitud de la CNT es comprensible entonces. Este modo de morir habría tenido un resabio de letal ironía; las masas no habrían creído ni aceptado semejante versión. ¡Un hombre que estaba tan familiarizado con el manejo de las armas como una secretaria con su máquina de escribir! Claro, los anarquistas no tenían ningún interés en destruir con una explicación tan banal el mito que se había creado en tomo a Durruti. Era inconcebible. No podía ser.

[JAUME MIRAVITLLES l]

Nadie supo nunca la verdad, por la simple razón de que se nos tomó juramento a todos: hasta el fin de la guerra, debíamos guardar silencio y no decir nada a nuestros padres, esposas y amigos; en parte porque esta muerte era un tanto ridícula para un dirigente anarquista, y además para no despertar la sospecha de que Durruti había sido asesinado por sus propios hombres. Federica Montseny, que era entonces ministra, y Marianet (es decir Mariano R. Vázquez, secretario general del Comité Nacional de la CNT) nos tomaron juramento.

El doctor Santamaría, con quien hablé, no sabía de dónde había venido el disparo. Pero me aseguró que había sido descerrajado desde una distancia no mayor de quince centímetros.

[JESÚS ARNAL PENA 3]

Incluso actualmente hay gente que no quiere ni oír hablar de esto, porque no les conviene, pero ellos saben la verdad tan bien como yo. Hemos escuchado a los compañeros que estaban con él, es decir Manzana, su jefe de estado mayor en Madrid, el chófer Estancio y otro más que lo acompañaba, y ¿qué dijeron ellos? Que se le disparó el fusil por descuido. Estaba sentado así (Rionda lo imita) y sostenía así el fusil, con el cañón hacia arriba. Lo toma y quiere bajar, entonces se engancha el gatillo en el estribo y ¡pum!, se escapa un tiro y le atraviesa el pulmón.

Yo entiendo bastante de armas. Desde los veintidós años nunca he salido de casa sin mi pistola. Nunca se sabe, sobre todo por la tarde y por la noche. Jamás fui a una asamblea sin mi pistola, siempre la tenía a mano, en el cinturón. Uno tiene que estar listo para defenderse en cualquier momento. Pero Durruti siempre fue descuidado, ése era su defecto. Se lo dije varias veces. Era demasiado despreocupado; también Manzana opinaba así. Cuando se viaja en coche no hay que llevar el fusil así, con el cañón apuntando contra uno, y menos aún al bajar.

Pero Manzana me aseguró que así había ocurrido. El naranjero es un rifle temible, se dispara con facilidad. Lo conozco muy bien, porque después el fusil de Durruti lo usé yo, el mismo con el que había ocurrido el accidente; lo conservé hasta que fui a Francia. Al huir tuve que dejarlo en la frontera.

[RICARDO RIONDA CASTRO]

Sus bienes personales

Era increíble, no poseía nada, nada, absolutamente nada.

Todo lo que tenía pertenecía a todos. Cuando murió me puse a buscar algunas ropas para enterrarlo con ellas. Finalmente encontramos una chaqueta de cuero vieja, muy gastada, unos pantalones color caqui y un par de zapatos agujereados. En una palabra, era un hombre que lo daba todo, no le quedaba ni un botón. No tenía nada.

[RICARDO RIONDA CASTRO]

En su equipaje se encontraron los siguientes efectos: ropa interior para una muda, dos pistolas, unos prismáticos y gafas de sol. Éste era todo el inventario.

[JOSÉ PEIRATS l]

La muerte de Durruti causó una profunda emoción en Madrid. Los camaradas trasladaron el cadáver al local del Comité Nacional de la CNT, donde se instaló la capilla ardiente. E121 de noviembre a las cuatro de la madrugada el féretro fue colocado en un coche y conducido hacia Valencia, acompañado por una gran comitiva de automóviles. La población lo aguardaba en las ciudades por donde iba a pasar el séquito. En Chiva la comitiva fue recibida por los ministros García Oliver, Álvarez del Vaya, Just, Esplá y Giral. La población se manifestó en todos los pueblos con banderas rojinegras y trajo coronas al féretro. En Valencia, los representantes del comité regional levantino de la CNT depositaron coronas y flores en el coche que albergaba los restos mortales del camarada difunto.

También en Levante y Cataluña se brindó en todos los pueblos un último saludo al muerto. Poco antes de la una de la madrugada, el 22 de noviembre, el féretro llegó a la sede de la CNT-FAI en Barcelona. La capilla ardiente se instaló en el vestíbulo de la entidad, y se le cubrió con flores y banderas rojinegras. Por encima de él y en la bandera que lo cubría, estaban escritas las letras que sintetizaban la esencia de su vida, las siglas por las que había caído: CNT-FAI.

[Durruti 6]

El funeral se llevó a cabo en Barcelona. Era un día nublado y gris. La ciudad cayó en una especie de histeria colectiva. La gente se arrodillaba en la calle, mientras pasaba el cortejo fúnebre con una guardia de honor de anarquistas en ropas de combate. Lloraban. Medio millón de personas se habían congregado en las calles. Todos tenían los ojos húmedos. Durruti era para Barcelona el símbolo del pensamiento anarquista, y parecía increíble que hubiese muerto.

Aquel día reinó un extraño sosiego sobre la ciudad. Las banderas rojinegras pendían de los mástiles. El sol se había ocultado. Nunca he visto un día tan silencioso, tan solemne y triste.

[JAUME MIRAVITLLES 2]

El enorme edificio de la antigua unión de empresarios catalanes (el Fomento Nacional del Trabajo), ahora la CNT-FAI, sede del comité regional catalán de la CNT, está situado en la Vía Layetana, la amplia y moderna arteria que conecta el puerto de Barcelona con la parte nueva de la ciudad. Durruti estuvo en los últimos meses de su vida en estrecho contacto con esta casa, por la radio de esta casa había pronunciado su último discurso al pueblo español, por esta calle se condujo su féretro a Montjuïc.

A solicitud de la federación local barcelonesa de la CNT, esta calle se llama ahora avenida de Buenaventura Durruti.

[Durruti6]

Cuando se fue a Madrid, lo acompañé hasta el aeródromo. Fue la última vez que lo vi. Lo llamaba a Madrid todos los días; una tarde me dijeron que no estaba. Después me enteré de que para entonces ya había muerto.

Yo no estaba allí, no le puedo decir nada sobre ello. Pero, por supuesto, no se le podía decir a la gente que había sido un accidente, por la sencilla razón de que nadie lo habría creído. Así que se dijo que había caído en el frente. Un caído más, eso es todo. Un hombre como Durruti no muere en la cama, claro.

Sí, tuve mis dudas. Pero al fin y al cabo fueron sus amigos, García Oliver y Aurelio Fernández, quienes me dijeron que había sido un accidente. Eran sus compañeros de lucha. ¿Por qué habrían de mentirme? Quedamos en eso entonces. De todos modos no se puede cambiar.

[ÉMILIENNE MORIN]



Notas al pie

  1. En el original, Entwicklungsroman. (N. de los T.)
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