Un robot mexicano premiado por la NASA, hecho con educación pública

El galardón al robot hecho por estudiantes de la Facultad de Ingeniería y los logros de la huelga de la UNAM 1999-2000 expuestos por primera vez sin mentiras para su difusión en Estados Unidos, en la reconocida revista CounterPunch (con más de un millón de suscriptores, altamente recomendada por Julian Assange). La siguiente es la traducción al español. Puede consultarse la versión original en inglés en este enlace.

Un robot mexicano premiado por la NASA, hecho con educación pública

Por Malú Huacuja del Toro

El Equipo UNAM Space, un grupo de estudiantes de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, ganó el premio máximo del concurso NASA Sample Return Robot Challenge 2016, según se anunció este 5 de octubre de 2016. Bromeando, algunos periódicos y medios de comunicación han criticado la campaña de Trump contra los mexicanos mencionando este logro extraordinario.

“Los admiradores de Donald Trump ya pueden empezar a sacarse de onda: los mexicanos están invadiendo el programa espacial norteamericano”, dijo un columnista de remezcla.com. Es ciertamente irónico que Ana Buenrostro, Érik Gutiérrez, Genaro Marcos, Bryan Pérez, Luis Gerardo Gutiérrez, Yessica Reyes, Eduardo Solís y Luis Ángel Castellanos de la UNAM y César Augusto Serrano del IP hayan recibido el Premio Hans von Mulan de la NASA y el Instituto Politécnico Worcester precisamente en el año en que un magnate norteamericano ha ganado la nominación presidencial republicana, en parte, gracias a que impulsó su campaña insultando a los mexicanos.

Sin embargo, la ironía va mucho más allá de la narrativa de campaña presidencial al estilo de “los marcianos nos invaden” y de un robot mexicano capaz de realizar tareas parecidas a las del Curiosity en Marte.

Estos estudiantes de las carreras de computación, ingeniería electrónica y mecánica industrial que comenzaron a construir su robot en 2012, estudiaron en una universidad pública (no semipública ni parcialmente subvencionada, que es la única forma que se conoce ya en Estados Unidos). Eso significa que no tiene préstamos estudiantiles que pagar. No llegarán a la edad para jubilarse con una deuda universitaria pendiente que tienen que pagar, como sí es el caso de mucha gente en EEUU.

Su colegiatura es completamente gratis dentro de un sistema capitalista. Sus excelentes maestros en una de las mejores universidades del mundo —la más grande de América Latina— no les costaron ni un centavo, y la mayoría de los estudiantes proviene también de escuelas públicas primarias y secundarias.

Eso no significa que su colegiatura gratuita no tuvo absolutamente ningún precio para nadie. Como dice el muy respetado historiador mexicano Alfredo López Austin durante su discurso magistral al inaugurar la carrera de Antropología en agosto de este año, “la gratuidad de la educación significa muchas cosas. No simplemente no cobrar a los que entran. Es ver en la educación algo que no es una mercancía. Es algo que debe pertenecer a todos, y es algo que paga el pueblo, no el gobierno. Pero, sobre todo, al repartir el conocimiento con todos, la educación pública nos compromete”.

A muchos maestros de la UNAM como él les llevó más de una década llegar a reconocerlo, pero al final de las cuentas algunos lo hicieron. Si los ganadores del concurso Sample Return Robot Challenge 2016 pudieron estudiar independientemente de cuál sea el ingreso mensual de sus padres, de su situación financiera, de su clase social, su raza o su religión (factores todos que influyen en el acceso a las universidades privadas), eso no sólo se debe a que son brillantes y disciplinados, sino también gracias a que sus predecesores sí pagaron el precio de mantener el carácter público de la UNAM.

Algunos de ellos —más de 600— estuvieron dispuestos a ir a la cárcel y confrontar a maestros eméritos tan renombrados como el propio López Austin durante la huelga más larga (del 20 de abril de 1999 al 7 de febrero de 2000) y más intensamente difamada con el cierre de las instalaciones universitarias, sólo para impedir que el Consejo Universitario impusiera a los estudiantes el pago de una cuota baja, lo que en el idioma privatizador se traduce en “nosotros te invitamos gratis el primer mes, solamente para imponerte aumentos de intereses galopantes por el resto de tu vida”, como hacen las tarjetas de crédito.

Muchos estudiantes de bajos ingresos supieron eso y se negaron a pactar el truco de “solamente una cuota baja”. Por ello emprendieron una batalla muy desigual al final del milenio, recibiendo el año 2000 en las guardias de huelga. Como decía una de sus emblemáticas mantas, “Cerramos hoy la UNAM para que mañana se abra para todas”. Su lucha contra las reformas privatizadoras del gobierno no contaba con los recursos del activismo en redes sociales en aquel momento pero estaba destinada a beneficiar a las generaciones mexicanas del nuevo milenio, mientras que sus contrapartes en universidades norteamericanas privadas especializadas, sin educación integral, enfrentan ahora préstamos que a algunos de ellos les llevará décadas terminar de pagar.

Era muchísimo lo que había en juego en aquella lucha de transición entre la era analógica y digital. Rindió grandes frutos, pero también enfrentó nuevos enemigos y nuevas formas de ataque. Al igual que todos los demás movimientos estudiantiles en defensa de la educación pública en la historia de México, éste se vio con infiltrados de la policía, tácticas de espionaje para dividir al movimiento, campañas de calumnias del sector empresarial y sacerdotes de la Iglesia Católica prometiendo que quienes apoyaran la huelga se irían al infierno. Eso no era nuevo. Pero, a diferencia de cualquier otro, estos estudiantes debieron enfrentar una forma inédita de “fuego amigo”: la de las generaciones pasadas. Los legendarios dirigentes del 68 que sobrevivieron la mal afamada masacre del 2 de octubre eran ahora funcionarios públicos, jefes de información de los periódicos, miembros de las mesas directivas de las editoriales, columnistas famosos e intelectuales galardonados que querían mantener sus asientos en el Congreso o en las mesas directivas editoriales haciendo un trato en corto con el gobierno y siendo “los heroicos” que lograran poner fin a la huelga. Estos herederos del 68 tenían en sus manos los medios de comunicación progresistas para retratar como “buenos y moderados” a los estudiantes que quisieran hacer concesiones, mientras que que los huelguistas no eran nada mejor que unos “infiltrados”, “irracionales”, “violentos” y temibles chavos que habían secuestrado las instalaciones para destruirlas. Hasta su sobrenombre era amenazador: “los ultras” en contra de “los moderados”, como si la defensa de la educación universitaria para todos fuera la cosa más sectaria que se pueda hacer.

Cuando los huelguistas se negaron a aceptar una propuesta inverosímil de un “aumento voluntario”, las notas diarias comenzaron a describirlos como a unos indolentes invasores que no querían exámenes más rigurosos. La prensa norteamericana publicaba como “imágenes capturadas desde dentro” fotografías de basura y ratas que podían haber sido tomadas en cualquier tiradero. Aún ahora, más de una década después, una película premiada en Cannes (Güeros, que quiere decir “rubios” y que defiende a la gente rubia: no es broma), los retrata en hogueras dionisíacas y arruinando la investigación científica al cerrar los laboratorios (lo cual no fue cierto, pues los huelguistas permitieron el acceso a los laboratorios para que los estudiantes de ciencias pudieran continuar sus experimentos).

El “tiro de gracia” contra su imagen de movimiento estudiantil legítimo provino de periodistas, académicos y escritores frecuentemente asociados al periódico progresista La Jornada, o miembros de su mesa directiva, cuya reputación los precedía como emblemáticos defensores del movimiento estudiantil del 68, como Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. No solamente se sumaron a la campaña de calumnias contra los huelguistas sino que firmaron una carta pidiendo el ingreso de las fuerzas del orden a las instalaciones y el arresto de los estudiantes. Sin embargo, aquellos líderes que fueron llamados “moderados” son ahora funcionarios públicos, y uno de ellos, Carlos Ímaz, estuvo implicado en un muy conocido videoescándalo de corrupción.

¿Dónde están ahora los “ultras” tenaces y temibles que hicieron posible la educación pública durante otros más de 15 años? ¿Valió los resultados el tiempo que pasaron en prisión? La ex estudiante de Letras Hispánicas, Guadalupe Lezama, quien fue arrestada durante la huelga, tiene una hija que acaba de ser aceptada en el sistema escolar preparatorio a la UNAM. Zara, de 14 años, que acaba de pasar su examen, a menudo es llamada por su madre “la hija de la huelga”.

“Nunca fui privilegiada —explica al ser entrevistada para CounterPunch—. Nunca fui hija de papi, nadie de mi familia estuvo en el 68 y después militó en el PRD ‘de izquierda’. Soy de los resentidos, a los que nos echan las sobras y ahí las dejamos, de los que no entramos en su canon de comportamiento, de los que no podíamos comprar los libros y ahí estábamos, dándole mal aspecto a la Universidad. Así nos presentaban los medios de comunicación. Después de 10 meses sin dormir bien, sin comer bien, con la moral destruida, cualquiera se lumpeniza, nos llevaron al límite, a los 10 meses de lucha, no nos importaba morirnos ahí por un ideal. ¿Qué esperaban? ¿Que oliéramos a Channel?

—Muchos maestros, específicamente de tu Facultad, los retrataban como obtusos, ridículos y peligrosos. Incluso escribieron libros para burlarse de ustedes. ¿A los estudiantes de Letras no les daba miedo que sus maestros tomaran represalias y que pensaran todo eso de ustedes después de la huelga?

— Eso lo pensaban desde antes de la huelga, yo recuerdo su discriminación en la Facultad, recuerdo sus regaños por no tener los libros, su mirada ante la ropa humilde… No hace falta una huelga para saber todo eso.

—¿Y los famosos intelectuales que podrían ser un obstáculo para ustedes en el futuro, especialmente para los estudiantes de Letras?

—A los huelguistas no nos daba miedo su opinión. De hecho, en una entrevista con conferencia telefónica con ellos, Monsiváis, soltó su discurso sobre por qué éramos una peste, en vivo, en una entrevista en la XEW. Yo estaba ahí, le reviré; él me insultó mucho y colgó. Ese día, yo gané el debate.

Guadalupe fue arrestada el 11 de diciembre, durante la protesta de los huelguistas por la liberación de Mumia Abu Jamal. “Nos acusaron ilegalmente de motín y nos mandaron al Reclusorio Norte por presuntamente haber roto un escudo y una bota de un granadero. Gracias a los abogados del CGH y la movilización y boteo de los compañeros, salimos a los cinco días”.

Dieciséis años más tarde, ex miembros del CGH y ex estudiantes de Derechos como el ahora abogado Jorge Miranda, de 35 años, cumplen ahora una función crucial en la liberación de los presos políticos injustamente condenados en la Ciudad de México. Miranda pertenece a la Liga de Abogados Primero de Diciembre (en honor a la fecha de la protesta por la que se fundó, que ha logrado con éxito defender y liberar a presos políticos como los estudiantes que habían sido condenados por protestar contra la ceremonia de toma de posesión del presidente Peña Nieto y a los dirigentes sociales de San Bartolo Ameyalco que lucharon contra la construcción de un sistema hidráulico para los privilegiados (mientras que ellos no tienen agua corriente).

“La historia nos ha dado la razón, es una verdad innegable que, gracias al Consejo General de Huelga, hasta el universitario más reaccionario ha podido estudiar de manera gratuita la Universidad y tener una mejor calidad de vida —informó Miranda a CounterPunch—. La mayoría de nuestros detractores se ha tenido que guardar sus palabras y amenazas, pues la generación de la huelga está enfrentando y resolviendo muchos de los problemas que genera el terrorismo de Estado y el capitalismo en nuestro país.

La Liga de Abogados de Miranda acaba de ganar una gran victoria en el terreno legal para los presos políticos, después de que el Tribunal Supremo dictaminó que es “inconstitucional” el nuevo Artículo 362 sobre “ataques a la paz pública” para la Ciudad de México y por tanto debe ser anulado.

—Fue un esfuerzo colectivo, no nada más mío —explica Miranda—. Por vez primera en la historia de México, por medio del juicio de amparo, se allana el camino para prohibir estigmatizar y criminalizar la protesta social. Esta ley fue propuesta por el ex jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador y aplicada en su momento por sus sucesores Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera. Dicho artículo que fue declarado inconstitucional por el Máximo Tribunal en México, contenía elementos normativos que no definían con claridad los conceptos de "violencia”, “violencia extrema” y “paz pública”, dejando al arbitrio de interpretación de las y los operadores de justicia en turno su aplicación indiscriminada. La ambigüedad del delito permitía que la autoridades pudieran imputar dicho delito a toda persona que se manifestara en la capital del país; enviando un mensaje disuasivo a la población sobre el "riesgo que implica participar en actividades políticas o manifestaciones", generando con ello, violaciones a la libertad de expresión.

“Nosotros ayudamos legalmente a los presos políticos sin contraprestación, pues es una manera de regresarle a la gente el apoyo que nos dieron en la huelga de diez meses, ya que la Universidad se sostiene de recursos públicos, que pagan los mexicanos.”

Si alguien considera “radical” esa clase de asistencia, Miranda diría que es importante recordar dónde terminaron trabajando los “moderados” ahora.

—Están en puestos de bajo nivel y medios —explica—. Fueron premiados por su función oportunista, divisionista y de esquirolaje por los partidos de falsa izquierda de entonces y ahora como el PRD y Morena. Algunos de ellos son también académicos y siguen trabajando para el desmantelamiento de la educación pública en la UNAM. Tuvieron sus cuadros incrustados en el fallido movimiento Yosoy132; quienes de manera antidemocrática forzaron a estos nuevos grupos de estudiantes a proscribir el legado del CGH. Es un legado por el que aprendimos distintas formas de pensamiento y de organizarnos. Para mí fue leer a todo tipo de autores, conocer y vivir los procesos de conversión del Estado mexicano al fascismo, del uso de los medios de comunicación y de paramilitares para fortalecer al terrorismo de Estado, acentuar la intervención de los E.E.U.U. en México y aplicar las políticas del FMI y del Banco Mundial, todo con el fin de convertir a México en un país maquilador.