Los rostros (no tan) ocultos del mal llamado “tren maya”. Parte 5: La resistencia de los pueblos frente al supuesto fin del neoliberalismo
Colectivo Grieta, 13 septiembre 2020
Ciudad de México
“Y cuentan los viejos más viejos que el viento
y la lluvia y el sol le dicen al campesino
cuándo debe preparar la tierra,
cuándo debe sembrar y cuándo cosechar.
Y cuentan que también la esperanza
se siembra y se cosecha.
Y dicen los viejos que el viento,
la lluvia y el sol están hablando
de otra forma a la tierra,
que de tanta pobreza no puede seguir
cosechando muerte,
que es la hora de cosechar rebeldía”.
EZLN (1994)
Arriba, el presidente Andrés Manuel López Obrador decretó el “fin del neoliberalismo”. Esta declaración no tendría mayor importancia de no ser por la profundización de este sistema de muerte durante el presente sexenio. El mal llamado Tren Maya y los otros megaproyectos impulsados por el capataz en turno, nos permiten desnudar la continuidad de la destrucción neoliberal sobre nuestro territorio. Abajo, la organización de los pueblos indígenas continúa y, a través de la reproducción de sus diversas formas de vida, construye resistencias que se articulan para hacer frente a la actual guerra capitalista.
En diferentes documentos y comunicados el Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha caracterizado la forma neoliberal de acumulación capitalista como un nueva Guerra Mundial, la Cuarta. Como sus predecesoras, ésta tiene como objetivo central la conquista y administración de territorios. En este nuevo proceso de conquista para la universalización del mercado, la humanidad se ha convertido en el enemigo a destruir por el capital, y su destrucción no implica únicamente su eliminación física sino, sobre todo, la destrucción de formas de vida que se oponen a la lógica del capital. En el caso de nuestro país, la acumulación de la ganancia privada busca la destrucción de la forma de vida de los pueblos indígenas, entre otros, quienes no reducen la tierra ni al ser humano a una vulgar mercancía.
La Cuarta Guerra Mundial opera mediante mecanismos de destrucción/despoblamiento-reconstrucción/reordenamiento para incorporar nuevos territorios a las relaciones capitalistas. Con las reformas salinistas de 1992 al artículo 27 de la Constitución se dio legalidad al despojo de tierras indígenas y campesinas en nuestro país. La posibilidad de privatización de las tierras comunales y ejidales estuvo acompañada de la masiva entrada de productos de la agroindustria estadounidense, cuyo crecimiento se vio estimulado por la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994), mismo que se reedita y profundiza en la administración actual con el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). En esta misma sintonía se aprobó la contrareforma indígena en 2001 por el conjunto de la clase política y los tres poderes de la Unión, quitando en términos jurídicos la posibilidad a los pueblos indios de decidir sobre sus territorios al desconocerlos como sujetos colectivos de derecho.
Este conjunto de reformas no fueron más que la coartada legal de la nueva guerra de despojo que actualmente permite al capataz implementar los megaproyectos de muerte que, disfrazados como “cortinas de desarrollo”, sólo benefician a los bolsillos del capital. Desde el año 2005, los zapatistas señalaron que la propuesta obradorista no representaba más que la continuación de esta Guerra: “La oferta central del programa presidencial de AMLO no es vivir en Palacio Nacional y convertir Los Pinos en la nueva sección del Bosque de Chapultepec. Es «estabilidad macroeconómica», es decir, «ganancias crecientes para los ricos, miseria y despojos crecientes para los desposeídos, y un orden que controle el descontento de estos últimos» […] Si Carlos Salinas de Gortari fue el gobernante ejemplar operador de la destrucción neoliberal en México, López Obrador quiere ser el paradigma del operador del reordenamiento neoliberal. Ese es su proyecto”.
El mal llamado “Tren Maya” fue anunciado en noviembre de 2018 como el “principal proyecto de infraestructura, desarrollo socioeconómico y turismo sostenible del sexenio de Andrés Manuel López Obrador”, incluso antes de que éste asumiera la presidencia. Esto hace evidente que las “consultas” hechas para su aprobación no fueron más que una simulación. Sin embargo, el tren tiene una historia más larga. En el comunicado “¿Cuáles son las características fundamentales de la IV Guerra Mundial?” de 2003, los zapatistas señalaron:
“La respuesta a la pregunta «¿por qué no ha terminado la guerra de Chiapas?» Se encuentra en este mapa. El Mundo Maya, Guatemala, Belice, Chiapas, partes de Tabasco, Campeche, Quintana Roo, Yucatán, está lleno de petróleo y de uranio. Esto es lo que está en juego. En el proceso de fragmentación que hemos apreciado -convertir todo el mundo en archipiélago- el poder financiero quiere una nación especial aquí.
“Es un punto importante porque los militares dicen que los zapatistas quieren hacer otro país, la Nación Maya. Nosotros lo investigamos. Es un proyecto del capital financiero internacional: construir un nuevo centro comercial que tenga turismo y recursos naturales. Tienen todo lo necesario para hacer un país de estos tres pedazos de México, de Belice y de Guatemala. Esto es lo que está en juego en la guerra en Chiapas”.
El proyecto del mal llamado Tren Maya no surgió durante el presente sexenio de la autoproclamada 4T, sino es un proyecto que el capital ha preparado desde hace décadas y que ahora pretende imponer con un consenso que no habían logrado en sexenios anteriores y con el uso de la fuerza militar, ahora legalizada, en contra de las poblaciones que le hagan frente. A esto se refería el Fonatur (organismo gubernamental encargado de la imposición del tren) en el documento dado a conocer el 24 de mayo de 2020 en el que, con relación a los impactos del tren en los pueblos originarios, señaló: “El etnocidio puede tener un giro positivo, el ‘etnodesarrollo’, este puede ser posible si se involucra en el proceso de desarrollo y en la administración de beneficios a las poblaciones indígenas que estarían siendo afectadas por el desarrollo”, o como señaló el propio director de dicha institución, Rogelio Jiménez Pons, con relación a la reorganización territorial que realizará el tren: “No se vale hacer ningún desarrollo si no tiene su zona de la gente más modesta ubicada dignamente en las cercanías de las áreas de producción. Para qué, para que puedan ir a trabajar a pie. Hasta pedir limosna si hace falta, pero a pie”. Estas declaraciones evidencian lo que allá arriba entienden por “cortinas de desarrollo”
Sin embargo, como señalaron los zapatistas en el mismo comunicado de 2003, el sureste en nuestro país: “A parte de estar lleno de petróleo y uranio el problema es que está lleno de indígenas. Y los indígenas, además de no hablar el español, no quieren tarjetas de crédito, no producen, se dedican a sembrar maíz, frijol, chile, café y se les ocurre bailar con marimba sin usar el computer. No son consumidores ni son productores. Sobran. Y todo el que sobra es eliminable. Por eso hacen todo lo posible para que dejen de ser indígenas. Pero no se quieren ir y no quieren dejar de ser indígenas. Es más: su lucha no es por tomar el poder. Su lucha es porque los reconozcan como pueblos indios, que reconozcan que tienen el derecho a existir, sin convertirse en otros”.
La resistencia de los pueblos
La Asamblea de Defensores del Territorio Maya Múuch’ Xíinbal es una, entre una gran diversidad de organizaciones, que ha hecho frente al mal llamado Tren Maya. Como otras organizaciones ha sido ignorada y descalificada por el gobierno en turno, por lo que la Asamblea dio a conocer un comunicado el 5 de septiembre del 2020 en el que señala:
“Acusamos al presidente López Obrador de seguir el deplorable y conocido guión de los tiranos al hablar de “oscuros intereses extranjeros” que entorpecen legalmente el avance de su tren, cuando en contraste son claros y evidentes los intereses de capitales nacionales y extranjeros (muchos con antecedentes de corrupción) por participar en el saqueo y desmembramiento del territorio maya”.
La Asamblea se formó hace un par de años, después de dos décadas de trabajo de talleres en las comunidades mayas de Yucatán acerca de los transgénicos. La Asamblea se dedica a la defensa del territorio en contra del despojo impulsado por megaproyectos de parques eólicos y fotovoltaicas, así como de granjas porcícolas y la imposición de monocultivos de maíz y soya. Independiente de partidos políticos y religiones, Múuch´ Xíinbal define como sus principios la defensa de la tierra, la cultura, la lengua y los derechos del pueblo maya, y está integrado por ejidatarios y campesinos de los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo.
La Asamblea tiene como eje el trabajo comunitario de base para la defensa del territorio y la defensa legal del mismo a través del desarrollo de amparos contra los megaproyectos, el cual difunden a través de su página de internet. Un integrante de la Asamblea, Pedro Uc, señala que un anciano maya afirmaba “el hombre maya no debe ni puede tener tierra, no debe ni puede ser propietario de un pedacito de tierra”. Detrás de esta sentencia, se encuentra toda una construcción cultural de relación con el territorio que nos ayuda a comprender la afirmación de que la “lucha de los pueblos es por la vida”.
Los pueblos mayas tienen como fundamento material de su reproducción el trabajo de la milpa, el cultivo de maíz, frijol, calabaza y chile que permiten mantener la vida comunitaria. La milpa es un espacio de sabiduría ancestral, como compartió Uc en un taller durante las Jornadas “Samir somos todas y todos”:
“La milpa es un espacio pedagógico, es una escuela porque en esa milpa aprendemos por ejemplo de las flores, todas las flores tienen nombre, aprendemos a distinguir los colores, la selva es verde, pero tienen sus tonos intensos verdes, los amarillos de las flores y la miel, las hojas y así una gran cantidad de color, es un arcoíris. En la selva aprendemos sus nombres, pero no sólo eso, entre las hierbas mi padre me decía mira bien esa hierba ya la reconociste, ve sus flores pues esto es medicinal eso te cura la tos, te cura la inflamación de garganta… y caminando entre las hierbas me decía mira bien esta hierba pues esta hierba hay que cuidarla. Seguimos en la milpa y encontramos serpientes y me decía mi papá, tienes que aprender que las serpientes que no son venenosas huyen cuando te ven. Y las serpientes que son venenosas no huyen, pero tampoco atacan. Si por descuido la pisas, entonces te va a morder, pero aquí está la hierba que te cura y se llama igual que la serpiente, la machacas, sacas su jugo y te lo tomas y se acabó. Entonces la milpa es como nuestra universidad.”
Esta relación con el territorio, que va mucho más allá de la alimentación, genera una forma de vida entre los pueblos mayas que pone en el centro el amor por la tierra.
De acuerdo con Uc la milpa “es el corazón de la montaña”. Y es que como señala la historiadora Alejandra García Quintanilla, especialista en la historia del pensamiento maya, es a través de la milpa y el sistema de tumba-roza-quema que los pueblos mayas procuran la conservación de la biodiversidad en tanto conservación de su propia vida como pueblos. En su texto “La biodiversidad de Yucatán en dos miradas” García Quintanilla señala el profundo conocimiento que los mayas han desarrollado sobre su medio y ejemplifica dos formas de la conservación de éste: primero, a través del cuidado de las plantas silvestres que crecen dentro de la milpa, a través de las cuales los mayas aseguran la fertilidad del suelo tropical, pobre y falto de nutrientes. La “tumba” sería más bien una “poda” en la que se protege la existencia de estas plantas para aportar nutrientes al suelo que permitan la fertilidad del mismo. Así para los pueblos mayas yucatecos “no son ´silvestres´, ni ´malas hierbas´, ni ´plantas invasoras´, sino que son las plantas de Yum K´áax, el legítimo dueño de la vegetación y por tanto pertenecen a lo sagrado”.
El segundo ejemplo que nos ofrece García tiene que ver con la relación con los animales a través de la cual se evita la propagación de plagas. A diferencia de los monocultivos promovidos por el capital, la milpa es un sistema de policultivo que, imitando al monte, incorpora una gran diversidad de plantas, lo cual asegura que si un insecto encuentra una planta que le gusta, al lado encontrará otra que no o que lo enferme, evitando que el insecto se quede y se reproduzca convirtiéndose en plaga. Los mayas siembran semillas para los animales “porque ellos tienen derecho a comer”. Sumado al policultivo, el cuidado del monte posibilita la existencia de otros insectos como gusanos o pájaros que ayudarán al control de las poblaciones de insectos. Milpa y monte forman así parte de un todo, por lo que Uc afirma que cuando alguien es obligado u orillado a vender su tierra no afecta únicamente al “propietario” sino a los mayas en su conjunto pues “la Península es territorio maya, es nuestro cuerpo como pueblo”.
Esta forma de vida que nos comparte Uc en su texto “La espiritualidad del territorio”, es una herencia de los “dioses-guardianes-comunitarios”, Yuum Cháak, Yuum Iik’, Yuum K’áax, Yuum Báalam, Yuum K’iin, Yuum Áak’ab, Yuum Ka’an, Xunáan Xch’eel, Xunáan Xtáab, Xunáan X-Uj que, de acuerdo a la antigua palabra maya, fueron los responsables de hacer la tierra, los árboles, los animales y los pueblos. Estos guardianes acordaron que la tierra fuera herencia de los mayas siempre y cuando éstos mantuvieran su carácter comunitario para la reproducción de la vida, a través del trabajo y rituales colectivos. Así, dentro de esta construcción, la tierra es entendida como territorio adquiriendo una relación espiritual en la que todos los elementos son fundamentales para la vida, como señalamos en los ejemplos de la milpa. En este mismo sentido, la familia maya “no puede entenderse sin los elementos que conforman la vida, no puede entenderse sin los animales, sin los árboles, sin los bejucos, sin los pájaros”.
Por eso, los árboles tienen un carácter sagrado para los mayas, señala Uc en “Nuestros sagrados árboles mayas”, la raíz de la Xya´axche´ da seguridad a la tierra, sus colores guardan saberes y pensamientos, sus ramas, flores y frutos mantienen la esperanza y su sombra garantiza el descanso. En ella cantan los dioses guardianes a través del ruiseñor y la lechuza cuida del invasor. Este árbol es también a través del cual X Táabay enseña a vivir como mujer y con la mujer. Las flores de la Xts’íits’ilche’ convocan a pájaros y alimentan a avispas y abejas, por lo que es fundamental para la miel y su uso medicinal. El Siipche’ alimenta al cenzontle, protege las viviendas y limpia el alma. El Ch’ooj florece y llama al venado, cuando las demás plantas languidecen durante la sequía en los meses de febrero a mayo, y es utilizado como medicina. Finalmente, la Xchu’um son los ojos de Yuum K’áax. Estos árboles no existen para el capital y cuando existen, su valor es reducido al valor de cambio, como afirma Uc en el mismo texto:
“La llamada Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) que elaboran los especialistas para justificar la deforestación de miles de hectáreas de selva en la Península de Yucatán con la intención de construir parques eólicos y fotovoltaicos está basada en un criterio técnico y monetario. Por ejemplo, si hay maderas preciosas como el cedro o caoba, calculan el precio en el mercado y comparan lo que se pierde al desmontar con el costo y beneficio del proyecto, quizá no hace falta hacer estudios tan profundos para imaginar el resultado. Los millones de dólares que se planea generar en el proyecto de energía renovable será siempre muy superior al costo de la selva deforestada”.
Estos ejemplos nos ayudan a entender lo que se juega en la imposición del mal llamado Tren Maya y se resumen las contradicciones generadas por esta Cuarta Guerra Mundial. De un lado, el capataz López Obrador impulsando un proyecto que busca la reducción de la vida humana y de la naturaleza a la generación de ganancias para unos pocos, del otro, la defensa de la vida a partir de la reproducción de las prácticas comunitarias de los pueblos mayas. En la defensa de la vida, señala Uc, la forma de vida comunitaria debe convertirse en organización y tejer redes que permitan el control sobre el territorio como primer paso para la construcción de una vida digna:
“cada quien sobre el altar de la comunidad convertida en asamblea ofrenda su palabra, se asegura el territorio por medio del acuerdo, el primer nudo es la palabra que se va formando en red; así mismo se asegura la educación, la vivienda, la justicia, la seguridad, la alimentación entre otros temas que se construyen como el desplante de una mejor calidad de vida. Organizarse es una tarea difícil pero necesaria para crear una alternativa de resistencia en nuestras comunidades”.
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