Poesía y Revolución

John Holloway*

El siguiente es un texto de John Holloway, leído por él durante un encuentro de artistas en Colombia, nunca antes publicado. Aquí podemos acercarnos a algunas nociones de arte emancipado y asimétrico, según el autor de “cambiar el mundo sin tomar el poder”.

Es un honor y una emoción estar aquí en otro mundo, un mundo extraño de gente rara, de artistas. Cuando estaba tratando de pensar qué podría posiblemente decir a artistas sobre el arte, me acordé que hace unos meses alguien me describió como el poeta del movimiento altermundista. No entiendo por qué lo dijo, pero yo me sentía enormemente halagado, a pesar de saber que él lo entendía como un insulto, o una descalificación. Lo entendía como descalificación porque estaba diciendo que la teoría revolucionaria no se debe confundir con la poesía. La poesía es peligrosa porque tiene que ver con un mundo bello pero irreal, mientras que la teoría revolucionaria tiene que ver con el mundo real de lucha dura. En este mundo real de lucha, hay que enfrentar lo feo con lo feo, las armas con las armas, la brutalidad con la brutalidad.

No estoy de acuerdo con este argumento. Al contrario, quiero proponer que la teoría y práctica revolucionarias tienen que ser poéticas o artísticas para ser revolucionarias, y también que el arte tiene que ser revolucionario para ser arte.

(Perdónenme por favor si hablo de revolución. Sé que es una palabra pasada de moda. Nada más, tomo como punto de partida que todos sabemos que el capitalismo es una catástrofe para la humanidad, y que si no logramos deshacernos de él, si no logramos cambiar el mundo de forma radical, es muy posible que los humanos no vayamos a vivir muchos años. Por eso hablo de revolución.)

En un dicho famoso, Adorno dijo que después de Auschwitz ya no era posible escribir poesía. No tenemos que regresar sesenta años hasta Auschwitz para entender lo que quería decir. Tenemos horrores suficientes a la mano, tal vez sobre todo aquí en Colombia, sobre todo en América Latina, sobre todo en el mundo de hoy (Abu Ghraib, Guantánamo). En este mundo, pensar en crear algo bello parece una falta terrible de sensibilidad, una burla casi de aquellos que en este momento están siendo torturados, brutalizados, violados, asesinados. ¿Cómo podemos escribir poesía o pintar cuadros o dar conferencias cuando sabemos lo que está pasando alrededor de nosotros?

Pero ¿entonces qué? Lo feo contra lo feo, la violencia contra la violencia, el poder contra el poder, todo eso no es ninguna revolución. Revolución, la transformación radical del mundo no puede ser simétrica: si lo es, no hay ninguna transformación, simplemente la reproducción de lo mismo con otras caras. La asimetría es la clave del pensamiento y la práctica revolucionarias. Si estamos luchando para crear otra cosa, entonces nuestra lucha también tiene que ser otra cosa.

La asimetría es central porque estamos luchando no contra un grupo de personas, sino contra una forma de hacer las cosas, una forma de organizar el mundo. El capital es una relación social, una forma en que las personas se relacionan la una con la otra. El capital es el enemigo, pero esto quiere decir que el enemigo es cierta forma de relaciones sociales, una forma de organización basada en la supresión de nuestra determinación de nuestro propio hacer, en la objetivación del sujeto, en la explotación. Nuestra lucha por otro mundo tiene que significar que estamos contraponiendo otras relaciones sociales a las que combatimos. Si luchamos simétricamente, si aceptamos los métodos y las formas de organización del enemigo en nuestra lucha, entonces lo único que estamos haciendo es reproducir el capital dentro de nuestra oposición a él. Si luchamos sobre el terreno del capital, perdemos aún si ganamos.

Pero, ¿qué es esta asimetría, esta otredad que oponemos al capital?

En primer lugar, la asimetría significa negación, negación del capital y sus formas. No, no aceptamos. No, no aceptamos que el mundo tiene que estar dirigido por la ganancia. No, nos negamos a subordinar nuestras vidas al dinero. No, no vamos a luchar en el terreno de ustedes, no vamos a hacer lo que esperan que hagamos. ¡No!

Nuestro No es un umbral. Abre otro mundo, un mundo de otro hacer. No, no vamos a moldear nuestras vidas según los requerimientos del capital, haremos lo que nosotros consideramos necesario o deseable. No vamos a trabajar bajo el mando del capital, vamos a hacer otra cosa. Contra un tipo de actividad ponemos otra actividad muy diferente. Marx habló del contraste entre estos dos tipos de actividad como “el doble carácter del trabajo” e insistió en que este doble carácter del trabajo “es el eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política”, y podemos agregar, por lo tanto, del capitalismo. Habla de los dos lados del trabajo como “trabajo abstracto” por un lado y “trabajo útil o concreto” por el otro. El trabajo abstracto se refiere a la abstracción que el mercado impone en el proceso de creación: está vaciado de toda concreción, abstraído de sus características particulares, de tal manera que un trabajo es igual a cualquier otro trabajo. Es trabajo alienado, trabajo que está alienado, abstraído o separado de la gente que lo hace. (El concepto de trabajo abstracto no tiene nada que ver con el carácter material o inmaterial del trabajo.) El trabajo útil o concreto se refiere a la actividad creativa que existe en cualquier sociedad y que es potencialmente des-enajenado, libre de determinación ajena. Para hacer la distinción un poco más clara, hablaré de trabajo abstracto por un lado y del hacer creativo-útil por el otro.

Nuestro No abre la puerta a un mundo de hacer creativo-útil, un mundo basado en el valor de uso y no en el valor, un mundo que empuja hacia la auto-determinación. ¿Dónde está este mundo? El marxismo ortodoxo nos dice que existe en el futuro, después de la revolución, pero no es cierto. Existe ahora, aquí y ahora, en las grietas, en las sombras, siempre al borde de la imposibilidad. Su núcleo es el hacer creativo-útil, es decir, el empuje hacia la auto-determinación que existe en, contra y más allá del trabajo abstracto. Existe en el trabajo abstracto en la actividad diaria de todos nosotros que vendemos nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir, contra en la revuelta constante contra el trabajo abstracto desde dentro del empleo y en la negación a entrar a una relación de empleo, y existe más allá del trabajo abstracto en los intentos de millones y millones de personas en todo el mundo de dedicar sus vidas (o lo que pueden de sus vidas), individual o colectivamente, a lo que ellos consideran importante o deseable.

Si entendemos al capitalismo como un sistema de mando, entonces estas desobediencias, estos intentos de hacer otra cosa, estos haceres que van contra y más allá del trabajo abstracto se pueden entender como grietas en el sistema. Es gente diciendo individual, colectiva o a veces masivamente: “No, no vamos a hacer lo que dicta el dinero, nosotros en este momento, en este lugar, vamos a hacer lo que consideramos necesario o deseable, y vamos a crear las relaciones sociales que queremos tener”. Estas grietas pueden ser tan pequeñas que nadie las ve (la decisión de un pintor de dedicar su vida a la pintura, sean lo que sean las consecuencias) o pueden ser más grandes (la creación de una escuela rebelde o este coloquio, por ejemplo), o pueden ser enormes (como la revuelta de los zapatistas, o el movimiento piquetero, o las revueltas de los indígenas en Bolivia en los últimos años). Estas grietas son siempre contradictorias y siempre existen al borde de la imposibilidad, porque toman una posición contra el flujo dominante del mundo. Como saben los artistas tal vez mejor que nadie, es difícil vivir de la pura pasión, pero eso es lo que hacen muchos artistas: a pesar de las dificultades, anteponen su hacer creativo al trabajo abstracto, el valor de uso al valor, se niegan a aceptar la lógica del mundo e intentan vivir. No todos, pero muchos.

A pesar del hecho de que se oponen a la lógica del mundo, estas grietas existen por todos lados, y mientras más nos enfocamos en ellas, más nos damos cuenta de que el mundo está lleno de grietas, de gente que se niega a conformar, que se niega a subordinar su vida a la lógica del capital. Hablar de grietas no es hablar de la marginalidad, no hay nada más cotidiano que estar en contra del capitalismo. La revolución es simplemente el reconocimiento, la creación, expansión y multiplicación de estas grietas (hablo de grietas y no de autonomías para enfatizar tres puntos: primero, que son rupturas, que tienen sus raíces en la negación, que van contra el flujo dominante; segundo, que son rupturas en movimiento –las grietas corren, se expanden o se llenan–; y tercero que un mundo de grietas es un mundo fragmentado, o un mundo de particularidades, en el cual las grietas tienden a juntarse, pero no necesariamente tienden a la unidad).

Nuestra visión del mundo se cambia cuando entramos al otro mundo, al mundo basado no en el trabajo abstracto, sino en el hacer útil-creativo, no en el valor, sino en el valor de uso. Este es el mundo del comunismo, pero no es en el futuro (o no solamente), es un mundo que existe aquí y ahora, en las grietas, como movimiento. Parece que el mundo capitalista es unidimensional, pero no es así. Nunca hay un aplastamiento total de las alternativas. Siempre existe otra dimensión, una dimensión de resistencia, de otredad; el mundo del comunismo que existe en las grietas, en las sombras, un mundo subterráneo.

Este mundo medio invisible es un mundo de dolor pero no de sufrimiento. Es un mundo de dolor porque el otro mundo, el mundo del trabajo abstracto, está sentado encima de él, lo suprime y reprime. El mundo del trabajo abstracto es un mundo de dinero, de cosas, de relaciones sociales reificadas, de la objetivación de los sujetos humanos, objetivación hasta el punto de asesinato, violación y tortura. El dolor está en el centro de nuestro mundo, pero no el sufrimiento. El sufrimiento implica una pasividad, una aceptación de la objetivación. Pero nuestro mundo es el mundo del sujeto que se niega a aceptar su objetivación, del creador que lucha contra la negación de su creatividad. Nuestro dolor no es el dolor del sufrimiento, sino el dolor de un grito de pena y rabia, el dolor que nos mueve a la acción.

Nuestro dolor es el dolor de la dignidad.

“En nuestro corazón había tanto dolor, tanta era nuestra muerte y pena que no cabía ya, hermanos, en este mundo que nuestros abuelos nos dieron para seguir viviendo y luchando. Tan grande era el dolor y la pena que no cabía ya en el corazón de unos cuantos, y se fue desbordando y se fueron llenando otros corazones de dolor y de pena, y se llenaron los corazones de los más viejos y sabios de nuestros pueblos, y se llenaron los corazones de hombres y mujeres jóvenes, valientes todos ellos, y se llenaron los corazones de los niños, hasta de los más pequeños, y se llenaron de pena y dolor los corazones de animales y plantas, se llenó el corazón de las piedras, y todo nuestro mundo se llenó de pena y dolor, y tenían pena y dolor el viento y el sol, y la tierra tenía pena y dolor. Todo era pena y dolor, todo era silencio.

Entonces ese dolor que nos unía nos hizo hablar, y reconocimos que en nuestras palabras había verdad, supimos que no solo pena y dolor habitaban nuestra lengua, conocimos que hay esperanza todavía en nuestros pechos. Hablamos con nosotros, miramos hacia dentro nuestro y miramos nuestra historia: vimos a nuestros más grandes padres sufrir y luchar, vimos a nuestros abuelos luchar, vimos a nuestros padres con la furia en las manos, vimos que no todo nos había sido quitado, que teníamos lo más valioso, lo que nos hacía vivir, lo que hacía que nuestro paso se levantara sobre plantas y animales, lo que hacía que la piedra estuviera bajo nuestros pies, y vimos, hermanos, que era DIGNIDAD todo lo que teníamos, y vimos que era grande la vergüenza de haberla olvidado, y vimos que era buena la DIGNIDAD para que los hombres fueran otra vez hombres, y volvió la dignidad a habitar en nuestro corazón, y fuimos nuevos todavía, y los muertos, nuestros muertos, vieron que éramos nuevos todavía y nos llamaron otra vez, a la dignidad, a la lucha.’ (Carta del CCRI-EZLN, 1/2/1994)

Nuestro mundo no es solamente un mundo de dolor, sino un mundo de dignidad. Dignidad es la negación dentro de nosotros, la negación a someternos, la negación a ser un objeto y por lo tanto es más que la negación. Si yo me niego a ser un objeto, entonces afirmo que, a pesar de todo lo que me reduce al nivel de un objeto, todavía soy un sujeto y creo. Creo otramente. La dignidad es la afirmación del hacer creativo contra la abstracción del trabajo, aquí y ahora y no en el futuro. La dignidad es la afirmación de que no somos víctimas. ¿Por qué? Porque a pesar de todo, todavía tenemos aquello que “hace que nuestro paso se levante sobre plantas y animales”: todavía tenemos algo que va más allá, algo que desborda nuestra humillación y objetivación. Hay un mundo de diferencia entre una política de dignidad y una política de la pobre víctima. Las víctimas son las masas pisoteadas, necesitan líderes, necesitan estructuras jerárquicas. El mundo de las víctimas es el mundo del poder, un mundo que embona fácilmente con las estructuras del Estado, es el mundo del partido, el mundo del monólogo. Pero si partimos de la dignidad, si partimos del sujeto que existe contra y más allá de su objetivación, esto nos lleva a una política muy distinta, una política no de monólogo sino de diálogo, de escuchar en lugar de hablar, una política no de partidos y estructuras jerárquicas sino de asambleas o consejos, una política que busca no conquistar el poder sobre representado por el Estado, sino construir el poder-hacer que viene desde abajo. Una política de hacer, no de quejarnos. Las víctimas se quejan, la dignidad hace.

La dignidad implica el reconocimiento de que somos internamente divididos, cada uno de nosotros. La dignidad es un auto-antagonismo dentro de nosotros, un auto-antagonismo que es parte inevitable de vivir en una sociedad auto-antagónica. Sometemos, pero no lo hacemos. Dejamos que nos traten como objetos, pero luego levantamos la cabeza y decimos que no, que somos sujetos creativos. Rompiendo el capital, nos rompemos a nosotros mismos. La dignidad es una ec-stasía dentro de nosotros, un pararnos contra y más allá de nosotros, una proyección más allá. Seríamos víctimas si no tuviéramos esta dignidad ec-stática dentro de nosotros que mantiene a la piedra bajo nuestros pies. Las piedras están bajo nuestros pies porque no tienen dignidad. Si las pisoteamos, quedan pisoteadas. Las piedras son identidades, son. Nuestra dignidad ec-stática es nuestra no-identidad, o mejor, nuestra anti-identidad, nuestra negación a ser simplemente. El capital nos impone una identidad, nos dice que somos. Nuestra dignidad contesta que no es así, que no somos: no somos porque hacemos, creamos y, creando, nos negamos y creamos a nosotros mismos. Desbordamos a todas las identidades, todos los papeles y personificaciones que el capital nos impone. Desbordamos a todas las clasificaciones. El capital nos impone clasificaciones, nos divide en clases. Nuestra lucha es una lucha de clases, pero no para fortalecer la identidad clasista, sino para romperla, para disolver las clases, liberarnos de toda clasificación. Esto es importante porque, entre otras cosas, hace imposible el sectarismo. El sectarismo está basado en el pensamiento identitario (es decir capitalista): pone etiquetas, concibe a las personas como cabiendo dentro de una clasificación. Si nuestro punto de partida es la dignidad, esto implica la aceptación de que nosotros, como todos, somos contradictorios, auto-antagónicos, que desbordamos a cualquier clasificación.

Desbordando a la identidad, desbordamos al tiempo mismo, al tiempo identitario, al tiempo reloj. Nuestro mundo de dolor y dignidad, nuestro mundo borroso del hacer contra-y-más-allá del trabajo abstracto es un mundo de los muertos-no-muertos y de los nacidos-no-nacidos. Nuestros muertos no son muertos, están esperando. Como dice Walter Benjamín, y como dicen también los zapatistas, los muertos están esperando su redención. Vimos a nuestros padres con la furia en las manos y ahora los tenemos que redimir. Murieron en el intento de crear un mundo digno, ahora nos toca a nosotros redimirlos creando este mundo. El mundo por el cual lucharon nuestros muertos no existe aún, pero eso quiere decir que existe aún-no, como nos dice Ernst Bloch. Si las luchas del pasado existen en el presente de nuestro mundo, también existe el futuro posible. El mundo que aún no existe realmente existe aún-no, en las grietas, en nuestros sueños, nuestras luchas, nuestras rupturas con el mundo actual, nuestras creaciones que prefiguran otro mundo, en la siempre frágil existencia del futuro posible en el presente.

Frágil, borroso, medio invisible, siempre tambaleándose al borde de la imposibilidad, este es el mundo que habitamos, pobres rebeldes locos que no tenemos ninguna certeza, solo una: el grito de NO contra el capitalismo, contra este mundo que nos está destruyendo y que está destruyendo toda la humanidad. A veces parece que no hay esperanza. Nuestra dignidad está ahí todo el tiempo, pero a veces parece que está profundamente dormida, drogada por el dinero, el trabajo o el miedo. Nuestra ec-stasía siempre está ahí, pero parece aplastada bajo el peso de la rutina. Nuestra no-identidad ahí está, pero parece totalmente encarcelada dentro de la jaula de la identidad. El aún-no está aquí, pero a veces parece atado a las manecillas del reloj que dicen que todo siempre va a seguir igual, que no hay cambio posible.

¿Cómo despierta nuestra dignidad? ¿Cómo toca a otras dignidades? ¿Cómo se hablan las dignidades? Somos los “sin voz”, como dicen los zapatistas. No solamente porque no tenemos acceso a la radio y televisión, pero también por otra razón. Nuestra lucha, siendo anti-identitaria en el sentido que va contra y más allá de las identidades, es anti-conceptual en el mismo sentido, es decir, en el sentido que es una lucha que rompe y va más allá de los conceptos, que empuja más allá del lenguaje de la conceptualidad. El concepto identifica, encierra, solo puede ir corriendo detrás de este movimiento que va rompiendo, rompiendo identidades y conceptos. El lenguaje de la dignidad tiene que ser conceptual (para entender y criticar lo que estamos haciendo), pero también tiene que ir más allá de lo conceptual, explorando otras formas de expresión. La teoría revolucionaria, entonces, tiene que ser rigurosa y también poética.

Nuestro mundo es un mundo en búsqueda de un lenguaje, no solo ahora, sino constantemente, en parte porque el otro mundo, el del trabajo abstracto, nos va robando el lenguaje todo el tiempo, pero también porque nosotros estamos inventando nuevos haceres y nuevas formas de lucha todo el tiempo. La teoría social, el arte y la poesía son parte de esta búsqueda constante.

Son probablemente los zapatistas quienes han entendido mejor que cualquier otro grupo esta búsqueda y la unidad de la estética y la revolución. Me refiero no solamente al lenguaje de sus comunicados, sino también a su sentido profundo de teatro y simbolismo. Cuando se levantaron el primero de enero de 1994, expresaron no solamente su propia dignidad, también despertaron nuestras dignidades. “En la medida que proliferaban los comunicados rebeldes, nos fuimos percatando que la revuelta en realidad venía del fondo de nosotros mismos,” comentó Antonio García de León. La dignidad de los zapatistas resonó con nuestras dignidades adormecidas y las despertó.

Una política de la dignidad es una política de la resonancia. Reconocemos la dignidad en la gente alrededor de nosotros, en el asiento junto a nosotros, en la calle, en el supermercado, y buscamos la forma de resonar con ella. No es cuestión de educar a las masas o de llevar consciencia a ellas, es más bien cuestión de reconocer la rebeldía que es inseparable de la opresión y de intentar encontrar su onda, tratar de interpelarla en una reunión de dignidades. No es cuestión de convencer a personas enteras necesariamente, sino de tocar algo dentro de ellas. Esta es la pregunta que debería estar detrás de toda acción anticapitalista: ¿cómo resonamos con las dignidades que nos rodean? Esta pregunta obvia fácilmente se pierde cuando adoptamos conceptos cerrados e identitarios de nuestra lucha.

¿Cómo resonamos con las dignidades que nos rodean?

Se requiere en primer lugar una sensibilidad para reconocer las múltiples formas de rebeldía contra la opresión, y por lo tanto el rechazo a cualquier dogmatismo. Tenemos que escuchar lo inaudible, ver lo invisible.

Un mundo de dignidad no puede ser un mundo de “yo sé, tú no sabes”. Es un mundo más bien del no-saber compartido. Lo que nos une es que sabemos que hay que cambiar el mundo, pero no sabemos cómo hacerlo. Esto implica una política de preguntar-escuchar, pero también una experimentación constante. No sabemos cómo tocar las dignidades que nos rodean, entonces experimentemos.

Experimentemos, pero teniendo presente que el único arte que tiene sentido, como la única teoría social que tiene sentido, es un arte (o una teoría social) que se entiende como parte de la lucha para romper el capitalismo, para superar la sociedad actual. Esto significa entender lo que estamos haciendo como parte (parte heterodoxa, sin duda) de un movimiento, o un movimiento de movimientos. Y siempre con el principio central de la asimetría. No queremos ser ellos, no queremos ser como ellos.

Preguntando caminamos.

¿Cómo resonamos con la rabia que nos rodea, con el dolor que no es sufrimiento, con la dignidad y rebeldía, con el desasosiego de nuestros muertos no muertos que esperan su redención, con el aún no que ya existe? Esta es la pregunta que surge de nuestro mundo frágil sin nombre, de nuestra revolución sin nombre. El arte, como la teoría social, es parte de la respuesta, pero solamente si los entendemos como parte de un movimiento, de un movimiento de movimientos, un movimiento de movimientos basados en la dignidad, en la rebeldía y creación, la rebeldía contra el mundo que existe y la creación de otro mundo.

Entonces, ¿cómo? Estoy seguro que ustedes, como artistas, entienden la respuesta mucho mejor que yo. Preguntando caminamos.


*John Holloway nació en Dublín, Irlanda. Es abogado, Doctor en Ciencias Políticas, egresado de la Universidad de Edimburgo y diplomado en altos estudios europeos en el Collège d’Europe. Actualmente es investigador y profesor del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP de Puebla, México. Es autor de “Cambiar el mundo sin tomar el Poder”, texto fundamental para el altermundialismo donde postula que la revolución no está en la toma del Estado, sino en el anti poder y en la organización cotidiana contra la sociedad capitalista. También es autor de “Agrietar el Capitalismo” y de una decena de recopilaciones editoriales, entre las que destaca “Contra y más allá del Capital”.

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