Las mujeres de Ayotzinapa: Mary Martínez e Hilda Hernández

Las mujeres de Ayotzinapa 14: Mary Martínez

Tryno Maldonado

Mi nombre es Mary Martínez Ceferino. Mi hijo es Miguel Ángel Hernández Martínez. Tengo cuatro años viviendo aquí, en Tixtla, Guerrero. Cuatro desde que desaparecieron a mi hijo.

Hace poco hicimos una caravana de difusión en el bajío. En Querétaro, una persona nos dijo: “Ustedes lo único que andan haciendo aquí es dar lástima”.

Nosotras no tenemos la culpa. A nosotras nos pusieron en esta condición. Nosotras no sabíamos lo que era luchar. No sabíamos lo que era una marcha, un mitin, caravanas, plantones…

En un principio estuvo bien pesado. Nos daba miedo. Pero teníamos que estar ahí por nuestros hijos. Al principio, cuando íbamos a pasar a hablar al micrófono, hasta los pies nos temblaban. Jamás habíamos hablado en público. Imagínate, hablar con un montón de gente lo que estás viviendo, lo que estás sufriendo. Siempre he sido bien chillona cuando hablo de mi hijo. Me duele. Se me traba la lengua. Se me seca la boca. Pero en esos momentos sacas fuerza de donde sea.

Fue horrible el cambio. Éramos otras personas. Yo me la pasaba trabajando en la casa. Desde que sucedió esto me fui a vivir prácticamente a la normal. Tuvimos que olvidarnos de la familia que teníamos en la casa. Mi hija estaba embarazada. Le faltaban tres meses para aliviarse. Y la dejé. Mi otra hija estaba en la secundaria. Yo me iba a buscar a Migue. No me importaba si tenían que comer o no. No se siente una bien en la casa. Mi otro hijo me decía: “No te olvides de que están también tus hijas”.

A raíz de esto hubo un distanciamiento en la familia. Mi marido se fue a nuestra otra casa. Dice que se siente triste de estar aquí y no ver a nuestro hijo.

Vivimos con miedo. En las noches siento como si alguien fuera a meterse. No sé si sabes lo que ha estado pasando últimamente aquí en Tixtla. Se meten hasta en las casas.

A mi otro hijo también se lo llevaron. El 2 de septiembre del 2017. Se casó un muchacho de la normal y él fue padrino. Me invitó pero no quise ir. No voy a fiestas desde que pasó lo del 26 de septiembre. Eran las cuatro y media de la tarde. Los habían ido a sacar del lugar donde trabajaban. Como a las ocho y media oí que alguien gritaba afuera de la casa. “Mary, ¿sabes dónde está tu hijo?”, me dijo doña Bertha. Luego luego sentí que algo pasaba. Me puse nerviosa. “Háblale”, dijo ella. Empecé a marcarle pero (el celular) me mandaba a buzón. Ella empezó a llorar. Su marido trabajaba allí mismo.

A mi hijo no le tocaba trabajar a esa hora. Iba a la boda y pasó a rellenar varias bolsas de hielo. Cuando llegó ya tenían a todos los empleados acostados en el suelo. Él también se acostó. Uno de los que los tenían le dio una patada y le dijo que se quedara. Un poquito más que se hubiera tardado y a él no le tocaba.

En la mañana me hablaron. Habían encontrado bolsas negras.

Eran como las siete de la noche del siguiente día. Me he imaginado mucho a Migue entrando a la casa. Desde hace cuatro años dejo la puerta abierta para cuando Migue regrese. Pero esa noche lo vi a él. A mi otro hijo desaparecido. Estaba sentada con mi comadre. Pensando dónde más buscarlo. Pensando en ir a poner la denuncia a Chilpancingo.

Y de pronto oí que se abrió la tranquita del patio. Luego la puerta. Descalzo. Sin camisa. Agarrándose un pedazo de camisa nada más. Estaba oscureciendo. No lo distinguía bien. Y yo pensando: “¿Quién es, quién es? ¿Cuál de los dos es?”.

“Mary, nos soltaron”, me dijo entre queriendo llorar y reírse.

“¿Quién es, quién es?”, pensaba. “¿Quién de los dos es?”.

Me paré rápido y lo abracé. Volví a sentir lo mismo que cuando se llevaron a su hermano. Tenía unos lazos cortados en las manos. Los vinieron a tirar aquí en la esquina del Santuario. Una señora que vende picaditas los ayudó. Su marido les cortó los lazos. A mi hijo lo habían aventado ahí en ropa interior. Le prestaron un pantalón.

Sí, se siente horrible. Otra vez lo mismo. Esto no se lo deseo a nadie. Está una con ese miedo… En la hora que tienes que irte a acostar te quedas pensando si no van a venir por ti o si te van a hacer algo.

Y aún no se quita eso. Hemos visto tantas veces cómo se llevan a la gente y los sueltan y vuelven otra vez por ellos. Quedé con eso. Ahora cada que mi hijo sale, ahí ando preguntando dónde está… Cuando salimos por días enteros a buscar a los muchachos siento coraje porque tengo que dejar a mis otros hijos.

En la escuela le dicen igual que a su hermano desaparecido: Botas o Botitas. El día de su graduación en Ayotzinapa mi hijo no quiso asistir. No quiso saber nada. Me dijo que si iba, sería con una playera con la consigna Nos Faltan 43 o con una cartulina donde dijera que le falta su hermano y que aquí no hay nada que festejar.

Migue. No está Migue. No sabemos ni cómo está.

A raíz de esto hemos ido aprendiendo que tenemos que caminar juntas, tenemos que gritar. Lo seguiremos haciendo. Gritando que nos falta un hijo en la casa. Hemos ido aprendiendo juntas a luchar.

Fuente original: https://suracapulco.mx/2018/08/28/las-mujeres-de-ayotzinapa-14/


Las mujeres de Ayotzinapa 15: Hilda Hernández

Tryno Maldonado

Mi hijo es César Manuel González. Uno de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Tengo 45 años, pero aquí siento que me avejenté ya. Antes de que pasara esto, cuatro años atrás, me sentía con menos desgaste. Y ahora me veo a mí misma y me digo: “Ya me acabé”. Mira, me encané mucho más rápido.

De mi corazón yo siento que estoy viviendo un proceso. Antes no tenía tanta desesperación, tanto dolor. “Bendito Dios que mi familia está junta”, decía antes de que pasara todo esto, aunque a veces nos las viéramos difíciles. No había nada que no se pudiera remediar. En este caso, no. En este caso te das cuenta de que te falta tu hijo, tu hijo que tanto protegiste, que hiciste crecer, que hiciste un niño de bien…

Mi corazón. Siento que se destroza lo más hondo de mi corazón. Siento que se me desgarra. Ese sentimiento me llega cuando no tenemos ni noticias ni avances en la investigación, cuando haces todo lo posible porque te den una respuesta y no la hay. He sentido ese dolor desgarrante desde el fondo de mi corazón de no tener a mi hijo, de no tener a esos muchachos. Los queremos mucho y, a pesar de que no son de mi sangre, ya son de mi familia. Siempre pido por ellos. Pido a Diosito que los ilumine y los proteja para que puedan regresar.

Como al año de desaparecido soñaba con mi hijo. Soñaba que estábamos así como ahorita, en las marchas. Lo veía, pero con tanta gente otra vez se me perdía. Eso es lo que siempre he soñado. No tiene mucho que lo soñé otra vez. En el sueño lo ando buscando. Su cara está igual. Sueño que ya llegó y le digo: “¡Bueno, te estábamos buscando!”. Pero él se queda callado. No me dice nada. Y en un momento otra vez lo pierdo. Y despierto.

Lo que hemos platicado con las otras mamás es que a lo mejor ya no se ven igual. A lo mejor sus facciones están más maduras. ¿Cuántos años ya pasaron? O que les haya crecido el cabello. Yo de una forma u otra lo voy a reconocer. ¿No comerán? ¿No tomarán agua? ¿Cómo se verá? ¿Qué los pondrán a hacer? No de gratis los han de tener por ahí. Han de estar bien mugrosos. Él seguido se enfermaba del estómago, de las anginas, una alergia de la nariz. Y me pregunto luego: ¿no estará así, estornude y estornude? Padece mucho del dolor de sus pies. Porque no tiene arquito, lo tiene así, plano. Por eso usaba de niño zapatos ortopédicos. Le dolían en tiempo de frío. Y ya viene el tiempo de frío. Las lluvias.

Mi hijo no fue desaparecido en la calle Juan N. Álvarez. Iba con los del Palacio de Justicia de Iguala. Ahí sí no hubo un rumbo para dónde se los llevaron. ¿No se los habrán llevado hasta la sierra? Tú sabes que en su momento aquéllos no permitieron subir a buscar hasta la sierra. Ni a los mismos del gobierno les permitieron. Luego me pongo a pensar eso. En algún lugar están. Los vamos a volver a ver.

Tú lo has visto. Nos dicen de todo en las marchas. Que somos vividores, que queremos dinero. Eso me irrita. Me causa dolor. Estamos buscando a nuestros hijos. Pero he aprendido a canalizar eso. Es gente desinformada, que nada más cree lo que ven en sus teles.

Además de que aparezcan César Manuel y los muchachos, para mí hacer justicia consistiría también en conocer la verdad. Esa verdad que ocultó el gobierno. Esa verdad que ellos tramaron ocultar con tanta crueldad pensando que nosotros somos gente que no está preparada, que no estudiamos. Se les hizo fácil decir: “Engañamos a estas personas, les decimos que fue esto –el incendio de los 43 normalistas en el basurero de Cocula, del que la evidencia científica demostró que no hubo tal– y ya”.

Antes yo sí creía en las leyes. Pero he visto que el gobierno sólo las aplica para su beneficio. Cuando veíamos a un candidato joven como Enrique Peña Nieto, hasta llegamos a creer que iba a hacer algo, que iba a hacer algo por los jóvenes. Pero luego te pasa esto, y tú misma visibilizas y te das cuenta de que, además de que los gobiernos se ponen a ellos solos, ellos deciden por nosotros. Pero no en conformidad a lo que nosotros queremos: vivir bien, tener salud, que no te despojen de tu territorio, que no te desaparezcan, que no haya muertes… tantas cosas. Lo que estamos viviendo en realidad es una forma de que el gobierno se está deshaciendo de sus obstáculos: entre más jóvenes matan y desaparecen, más le beneficia. Los jóvenes son los que se están dando cuenta de cómo este sistema está gobernando.
Bendito Dios, no me ha pasado nada. A veces comemos una vez al día. A veces dos. Pero no tenemos un horario. Es muy rara la vez que comamos bien. A Mario, mi esposo, le ha pasado de todo.

Cuando se murió doña Minerva –madre de Everardo Rodríguez Bello, uno de los 43 desaparecidos–, hijo… Yo lloré hasta donde no. Lo vivimos feo, triste. Un dolor… un dolor… Se fue sin saber de su hijo. Te duele saber que ya se fue una de las mamás. Ella a lo mejor no sabía que tenía ese mal que la mató, pero a consecuencia de esto se alteró más, mucho más.
Yo no quiero… yo no quiero irme así.

Fuente original: https://suracapulco.mx/2018/09/11/hilda-hernandez/