Buscaba siempre la verdad, darle voz a través de su imagen a los movimientos independientes, a las luchas, a los no escuchados. Y por ello le cerraron los ojos, le amarraron las manos, lo torturaron y le dieron el tiro de gracia. Lo asesinaron. Lo mataron en un departamento de la colonia Narvarte junto a cuatro mujeres. Entre ellas una luchadora social, firme y contundente, una gran amiga de años, Nadia Vera. Ni ellas ni él merecían ser asesinados. No cuando Rubén se fue al DF buscando salvaguardar su vida de las amenazas que había recibido en el estado de Veracruz por parte del gobierno de Javier Duarte. No, cuando dio aviso a todos los medios que estuvieron a su alcance para advertir a las autoridades federales y capitalinas acerca del riesgo en el que se encontraba. Él pensó que esos gritos de auxilio lo salvarían y sin embargo no fue cobijado por el Estado