A un mes del 19-S

Ejercicio de memoria para no olvidar a l@s muertos, l@s deudos, l@s daminificados, l@s rescatistas y brigadistas que se la rifaron defendiendo la vida. Para no olvidar la ineptitud, la corrupción y la impunidad de inmobiliarias y autoridades cómplices. Para no olvidar que en pocos días las masas de pie frenaron la muerte en Ciudad Monstruo. Escucha la Irrupción radial reloaded del 19 de octubre de 2017


Compartimos el texto de Marcela Turati, "Apuntes para el 19-S", formando parte de esta emisión:

Puño en alto.

Silencio.
Si me escuchan allá abajo griten, golpeen o hagan ruido.
Se abre paso una voz de hilo fino. Es el susurro de una joven, es extranjera, le quitaron sus papeles para trabajar en ese edificio que debían haber demolido en el 85, pero alguien decidió que podía seguir alquilándolo como negocio y hasta rentar el techo para colocar antenas de 40 toneladas.
Albergó oficinas de gobierno con talleres de costura y compañías exportadoras, recibió inspecciones, pero siempre salió bien librado. Nunca lo clausuraron.
Se derrumbó en segundos como si se hubiera usado dinamita.
Entre los escombros ella pudo comunicarse.
Nadie arriba supo qué hacer. Militares, marinos, bomberos, topos, perros, delegados, oficinistas, barrenderos, rescatistas, brigadistas,
voluntarias, muchos voluntarios.
Pero no había maquinaria. No había plan. No había mando.
Mientras los dueños suplicaban que rescataran papeles, telas, máquinas.
Mientras intentaban domar los egos, ordenar el caos, a ella se le escapó la vida.

*

Puño en alto.
Silencio, escucho un grito.
Dice que era pasante de contaduría, aquí le dieron su primera oportunidad de trabajo en este edificio permitido para tres pisos al que le plantaron otros tres.
Preciosa era la vista, sin muros de carga que la empañaran.
Con lozas de mármol como piso.
Era tan bello mirar desde el ventanal infinito la imagen de sí mismo.
Ella carga ese peso, esas lozas, esos fierros, esos pisos de más sobre su cuerpo.
Pero ya no está aquí. Su grito quedó atrapado como eco.
Su familia hace guardia afuera, sentados sobre cartones, en la banqueta, no les permiten acercarse, les tapan la vista.
Su mamá y su papá y sus hermanos húmedos por la lluvia que cala los huesos, pero con el frío en el alma.
Ella está en acostada en una plancha fría de la morgue.
Nadie ha tenido la decencia de avisarles.
Quieren que vivan de la ilusión de que saldrá viva, que no causen problema ni reclamen.
Ella es un cuerpo anónimo. Esperando que le hagan la caridad y la lleven de regreso a casa.

*

Silencio.
Escucho a una niña. No se llama Frida Sofía.
Esta de aquí no es un invento de las televisoras hambrientas de notoriedad, aliadas con los oficiales para que la gente crea que son los héroes de este melodrama de la vida real.
Ella tiene dos años, dos meses, dos días. Es de Jojutla, a donde no alcanzan a llegar las cámaras, aunque es el punto cero del sufrimiento, fuera del perímetro del espectáculo.
Murió en soledad. Su abuelita la cuidaba.
Fue rescatada por su mamá en la cocina debajo de los dos pisos de escombros.
Con cara de angelita, en paz.

*

Silencio, por favor, no griten.
Tictictic.
Tengo sed.
No puedo moverme.
El polvo me paralizó la garganta.
Pero puedo mover este dedo.
Tictictic.
No pasen tan rápido, escuchen el escándalo que hace mi dedo.
¿No oyen mis palpitaciones? Mis latidos gritan, los escucho tan fuerte, se desbordan.
¿Alguien allá arriba los oye?
Guarden silencio, no pisen todos, dejen a uno de los perros que huela mi miedo.
Acá está oscuro, hace frío.
Papá, no estoy enojado, perdóneme,
Mamita, la amo. Repítanlo a mi hijo, díganle que lo amo.

*

Silencio.
Este policía escuchó un grito, bajo tierra, de ultra tumba.
Pero nadie le hizo caso.
Los perros estaban muy cansados.
El poder se disputaba cada sección.
Este marino se indignó con los suyos.
Golpeó a un funcionario del gobierno local.
Por indigno, burlón, irrespetuosos, que venía a mentir y a provocar.
El marino quería seguir rescatando gente.
Salvando vidas.
Fue castigado.

*

No se escucha nada.
¿Hay alguien allá abajo con vida?

*

Aplausos.
Por la valla, en camilla, bajan a un sobreviviente, inmovilizado, entablillado.
Se llama Sergio.
La gente lo vitorea, le pide que en delante le eche ganas, que viva ahora que resucitó de entre escombros.
Voluntarios lloran.
Ellos mismos se saben testigos de un milagro, que la resurrección es colectiva.
Mueven más rápido los brazos.
Escarban con las uñas entre los escombros.

*

De las tripas de los edificios se ventila la intimidad de quienes los habitaron.
Un tacón, el álbum, el cajón vaciado, la tarjeta de presentación, el fajo de dinero.
Buscan vida. Otro latido.
Que alguien pueda enterrar a su muerto.
Que nadie se quede sin ser localizado.

*

Al pie del memorial llora un hombre.
Tiembla. Tanto tiembla, como pajarito a punto de ser devorado.
Parece que se deshará en llanto.
Busco a mi hermano.
Era volantero desde hace seis meses en esta empresa.
Salió de nuestra comunidad en Tenejapa, Chiapas.
Somos tzeltales.
Nos llamó desde aquí.
Pero no aparece.
Tenía un tatuaje azul de corazón y las letras A-m-o.r.
Se llamaba ANTONIO LÓPEZ MÉNDEZ.
En este edificio ya no hay nada.
¿Lo ha visto? ¿Dónde puedo encontrarlo?

*

El archivo fotográfico se despliega entre las varillas, cascajo, acero, piedras, despojos.
Recuerdos de países exóticos, instantáneas de una vida.
Todos en este derrumbe portan chalecos con bolsas de esos que usan los fotógrafos y que les permiten traer las manos libres.
Pero aquí, recogidas de entre estas ruinas, a los rescatistas les permiten seguir rescatando.
Porque no traen equipo.
Los mandaron sin guantes, sin cascos, sin maquinaria, sin palas, pero sí con armas.

*

Por redes el gobierno pide a la sociedad ayuda:
Picos, palas, cobijas.
La gente lo toma como ofensa.
¿A poco ni eso tienen?

*

El Bar Imperial, al pie de los restos del edificio AO286, parece un oasis para gambusinos.
Lugar de sombras deshidratadas, casi vencidas.
Pero con la intención firme, la voluntad de pie.
No se sirve alcohol alrededor de la barra, se sirve agua para pasar el buche atorado con sabor a muerte, para desentumedecer la lengua de piedra.
Un lugar dónde sentarse.
Un baño donde mear o cagar.
Una charla que acaricia.
Una pausa para reencontrarse con quien está en esa misma tarea de salvar vidas.
O con quien tiene exprimida la paciencia porque a quien espera no sale.

*

Abran paso a la carretilla con sueros.
La cargadora no ha dormido, pero no extraña ese lujo.
Por dos semanas colgó en un perchero su vida, abandonó su trabajo, vivió otra vida.
Aquí se dedicó a hidratar a los voluntarios.
Cuando bajó la euforia de la primera semana llamó a sus amigos por redes.
SOS vengan a ayudar.
Sus mensajes, lanzados como botellas al mar, siempre encontraron remitente.
Ahora dice:
En nuestro edificio no dejamos que el gobierno se hiciera de la ayuda, ni coordinara.
Todo lo hicimos los voluntarios.
Nos dimos cuenta de que con el gobierno no contamos, pero nos tenemos a nosotros mismos.
Acabada la emergencia, la normalidad amarrada de mecates, aplanada con retroexcavadoras.
Ella no se halla, se siente como anima en pena.
Necesita a alguien a quién ayudar.
No quiere que se le apague la llama.

*

Llegan por gremio. Se conocían de antes o los juntaron las redes:
Arquitectos con los suyos revisando edificios.
Bicicleteros y motociclistas en brigadas transportando lo que y donde haga falta.
Funerarios ofreciendo ataúdes y entierros gratis.
Desconocidos instalando centros de ayuda.
Abogados documentando las violaciones a los derechos humanos.
Payasos rescatando sonrisas de las bocas de los niños.
Amas de casa, padres de familia, embadurnando de mayonesa las tortas en una cadena de producción que no parece que termina.
Periodistas compartiendo información para que las muertes no queden impunes.
Jóvenes ofreciendo sus ganas, sus manos, su deseo de ser incluidos.
Alguien en el grupo pide que le depositen crédito para poder seguir reporteando.
Estos otros compilan día y noche la lista de muertos, desaparecidos, sobrevivientes que el gobierno no atina a dar.
Por acá unos transmiten lo que hace falta en cada punto.
Más allá otros coordinan la ayuda humanitaria.
Por acá un mensaje de los que solicitan ayuda en Xochimilco.
Otro donde dice que ya no vengan, que la ayuda es desbordada.

*

Nos dicen los del gobierno:
No avancen.
Quédense en sus casas.
Sobra ayuda.
No estorben.
Yo pienso: ¿Qué hago con esta fuerza que me gobierna y me pide ayudar?

*

Detente aquí.
Esta será nuestra escala: es el Café DeRaíz.
Aquí albergan a todos.
Aquí dan el abrazo que calienta el alma.
Aquí la comida tibia sin preguntar quién eres o de dónde vienes.
Aquí llegan músicos, poetas, caricaturistas, x.
Gente, mucha gente.
A ayudar a confeccionar una torta, un verso, una petición de ayuda.
Mi casa temporal.
Escucha la sonrisa tímida de esa anciana que se sienta en el rincón, solita, pero viene diariamente desde que abre hasta que cierra este comedor comunitario.
Su casa no se derrumbó.
Ella no quiere estar solita.
Le dan miedo que sus paredes la engullan.
Hace tiempo no come caliente, no tiene gas y ni con quién compartir el bocado.
Quiere sentir el abrazo de la gente alrededor.
Imaginar que pertenece.
Mirarse reflejada en ojos de otros.
Dejar de ser fantasma.

*

Otro temblor.
Una nueva sacudida que te saca de tu propia órbita.
Descarrila tus rutinas.
Las torna en sin sentido.
Te obliga a priorizar:
¿A quién llamo primero?
¿Qué voy a sacar conmigo?
Te ayuda a mirar alrededor, a notar a los demás.
A darte cuenta de que casi todo es prescindible.
A agradecer lo que tienes.
A saberte afortunada.
A decirle a la gente que quieres que la quieres.

*

La paciente de la cama 16, piso 4, no puede ser operada.
Está viva de milagro: con la sacudida corrió al techo y se agarró de una antena ilegal en una fábrica de mala memoria.
Tuvo que pagar un costo: el golpeteo en la columna.
Su esposo en otro hospital apenas reacciona.
Falta equipo.
Falta personal.
Sobran pacientes.
Aparecen grietas.
No aparece su turno.
Quedan atrapados en la eterna crisis de la salud pública.

*

No dices nada.
No quieres ver.
Estás como una sombra, en la esquina, supervisando a lo lejos.
Sin poder irte pero sin querer quedarte.
Un, dos tres, pujen.
Los voluntarios jalan con una cuerda lozas pesadas.
Como sansones que parecen esclavos tirando al unísono.
Un, dos, tres.
Carretas van, vienen, parecen que chocan.

*

Acurrucada en ese rincón lloras.
Con las manos te tapas la cara.
Así te encuentro metida en tu propio lamento.
Ya son muchos días, y no aparece.
Entre más escombros sacan más crece la montaña de tu miedo.
Cada minuto que pasa es una oportunidad que se pierde.
Aguanta. Resiste. Sé fuerte. Ya estamos a punto de encontrarte. Pronto estaremos juntos. Te amamos. Los niños te esperan.
El mantra que te dices a ti misma para conjurar la presentida nube negra.

*

Perdóname, mi amor, sí te quería.
En el rosario del novenario el esposo llora.
Se deshace en mortales tristezas, en culpas.

*

Yo tengo una pala.
Yo una troca.
Yo este casco que es de bici pero es caso.
Yo sé hacer masaje.
Yo cuento cuentos.
Yo sé cómo preparar tortas.
Yo tengo mis manos.
Yo, el corazón.

*

Detente.
Compartamos el mezcal, el abrazo, la mirada.
No quiero llegar a casa.
¿Puedo bañarme en la tuya?

*

Puño en alto.
Silencio.
Es mi propio grito.
Es el miedo a frenarme para encontrarme con el espejo destruido de mi casa.
A toparme con la cama que invita a quedarse.
Que insiste: Ya no salgas, y dice: Le toca a otros.
Con la normalidad de la vida que no puede seguir siendo normal después de esta sacudida colectiva.
Y yo con las ganas desbordadas de escribir esto que florece ante mis ojos.
Esta corrupción que permea y se me planta enfrente aunque no la busque.
Ese grito de los muertos y las muertas a quienes escucho clarito pidiendo justicia.
Mandando mensajes de amor a quienes los lloran.
Yo con la incertidumbre de qué es lo que sigue.
Si esto es un renacer o si es otro intento frustrado.

*

Silencio.
Otro terremoto. El de la conciencia que nace.
Que madura al ritmo del trueno de la tierra.
El de la juveniza que llena el metrobus con picos y palas haciendo filas a lo que sea.
El de los que se estrenan como topos para rescatar a un semejante o sacar un cadáver.
El de las que se gradúan sin diploma como ciudadanos e inauguran centros de acopio.
El de quien planta un memorial y llora por sus hermanas que murieron atrapadas, porque cualquiera podía ser una ellas.
El de quienes no saben qué hacer con la conciencia que entre escombros rescataron.
Que se saben transformados, vivos, invencibles, resucitados, con el futuro como surco donde sembrar.

*

Silencio.
Es tu latido el ruido que se escucha.

*
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Fuente: Proceso

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