Una Ciudad Monstruo, una apuesta, otro teatro, diferente

, por voz_comun

Pasaron varios años para volver al teatro, la última vez fue en el bajío mexicano —parece un recuerdo sacado del mundo onírico—. Debo confesar que han sido muy pocas mis experiencias como espectador teatral, sin embargo, todas han sido memorables: de entrada por las vicisitudes que me llevaron ahí, luego la propia obra y al final el cerrojazo.

Ya el halo de misterio y su propia confabulación hacían lo suyo. La cita donde la obra se presentaría era rumbo al oriente de la Ciudad Monstruo, fuera del circuito teatral. Buscar entre las calles bajo la promesa de la lluvia propiciaba una atmósfera diferente sin la parafernalia de la alta esfera.

Un lugar marcado con algún número en la Colonia Moderna; una pequeña puerta a la entrada debajo de una gran enredadera que la adornaba. Adentro una casa repleta de madera con finos detalles, un gran jardín al fondo que sólo pude recrear en mi imaginación. Amablemente nos invitaron a esperar un poco mientras los demás asistentes llegaban. En tanto seguía observando la casa, imaginando el escenario, creando historias. No pasó mucho tiempo hasta que Alfredo Macías salió del interior de la cabaña y nos invitó a pasar: un mundo dentro. El desconecte total. El centro de la sala estaba dispuesto para la representación, alrededor sillas, sillones que se fueron ocupando. Quienes ahí reunidos nos mirábamos tratando de descubrir alguna señal de lo que después sería Tengo miedo de soltar, sin embargo, no había señal ni un gesto ni resplandor.

De pronto Graciela Miguel Hacha y Alfredo Macías Rubio, imponentes, dejaron fluir el impulso de la historia. Un ir y venir de voces, de ecos desde lo profundo de la memoria, desde los intentos de nuevos comienzos, desde el atrevimiento y la apuesta. También desde el reconocimiento del fracaso y nosotras, nosotros colgados de la atención total. Tal vez, seguramente, tratando de descifrar e interpretar lo que Paulino Toledo, autor y director de la obra, nos quería transmitir a través de los cuerpos, de los rostros, de las cuerdas que sujetan a Graciela y Alfredo.

¿Soltar, miedo? se estrellaban en mi cabeza. Mi propia historia, la de ellos, la de él, la de ella, un acercamiento. Sus voces desfasadas —pero reconocibles— como el mismo tiempo en que sucedía el todo. El mismo tiempo que no existía alrededor, ciclo interminable: Tengo miedo de soltar. Cada vuelta, cada espacio, cada geometría entre las manos de Graciela, entre las pupilas de Alfredo, en el interior de mis ansiedades buscaban respuestas a preguntas aún no formuladas. A pesar de ello llegó el momento del imperioso destape, el clímax donde ya no era posible atar. Habría que apostar, de nuevo, e intentar, desde el reconocimiento, escribir una nueva historia.

Se agradece, como dije antes, el atrevimiento y la apuesta al teatro libre. Queda seguir de cerca el trabajo de actrices, actores, autores, directores que crean esperanza desde espacios como éste.

T2

Ciudad Monstruo, desde algún lugar, en algún momento del día después, agosto 8/25.

p.d. Para el cerrojazo no faltaron unos caldos de gallina de primera —se agradece a Ojos brillantes su amplia cultura gastronómica del barrio.

p.d.1. ¿Un postrecito? Pues, no lo echamos. ¿Un rockcito? Lo bailamos.

p.d.2. Síguele la pista a La Neta Teatro, @lanetateatro