Sobre la situación nacional -1: artículos de Gustavo Esteva

El olvido otro / I

La Jornada, México, 8 de octubre,

https://www.jornada.com.mx/2018/10/08/opinion/024a1pol

No debemos olvidar. Pero tampoco encubrir.

Se dijo y escribió lo que hacía falta el 2 de octubre, pero sigue pendiente derivar las consecuencias pertinentes de la conmemoración y recordar el contexto.

Como insisten los padres de Ayotzinapa, lo primero es la verdad. No puede haber justicia si no la conocemos. Lo dijo bien Rosario Castellanos: “No hurgues en los archivos pues nada consta en actas […] Recuerdo, recordemos / hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

Sin embargo, ¿qué sería la justicia? ¿Desenterrar al Díaz Ordaz y encerrar al Echeverría? ¿Cazar o denigrar culpables adicionales? ¿Bastan esclarecimiento y castigo? ¿En eso consiste la justicia? ¿Eso buscamos hoy con todos los crímenes encima?

Trazó el rumbo una de las madres de Ayotzinapa: no recuperará la serenidad hasta que lo ocurrido con su hijo no pueda ocurrir con nadie más. Tomémoslo en serio. ¿Qué haría falta para que así fuera?

El monopolio de la violencia legítima otorgada al “Estado” se perdió hace tiempo en México; los gobiernos no tie¬nen ya monopolio de la violencia y me¬nos aún legitimidad. La de AMLO parece estar fuera de discusión. ¿Es suficiente? Es cierto que hay “una apertura a la esperanza” (Magdalena Gómez, La Jornada, 2/10/18). El presidente electo se compromete a no usar nunca más la fuerza para reprimir los movimientos sociales. Sin embargo, “su compromiso personal […] no garantiza que esto no vuelva a suceder” (Luis Hernández Navarro, La Jornada, 2/10/18).

El asunto no consiste en confiar o no en su palabra, sino en preguntarnos si eso es todo. A final de cuentas, lo que está en entredicho es el diseño mismo del Estado-nación, que sólo es la forma política del capitalismo y una estructura de dominación y control, supuestamente democrática. Una posibilidad real de justicia sólo puede existir si adoptamos un nuevo horizonte político, más allá de esa estructura.

Eso es lo que empieza a cundir. “Es el momento […] de empezar a construir autonomía de base social […] y encontrar alternativas comunitarias al Estado-nación”, se sostiene dentro del movimiento catalán. El 11 de septiembre, en la fiesta nacional de Catalunya, se coreó la consigna “el pueblo manda, el gobierno obedece” (Mireia Pérez, La Jornada, 1/10/18).

Tenía razón el finado sup Marcos cuando señaló que 68 era más que Tlatelolco. Fue “la calle como territorio de la otra política, la de abajo, la nueva, la luchadora, la rebelde”. Fue “aprender de la abierta confrontación entre varias formas de hacer política”. Treinta años después, escribió en 1998, “la lucha continúa” (2/10/1998)

Un movimiento centrado en los universitarios amplió espacios políticos, económicos y sociales para ellos. Logró también avances hacia la “normalidad democrática”. No debe subestimarse su contribución, directa e indirecta, a cerrar el ciclo de dominación que por 90 años asociamos con el Partido Revolucionario Institucional y llegó a su fin el pasado primero de julio, aunque sigan en circulación zombis que aún portan la franquicia y otros quieran tomar en sus manos la estafeta.

Falta lo que falta. Al recordar y conmemorar la otra política, la de abajo, no olvidemos el contexto que la sembró. Por buenas razones se destaca Berkeley, el mayo de París, Tlatelolco… Pero los reflectores sobre el 68 y los estudiantes pueden ocultarnos la década entera, que es inevitable llamar revolucionaria.
Hubo realmente un “espíritu de los sesenta” y junto a su corriente individualista hubo otra solidaria y comunitaria; todo se puso en cuestión: “la familia, el trabajo, la educación, el éxito, la cordura, la locura, el cuidado de los niños, el amor, el urbanismo, la ciencia, la tecnología, el progreso, la riqueza” (José Ma. Sbert, 2009). “Era necesario cambiarlo todo” (Germán Dehesa, 1997). The sky is the limit. Despegó un nuevo movimiento feminista, cuando Betty Friedan fundó en 1966 la National Organization for Women. Fue Martin Luther King. “Parecía poderse ver de repente todo lo que una sociedad tenía de intolerable, al mismo tiempo que las posibilidades de otra realidad social… Para 80 por ciento de la humanidad, fue como si la Edad Media llegara súbitamente a su fin en los sesenta” (Henri Weber, 1998). Y algo muy importante: se creyó de pronto en “el sustrato de los excluidos e inadaptados, los explota¬dos y perseguidos de otras razas, los des¬empleados y los in-empleables” (Marcuse, en Kumar 1991). Los jóvenes “no desean un futuro como el nuestro, que hemos probado que éramos unos cobardes… agotados por la obediencia, víctimas de un sistema cerrado” (Sartre, en Winock 1997). La década termina como un ciclón. Praga, los Guardias Rojos, las Panteras Negras, Woodstock…

Fue un error colgar la revolución de líderes que la traicionaron. Pero no se equivocaron quienes crearon la Comisión Trilateral para sofocarla e inventaron la equívoca etiqueta neoliberal para su campaña. Es esto lo que ahora termina. Empieza a ser posible, en medio del horror y la devastación, lo que entonces no pudo ser.


El olvido otro / II

La Jornada, México, 22 de octubre

https://www.jornada.com.mx/2018/10/22/opinion/022a2pol

Necesitamos recordar… Sólo una conciencia clara de lo que ayer no hicimos permitirá enfrentar con lucidez los retos de hoy.

La Comisión Trilateral, creada en 1973 por iniciativa de David Rockefeller, simboliza de forma adecuada la reacción de arriba a los vientos de cambio de los años sesenta. El amplio repertorio de lo que se llamó neoliberalismo desmanteló buena parte del estado de bienestar, de las conquistas sociales y del Estado-nación. También desmanteló su fachada democrática, con su supuesto estado de derecho, y preparó la muerte de la política. Nada de eso hace falta cuando el modo de producción se ha convertido en modo de despojo.

Los vientos de cambio que generaron tal respuesta no nacieron en el vacío. La década de 1950 terminó a tambor batiente: Fidel Castro entró en La Habana, Demetrio Vallejo y Othón Salazar simbolizaron en México las grandes movilizaciones y represiones. En todas partes cundía la tensión que formó el clima intelectual de los años sesenta, el cual no parece tener parangón. Camus, Benjamin, Bloch, la Escuela de Frankfurt, Sartre, Simone de Beauvoir, Lefevre, Debord… La lista interminable es trasfondo de lo que empezó a ocurrir. El Manifiesto de Port Huron, por ejemplo, documento fundador de Students for a Democratic Society, se hizo agenda de una generación en 1962, en la tensión entre individualismo y comunitarismo propia de toda la década y quedó como referente para la izquierda estadunidense con su énfasis demostrado en la desobediencia civil y la lucha contra el racismo.

El descubrimiento de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 exigió una nueva lectura de El Capital; el joven Marx nos preparó para el tardío. Kuhn relativizó las “verdades científicas” al ponerlas en la perspectiva adecuada. McLuhan reveló el papel de los medios en la aldea global. Al principio de la década sólo 10 por ciento de los estadunidenses tenía televisión; al terminar, sólo 10 por ciento no la tenía.

El hombre unidimensional (1964), de Marcuse, fue clara referencia para los movimientos juveniles, desde los hippies hasta el 68.

Las palabras y las cosas, quizás el libro más importante de Foucault, mostró que el humanismo se había vuelto totalitario y surgía ya la insurrección de los saberes subyugados.

Paul Goodman e Iván Illich anticiparon la crisis de las instituciones que se haría evidente medio siglo después, así como la forma en que la gente podría reaccionar para transformarla en la reconstrucción de la convival. Textos suyos de esos años describen con precisión lo que ahora ocurre. Cualquier periódico podría usar hoy este análisis de Fromm, de 1970, para caracterizar el malestar dominante:

“Un espectro anda al acecho entre nosotros y sólo unos pocos lo han visto con claridad: una sociedad completamente mecanizada, dedicada a la máxima producción y al máximo consumo de materiales y dirigida por máquinas computadoras. En el consiguiente proceso social, el hombre mismo, bien alimentado y divertido, aunque pasivo, apagado y poco sentimental, está siendo transformado en una parte de la maquinaria total. Con la victoria de la nueva sociedad, el individualismo y la privacía desaparecerán, los sentimientos hacia los demás serán dirigidos por condicionamientos sicológicos y otros expedientes de igual índole, o por drogas, las que también proporcionarán una nueva clase de experiencia introspectiva… Quizás el aspecto más ominoso de lo anterior sea hoy que parecemos perder el control de nuestro propio sistema. Cumplimos las decisiones que los cálculos de nuestras computadoras elaboran para nosotros. Como seres humanos no tenemos más fines que producir y consumir más y más. No queremos nada ni dejamos de querer algo. Las armas nucleares amenazan con extinguirnos y la pasividad… con matarnos internamente”. (La revolución de la esperanza, FCE, 1970, p.13).

Fromm no logró anticipar cómo se profundizaría la desigualdad y crearían los desechables. Caracterizó solamente a un sector de la sociedad, que ya no se conmueve ante la condición de la mayoría sobre cuyos hombros se sostiene su “bienestar”, la cual lucha por sobrevivir bajo las condiciones más adversas. Tampoco anticipó que se cuartearía el cascarón del huevo de la serpiente.
¿Cómo despertar? Entonces, como ahora, hubo quienes colgaron de arriba la esperanza. Entonces, como ahora, parecía sensato pasar la estafeta a alguien que “encarnara el sufrimiento del pueblo” y fuera “la solución”, alguien que “se hiciera cargo de la historia”: “el mesías” (Dussel, La Jornada, 1/8/18). Así nos fue. “Hacer una revolución a medias es cavar su propia tumba”, decía Saint-Just, compañero de Robespierre.

¿Cómo huir de las falsas ilusiones que se fomentan cada día y empiezan a producir parálisis ante el maná que el primero de diciembre empezará a caer del cielo que al fin conquistaron “los buenos”? ¿Rendirnos, en el umbral del cambio, en medio de esta guerra sin cuartel y del horror que todo lo cubre, cuando aún falta lo que falta?


El olvido otro / III

La Jornada, México, 5 de noviembre

https://www.jornada.com.mx/2018/11/05/opinion/018a1pol

La valiente decisión sobre el aeropuerto y su eficaz operación política podrían ser contraproducentes… si llevaran a rendirnos.

Se hizo evidente en estas semanas que no era un megaproyecto más. Estaba en juego el qué y el quién del país, qué país estaríamos construyendo y quién lo decidiría.

La absurda decisión de Peña de seguir construyendo el aeropuerto hasta el último día de su administración, a pesar de su cancelación por el presidente electo, ratificó pública y abiertamente a quién servía su gobierno; Peña se sintió obligado a decirles a sus amigos, jefes y cómplices que seguía con ellos. La consulta fue una herramienta política astuta y eficaz para legitimar la decisión del presidente electo de romper con esa postura servil e irresponsable y anunciar que regirá su acción desde otra correlación de fuerzas.

Sobre esa correlación, sin embargo, se equivocan quienes cuentan los 30 millones de votos como si fueran un “sujeto social”. Será aún más grave agregar a esa cifra a quienes celebran hoy la decisión del aeropuerto y a los millones que en diciembre recibirán pensiones de viejitos, becas de jóvenes, salarios de sembradores de árboles y otros apoyos para “los pobres”. Tal “sujeto social” sólo existe en su imaginación.

En diciembre se harán evidentes los límites actuales del poder público, sus reducidos márgenes de maniobra, independientemente de las intenciones o deseos de su titular. La configuración de fuerzas sociales y políticas podrá restructurarse cuando quede claro qué tipo de país se impulsará desde arriba. Votantes y beneficiarios de programas públicos contarán o no en la correlación de fuerzas en función de la orientación real de la acción gubernamental, que hasta ahora no parece muy distinta a la actual, como ejemplifican el Tren Maya y el corredor transístmico.

México llega tarde al ciclo de gobiernos “progresistas” que cundió por América Latina desde 2003, con Lula, Correa, Evo Morales, los Kirchner y Pepe Mujica. Fue rasgo de todos ellos pactar con el capital, asumiendo sin dificultad la orientación neoliberal. Sus celebradas políticas redistributivas y de combate a la pobreza extrema se ajustaron habitualmente a los diseños del Banco Mundial. Todos tuvieron confrontaciones con sectores de la base social, particularmente los de inclinación autonómica o quienes resistieron megaproyectos o políticas desarrollistas y extractivistas.

Hay buenas razones para esperar que el gobierno de AMLO no caiga en la corrupción que marcó a varios de esos gobiernos y que, al contrario, la combatirá vigorosamente. Pero no hay razones para imaginar que no tendrá, como ellos, compromisos básicos con el capital. Una golondrina no hace verano. La decisión sobre el aeropuerto no implica un cambio en la orientación de su política, que opera dentro del sistema dominante.

Cobra así sentido recordar, para aprender de nuestros errores. No debemos repetir la historia de hace medio siglo. El “espíritu de los sesenta”, un aliento radical de cambio que cundió por el mundo entero, fue sacrificado en el altar “democrático”: se entregó el impulso a ilustres gobernantes que prometieron materializarlo. Así nos fue. Tuvimos en cambio la Comisión Trilateral y el desmantelamiento económico y social que llamamos neoliberalismo…

En México, el brío radical del 68 se canalizó a la construcción partidaria y a la apuesta electoral. El régimen recibió con agrado la iniciativa. Decía uno de sus viejos zorros: “Lo que resiste apoya”. Para ganar legitimidad, el PRI contribuyó a formar la “oposición política” …que finalmente cumplió su función: prolongar el régimen dominante con formatos como el Pacto por México que concertó Peña.

Lo que hoy no debemos hacer es desmovilizarnos, paralizar el movimiento social. Por el contrario, es hora de ponerse en marcha y tomar por buena la promesa de que no será reprimido. En vez de bajar la guardia, necesitamos activarnos, lanzarnos hacia adelante, aprovechar todas las oportunidades de diálogo que se presenten y crear otras, negociar, presionar, exigir. Lo más importante será construir, desde abajo, una auténtica alternativa; avanzar en las posibilidades autónomas; aprovechar toda oportunidad, toda negociación, todo recurso, para fortalecer la única esperanza realista, la de la propia gente, su organización.

En 1994 se abrió en México una opción que tuvo eco mundial. Todos los movimientos antisistémicos lo reconocen. “¡Que se vayan todos!”, dijeron en Argentina. “Mis sueños no caben en tus urnas”, plantearon los Indignados en España. Quienes se rindieron a alguien de arriba, un dirigente o un partido, como en los sesenta, perdieron piso y opción. Pero muchos mantuvieron abajo el empeño y siguen ahí, construyendo, construyéndose, creando una auténtica alternativa. No acomodan su proyecto a los resultados electorales. Los toman en cuenta, pero conscientes de que la capacidad política se forma con la organización, no con agregaciones estadísticas.


Despertar

La Jornada, México, 23 de noviembre

https://www.jornada.com.mx/2018/11/23/opinion/020a2pol

Estamos en la antesala. Pero no está claro antesala de qué.

La orientación de la política pública que arrancará en un par de semanas podría llamarse “neoliberalismo de izquierda”. Tiene antecedentes en la evolución latinoamericana reciente, pero su sentido y alcances son confusos.
Esa orientación fortalece abiertamente la forma capitalista de existencia social. “Un obrero metalúrgico”, decía Lula con orgullo, “está haciendo la mayor capitalización de la historia del capitalismo” (Proceso, 1770, 3/10/10). Desde el Consenso de Washington, busca la “estabilización macroeconómica”, ratificada una y otra vez por el presidente electo, junto con la liberalización del comercio y la inversión y la expansión de las fuerzas del mercado en la economía interna.

Tal orientación usa diseños del Banco Mundial en programas sociales para aliviar la “pobreza extrema”, que individualizan a los pobres mediante transferencias monetarias en parte asociadas con la educación y la salud. Lula celebró a Velasco, en Chiapas, por programas mexicanos muy semejantes a su Bolsa Familia. El nuevo gobierno agregará a esos programas actuales más pensiones para viejitos y becas para jóvenes con el mismo sello.

La capitalización impulsada por los gobiernos “progresistas”, tras el desmantelamiento que empezó con el llamado "ajuste estructural" de los años 80, fue celebrada por un amplio sector de la izquierda. En Brasil aplaudió el Programa de Aceleración del Crecimiento de Lula y su alianza con empresarios y corporaciones trasnacionales desarrollistas, muy semejantes a los que se preparan aquí.

Se califica de “izquierda” este neoliberalismo porque fortalece al Estado, en vez de reducirlo. La primera tarea consiste en limpiarlo. En esto fracasaron los gobiernos “progresistas” de la época reciente, plagados por la corrupción; se espera que López Obrador marque una diferencia real con ellos y que su escoba barra eficazmente la porquería actual, empezando desde arriba.

El fortalecimiento del Estado busca, además, regular al capital, protegiéndolo de sus excesos, que en todas partes han estado matando a la gallina de los huevos de oro, como Soros advirtió desde hace 20 años. La decisión de cancelar el corrupto, destructivo y aberrante proyecto del aeropuerto ilustra esa orientación, aunque los sustitutos propuestos no son en modo alguno satisfactorios.

Decía Lula que sus políticas eran “todo lo que la izquierda soñaba que se hiciera” (La Jornada, 3/10/10). Eso se dice de AMLO: que se realizarán al fin los sueños de la izquierda que desde el 68 se acomodaron al juego electoral. Sin embargo, debemos “enfrentar los hechos, en vez de lidiar con ilusiones”. Hemos de “vivir el cambio, en vez de entregarnos a la ingeniería social”, como exigió hace tiempo Iván Illich.

En nombre de los altos fines que decían perseguir, los dirigentes “progresistas” pospusieron y relegaron la justicia social y la protección ambiental. La misma marca tiene ya el nuevo gobierno. Su mezcla de ilusiones con ingeniería social elude hechos fundamentales.

Sería absurdo subestimar los recorridos de López Obrador por el país y su notable tenacidad. Hablan en su favor las reacciones resentidas y pedantes de la “derecha ilustrada” –Bartra, Castañeda, Aguilar Camín, Zaid… Cuentan sus habilidades políticas y sus inclinaciones personales, lo que siente en su corazón quien ya se considera “hombre de la nación”. Y sin embargo…

Están a la vista las presiones que ejercerán quienes se consideran dueños del país y no sienten en AMLO un servidor tan devoto y confiable como sus predecesores. Suena muy bien que se lave las manos sobre la iniciativa de las comisiones bancarias, aduciendo que respetará la división de poderes y las decisiones de su partido. Pero no puede lavárselas con lo que está emanando de su propio bando… y de su propia boca.

El mismo senador que retó a las élites financieras con las comisiones bancarias propuso una legislación agraria en que Morena, no sólo él, sacan el cobre: es lo opuesto a lo que proclaman. El documento es atroz. La iniciativa opera abiertamente contra los intereses de los pueblos indígenas y campesinos para seguir entregando la tierra al capital, como Magdalena Gómez y Ana de Ita analizaron ya en estas páginas.

Como la Red de Afectados por la Minería señaló en su comunicado de prensa, la reacción del senador ante las críticas a la iniciativa no sólo fue ignorante y tramposa; exhibió también soberbia e incapacidad de diálogo. Pero el mal viene de atrás. En el Proyecto Alternativo de Nación que Morena registró ante el INE apenas se menciona el maíz y se aborda el tema en forma equívoca y falaz, con hondo desprecio por pueblos indígenas y campesinos y el ambiente. Es el mismo desprecio, por cierto, que se manifiesta por los pueblos de Yucatán o del Istmo con el Tren Maya o el Corredor Transístmico.
La antesala en que estamos puede ser la del infierno… como de costumbre pavimentada de buenas intenciones.


Despeñadero

La Jornada, México, 3 de diciembre

https://www.jornada.com.mx/2018/12/03/opinion/014a2pol

El obvio juego de palabras se ha vuelto popular. No olvidemos que también significa precipicio y riesgo.

La primera tarea será borrar el legado de Enrique Peña Nieto y sus cómplices. Ciertos patrones de corrupción se corregirán desde el primer día. Otros requieren mucho más que la escoba de arriba. Más difícil aún será liquidar estructuras y normas construidas para el saqueo.

El 1º de julio está haciendo olvidar la lección que habíamos aprendido bien: no podemos confiar en el sistema electoral. Caer de nuevo en esa superstición no sólo implica pensar que es un procedimiento adecuado para expresar la voluntad colectiva. Supone creer que los elegidos respetarán esa voluntad… y que lo harán desde aparatos podridos y contraproductivos, construidos para la transa y el control.

El nuevo Presidente reconoce que la esperanza de transformación no de¬pende de lo que él pueda hacer con esos aparatos, incluso si logra limpiarlos desde arriba hasta abajo. Depende de la gente. Debe ahora saber que decisiones suyas que se materializarán en los próximos días le darán respaldo popular…pero no capacidad de cambio. Tampoco la podrá derivar de la consulta ciudadana si la sigue desvirtuando. La del aeropuerto, atrapada en restricciones técnicas y políticas, facilitó políticamente su decisión de compromiso. Pero las consultas de la semana pasada sólo sirven para alimentar la ilusión de que tienen respaldo popular decisiones muy cuestionables.

Están ocurriendo hechos ominosos. El 28 de noviembre ocho diputados de Morena tomaron la tribuna del Congreso de Oaxaca para denunciar que sus compañeros habían pactado en lo oscurito con el gobernador para entregar comisiones clave al PRI. ¿Entró en funciones el PRIMOR? ¿Es una excepción o será la nueva regla? ¿Se busca crear un sustituto del cadáver que se enterró el 1º de julio y reconstruir el régimen que se quiere dejar atrás? ¿Irnos por el despeñadero?

La tenacidad de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) va acompañada de la impresión de que es hombre de palabra, que cumple lo que promete. Muchas críticas contra sus decisiones y declaraciones recientes traicionan ilusiones y manías de sus partidarios, no compromisos de AMLO. Algunas de sus decisiones más impopulares y criticables, incluso, sólo reconocen con realismo el muy reducido margen de maniobra dentro del que se mueve el poder público en las circunstancias actuales, en México o en cualquier país. Por eso es miope creer en él para lo que hace falta, no importa quién lo dirija.
Quienes luchan por la defensa de su territorio ante concesiones mineras pueden entender el razonamiento de AMLO de que cancelarlas impondría un costo insoportable. Esperan ahora que cumpla la palabra que dio en Puebla, cuando advirtió que llenaría de piedritas el camino de las mineras para que se fueran solas. De hecho, bastaría que respetara las piedrotas que los pueblos ponen en ese camino. Varias mineras se han retirado por esa resistencia. Es hora de respaldarlos en vez de seguirlos agrediendo y que los funcionarios actúen como defensores de las corporaciones.

La prueba del ácido estará en el Istmo y en Yucatán. AMLO pierde compostura y sensatez ante críticas bien fundadas a proyectos con los que sigue comprometiéndose. Los “baños de pueblo” que recomienda a sus críticos sirven para hacer campaña, no para gobernar. Muchas y muchos confiarán en sus promesas, pero encontrará firme resistencia a proyectos en que su juicio parece contaminado. ¿Cómo explicarle que cancunizar la península es un atropello brutal a los pueblos? ¿Cómo hacerle saber que el Istmo no quiere la cruz del corredor y tiene opciones? Cancelar proyectos como esos no tiene el costo de hacerlo con las concesiones. Basta abrirse realmente a la gente.
Hay otras señales ominosas. Cuando más de 100 mil campesinos llegaron el miércoles pasado al Zócalo de la Ciudad de México, para respaldar al nuevo gobierno, ni el nuevo secretario de Agricultura ni los dirigentes agrarios dijeron una sola palabra sobre la ley agraria atroz que Morena presentó en el Senado. El acto parece anticipo de dispositivos como el que en 1992 logró que todas las organizaciones campesinas apoyaran la contrarreforma agraria de Salinas. ¿Eso sería gobernar con el pueblo? ¿Consultas y movilizaciones amañadas?

La obra de la Revolución, en que confía el nuevo Presidente, no consiste en el sector público, petróleo, luz y servicios, o mero crecimiento económico. Es sobre todo relaciones sociales. Quienes defienden territorios de sus ancestros, reconocidos por la Revolución, no están dispuestos a entregarlos ni a ponerlos al servicio de quienes hoy se sienten dueños del país. Son los pueblos, finalmente, quienes determinarán el rumbo de este país desgarrado y en ruinas. Si se logra convertir el entusiasmo popular de estos días, en muchas calles y plazas, en capacidad organizada para cambiar, no para aplaudir y apoyar, y esa capacidad se une a la de los pueblos, será posible abrigar esperanzas.


Empeñadero

La Jornada, México, 17 de diciembre

https://www.jornada.com.mx/2018/12/17/opinion/014a2pol

El juego de palabras se prolonga. Debemos empeñarnos, realizar un esfuerzo inmenso para deshacernos del legado de Enrique Peña, para despeñarnos. Empeñar es también que lo propio se haga ajeno, como al visitar el Monte de Piedad. Y empeñarse es hoy, en México, asumir hábitos del régimen peñista.
Todo esto pasó el primero de diciembre. Los gestos de Peña reflejaron bien lo que sufría al escuchar la denuncia de sus horrores y cómo se desmantelarían los que para él eran sus mayores logros. Nos despeñamos.

Pero vino después el AMLO Fest. El entusiasmo popular tenía respuesta cálida y sencilla en el Presidente. Pero empezó entonces un espectáculo que pretendía mostrar una nueva relación entre el gobierno y los pueblos indios. Fue un ejercicio ofensivo, ridículo y contraproductivo, inscrito en la tradición de 90 años del Antiguo Régimen, bajo el cual se entregaba el bastón de mando al presidente o gobernador en turno para afirmar dominio y subordinación.

En los pueblos, la ceremonia que se imitó de esa manera grotesca tiene carácter muy distinto. Los mayas peninsulares la organizaron por última vez en 1847. La “vara de juramento” que aún usan muchos pueblos simboliza la lealtad de la nueva autoridad a su comunidad. La vara o el bastón no dan poder o mando sino compromiso. Y es una ceremonia íntima, entre personas que se conocen y respetan, que asumen plenamente su significado compartido.

Lo que se hizo en el Zócalo viola esa intimidad y sigue la tradición del PRI, para proclamar el sometimiento de los pueblos indios ante el Presidente. Es una actitud racista, como la que adoptó Enrique Krauze ante el zapatismo en 1994. Según él, “la mentalidad indígena siempre (está) en busca del guía, del que la va a redimir”. En el espectáculo del primero de diciembre transpiró ese racismo que atribuye a los pueblos indios una actitud de subordinación ante el poder.

La contradicción más grave que enfrenta AMLO es que logró llegar a la posición que buscó por décadas cuando el sistema de representación se encuentra en quiebra. Los 30 millones de votos le dieron legitimidad formal y facultades administrativas. No debe confundirlos con representación real. En una espléndida carta que dirigió Jerôme Baschet a los “chalecos amarillos”, “los que no son nada” de Macron, muestra que esta insurrección popular en Francia corresponde a la quiebra generalizada del sistema de representación. Ya no se cree en él. Y Jerôme escribe desde Chiapas (comunizar.com.ar/carta-quienes-no-nada-desde-la-rebelde-chiapas/) , para hacer la liga pertinente con quienes han estado creando una alternativa. La doble negación es en realidad afirmación. Quienes “no son nada” son alguien. Esas personas reales, que hoy se levantan en todas partes, afirman ahora que quienes se dicen sus representantes son ya nada.

Los pueblos que seguimos llamando indígenas no creen en la representación. La más legítima de sus organizaciones, el Congreso Nacional Indígena, no pretende representarlos. Marichuy nunca se asumió como representante; fue la vocera del Concejo Indígena de Gobierno.

Quienes fueron al Zócalo, seleccionados desde arriba y rompiendo en muchos casos acuerdos de asamblea, no representan a los pueblos y ni siquiera a sus comunidades. Se prestaron, por unas migajas, a simbolizar una subordinación al poder que en modo alguno comparten los pueblos. Hacia afuera, especialmente para los no indígenas, el símbolo era claro: los pueblos entregaban a AMLO el mando. Pero eso es, precisamente, lo que los pueblos nunca han hecho ante los “poderes”, lo que han resistido por más de 500 años.

Millones celebran hoy mejores condiciones materiales, con pensiones y becas. Otros celebran con fundamento decisiones indispensables. Pero el primero de julio sólo cambió el capataz de la finca mexicana del capital, como explicaron los zapatistas el 30 de agosto. Aunque sus motivos e intenciones fueran muy otros, el nuevo capataz tendrá que atenerse a la lógica del capital. Actúa dentro de límites muy estrictos, dentro de los que se mueve gente hecha al acasillamiento, a la esclavitud y la servidumbre, los que no saben qué hacer con la libertad. A veces, como explicó el subcomandante Moisés, los caporales que vienen de abajo son los peores con el látigo (enlacezapatista 20/8/18 y 12/4/17).

Los pueblos andan en otra cosa. Para muestra basta un botón: “La libre determinación no está a consulta” (educaoaxaca.org/images/2018/Pronunciamiento_pueblos_consulta.pdf); o “Oaxaca: territorio prohibido para la minería” (https://agua.org.mx/oaxaca-territorio-prohibido-para-la-mineria-exigencia-de-comunidades-frente-al-nuevo-gobierno-educa-oaxaca/).

Abajo corren otros vientos.

PD. Lindo el principio liberal: nada fuera de la razón y el derecho, todo por la justicia. Pero…¿quién los define? ¿Qué hacer ante un derecho irracional e injusto, que defienden los jueces que definen legalmente cuál es la razón, qué es el derecho, en qué consiste la justicia?


Cómo transformar sin violencia

La Jornada, México, 31 de diciembre

https://www.jornada.com.mx/2018/12/31/opinion/015a1pol

¿Cómo transformar sin violencia la transformación que se va convirtiendo en amenaza?

Para el gobernador Murat, de innegable estirpe priísta, “el presidente López Obrador hará por Oaxaca más de lo que se ha hecho en los últimos cien años” (Noticias, 20/12/18). Anuncia, pues, que la Revolución al fin hará justicia a la pobre Oaxaca; recibirá lo que le falte de la Tercera Transformación y además le caerá encima la Cuarta, cuando se realice en el Istmo de Tehuantepec el viejo sueño de Porfirio Díaz.

López Obrador criticó abucheos a Murat. “Exijo respeto a las autoridades –señaló. Ya chole con los pleitos, ¡ya!... Pasó la campaña; es tiempo de reconciliación” (Noticias, 24/12/18). El Corredor Multimodal Interocéanico “va porque va”, subrayó el mandatario, aunque “no se hará nada sin consultar a las comunidades” (La Jornada, 24/12/18), ¿Cómo se resolverá esto? Muchos ya dijeron que no va…

Los anuncios del Presidente fueron muy celebrados. En los pueblos indios todas las personas de más de 65 años recibirán el doble de pensión y todos los jóvenes becas como aprendices o estudiantes. Se cumplirán así los propósitos de este diseño del Banco Mundial: individualizar lo comunal y educar en el consumo, ampliando el mercado interno.

Productores y empresarios también están contentos: habrá buen precio de garantía para maíz y frijol. Se intensificará así el turismo de granos, exportando lo que se produce en Oaxaca e importando de Sinaloa y Sonora lo que comen los oaxaqueños. La doble operación está en la lista de planes para el renovado puerto de Salina Cruz: exportar azúcar, polietileno y mármol e importar sal, trigo y minerales para las cementeras locales (La Jornada, 24/12/18).

Como dijo en su momento el general Cárdenas, a quien tanto admira AMLO, “no se trata de indigenizar México, sino de mexicanizar a los indios”. El “desarrollo” del sureste, el que podrá finalmente desindianizar a sus indios, empezará por encementar a los pueblos: se entregaron cheques para 50 de las 188 cabeceras municipales oaxaqueñas que construirán sus caminos con cemento hidráulico. Más cemento se usará en el libramiento de Matías Romero y en carreteras y autopistas.

Los intelectuales orgánicos del nuevo régimen celebran continuamente el triunfo de la lucha que empezaron desde adolescentes. En 2018 se habría dado el primer paso de una transformación esperada por mucho tiempo. Dicen que pugnaron siempre por la desaparición del sistema dominante y que lo conseguirá la Cuarta Transformación, pero no quieren que ésta sea definida o calificada dogmáticamente, con ideologías obsoletas. Para ellos, el sur profundo no rechaza el capitalismo; lo que quiere es abrirse al capitalismo norteño, donde los infiernos sociales se compensan porque hay empleo y la ilusión de un futuro mejor. Saben de los riesgos del Tren Maya, pero consideran que bastarán algunos controles para que lo aprovechen pequeñas empresas de turismo alternativo y se respete el ambiente.

En su canción, los chalecos amarillos dicen que hubo un tiempo en que creyeron como idiotas la promesa de que en el régimen dominante podría haber justicia, igualdad y fraternidad. Pero despertaron; no aceptan ya capitalismo, patriarcado o sistema de representación.

Tal promesa no tenía el mismo eco entre nosotros. Desconfiamos siempre de lo que llamaban democracia, de sus procedimientos y de sus resultados. Las desastrosas experiencias de los gobiernos “progresistas” de Sudamérica, que usaron el mismo discurso desarrollista de la Cuarta Transformación para justificar su matrimonio con el capital, fortalecieron nuestro antiguo rechazo de todas las formas de patriarcado capitalista.

La lucha de los pueblos, la que se libra desde abajo, la que se basa en la dignidad, sabe bien que no hay acomodo posible con un régimen cuya fiebre autodestructiva arrasa todo a su paso. Su camino es muy otro. Lo marcan jóvenes que defienden vida y territorio desde la comunidad, como los de Ixhuatán, en el Istmo, que sembraron paz al plantar los cuerpos de sus compañeros asesinados el 16 de diciembre. Nada le piden a los gobiernos. Se saben en medio de la inmensa violencia que anticipa grandes “desarrollos”. Están decididos a seguir su camino, aunque el corazón duela aún y las lágrimas broten.

En pequeño, sin pretensiones, haciendo lo que falta, resistiendo siempre, sin acomodarse a los vientos de arriba –aunque lleguen vestidos de seda–, sin convertir en enemigos a quienes fueron alguna vez compañeros de lucha, los de abajo están de pie. Aprendieron del Encuentro de Redes de Resistencia y Rebeldía, que se realizó en estos días. Dondequiera que estén, celebrarán el 25 aniversario del inicio de la guerra contra el olvido, cuya conmemoración empezó hoy en tierras zapatistas. Con pueblos y comunidades seguirán alimentando la esperanza que nació el primero de enero de 1994 y es hoy más vigente que nunca.


La gran transformación

14 de enero de 2018

https://www.jornada.com.mx/2019/01/14/opinion/016a2pol

Para mí, como para muchas y muchos, la gran transformación empezó en 1994.

Hasta diciembre de 1993, unos veían la globalización neoliberal como promesa, y otros como amenaza, pero todos la veíamos como realidad, un dato que debíamos aceptar. El ¡Basta ya! fue la primera llamada a la rebelión, como reconocen ahora todos los movimientos antisistémicos. Hizo posible plantarse a resistir la ola destructiva dedicada al despojo y la nueva colonización.

Esa disposición de ánimo permitió cambios tanto en la cabeza como en el corazón, en la teoría lo mismo que en la práctica. Es una actitud contagiosa que se extiende suavemente, a ras de tierra. Millones de personas han estado poniéndose de pie, alrededor del mundo, infectadas por ese virus de resistencia y de rebeldía… aunque nada sepan del zapatismo.

Hemos aprendido a aprender. Caminar preguntando definió un estilo que era innovación radical para propuestas políticas como la del EZLN. Sin traicionarse, sin abandonar principios y sentido de su lucha, las y los zapatistas han cambiado continuamente. No son quienes eran. Ya es mucho saber aprender de los propios errores, o de los ajenos. Pero es mucho más saber escuchar. “Escuchar –dijo alguna vez el comandante Tacho– no es simplemente oír, sino estar dispuesto a ser transformado por el otro, la otra”. Con los zapatistas hemos aprendido a vivir sin dogmas, sin la cerrazón que implica atenerse a una doctrina, un partido, un líder… Aprender en colectivo es uno de los desafíos más difíciles de una auténtica transformación, especialmente cuando no es fruto de la enseñanza, cuando no hay alguien arriba formateando a la gente y diciéndole por dónde ir; aprender no es lo mismo que ser domesticado.

Reconstruir el camino de la vida, como los zapatistas, parece simple e imposible a la vez, por la fuerza del ímpetu patriarcal milenario, orientado a la muerte y llevado a su extremo en su forma capitalista actual, y por el carácter de las sociedades actuales, que bloquean todo camino propio. Aprendimos que es un camino plural, que se inventa todos los días, sin atajos ni fórmulas mágicas. Se aparta radical y conscientemente de los desarrollismos que hoy se ponen de nuevo de moda.

Desde la Sexta, la notable creación zapatista, supimos que es estéril plantearse transformaciones, la libertad o incluso sobrevivir dentro del capitalismo. No queda sino desmantelarlo. No es una fuerza omnipotente y omnipresente, que sólo pueda ser derrotada por una fuerza equivalente. Tampoco es tigre de papel. Con lucidez y coraje, con empeño y organización, es posible desmantelarlo cotidianamente y resistir sus atropellos más atroces. Con los zapatistas, rechazamos la idea de un capitalismo benévolo, que se pueda ocupar satisfactoriamente de los pobres que crea. Reconocemos con ellos que muy poco se puede hacer contra él desde el gobierno; realismo, para un gobernante de hoy, es estar dispuesto a servir al capital. Por eso, con los zapatistas, aprendimos a no interesarnos en ese poder cada vez más impotente, para construir otro, el de pueblos que pasaron del vanguardismo revolucionario al mandar obedeciendo. La construcción del poder de abajo significa renunciar conscientemente a conquistar aparatos podridos que sólo sirven para el control y la dominación.

En vez de un recuento de estos 25 años, con su construcción social sin parangón en el mundo, para celebrar la que muchos consideran la iniciativa política más radical e importante del mundo, tuvimos el primero de enero una firme toma de posición frente al nuevo gobierno mexicano. Sigue dando de qué hablar, en favor y en contra, tanto por su forma como por su contenido. La descalificación del lenguaje se usa hoy para exaltar la respuesta condescendiente de AMLO, que como de costumbre redujo a mera opinión, asunto de libertad de expresión, la resistencia creciente a sus proyectos y políticas.

El posicionamiento defensivo del EZLN se refiere a amenazas muy reales. El zapatismo las ha padecido por 25 años; no es cierto que su guerra duró sólo 12 días. Pero ahora se ocultan las amenazas en el discurso y se les prepara en la realidad. Las y los zapatistas tomaron solos la decisión. Hay quien puede decir, por ejemplo al repasar páginas de La Jornada, que es una soledad muy poblada. Pero no es inútil recordar unas frases que escribió el difunto Marcos el día que murió:

Una cosa es gritar no están solos y otra enfrentar sólo con el cuerpo una columna blindada de tropas federales, como ocurrió en la zona de Los Altos de Chiapas, y a ver si hay suerte y alguien se entera, y a ver si hay un poco más de suerte y el que se entera se indigna, y otro poco más de suerte y el que se indigna hace algo.

Es un momento de peligro. No es sólo para los zapatistas, pero es especialmente para los zapatistas. Necesitamos indignarnos. Sobre todo, necesitamos hacer algo. Como dicen ellos, hace falta un poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización.