Pablo Servigne: Esta crisis no la ví venir aunque en teoría la conocía
Para uno de los principales teóricos de la colapsología, la pandemia de Covid-19 es “una crisis cardiaca generalizada”, que muestra la “extrema vulnerabilidad de nuestras sociedades”
Entrevista a Pablo Servigne por Audrey Garric
Crisis sanitaria, desempleo masivo, escasez de medicamentos, riesgo de ruptura de las cadenas de aprovisionamiento… ¿Es el coronavirus el anuncio de un colapso venidero de nuestra civilización, tal y como lo han pensado los colapsólogos? Para Pablo Servigne, uno de los principales teóricos de la colapsología, coautor de varios libros entre los cuales el éxito de ventas Comment tout peut s’effondrer (Seuil, 2015), la pandemia de Covid-19 es una “una crisis cardiaca generalizada”, que muestra la “extrema vulnerabilidad de nuestras sociedades”. Servigne llama a reforzar las solidaridades, lo local, la autolimitación y la autonomía.
¿La pandemia de Covid-19 anuncia el colapso por venir de nuestra civilización?
Es un anuncio de colapsos posibles y más graves. La pandemia muestra la extrema vulnerabilidad de nuestras sociedades, su grado de interconexión, de dependencias y de inestabilidad. Muestra muy claramente la estupidez, la criminalidad y lo contra-productivo de las políticas neoliberales que actúan en contra del bien común, al haber desmantelado, entre otros, los servicios de salud, o al no haber previsto en forma suficiente una reserva de tapabocas.
¿Por lo tanto, estamos viviendo un colapso?
Esa es una pregunta para los arqueólogos del futuro. Lo que me parece evidente es que estamos viviendo una crisis cardiaca general. Entre más pasa el tiempo, más se necrosan los tejidos y más difícil será volver a lo de antes. La trampa sería considerar esta crisis solamente como crisis sanitaria. En realidad, tiene causas y consecuencias externas a la salud, económicas, ecológicas, políticas, financieras. Es una crisis global, sistémica. No estábamos preparados para un choque tan rápido y brutal, de entrada porque nunca había ocurrido de esta forma, pero sobre todo porque la mayoría de las personas no querían creer en él, a pesar de las advertencias científicas hechas desde hace años.
¿Cómo reaccionó frente a la amplitud de la crisis en curso?
Es paradójico: preveía muchas crisis graves, en particular de tipo financiero, climático o energético, pero esta no la ví venir aunque en teoría la conocía. Durante algunos días estuve aturdido, anestesiado. Viví esa negación de la que hablamos en nuestros libros. Cuando cambié mi cotidiano, un poco antes que la mayoría de las personas, incluso me sentí culpable de practicar medidas antisociales, por temor de aparecer una vez más como catastrofista.
La lección que saco de esta experiencia es que a lo largo de los años, cansado de aparecer como ave de mal agüero, de ser siempre acusado de exagerar el argumento, suavicé mi presentación de los riesgos: en las conferencias o en los artículos, ya no citaba siquiera las pandemias, puesto que provocan mucho miedo. Caí en mi propia trampa de querer suavizar mis argumentos para hablar al gran público.
¿Esta crisis sanitaria y económica podría desembocar en un colapso generalizado?
Tal podría ser el caso de los encadenamientos y bucles de retroalimentación, cuyas consecuencias son por definición imprevisibles. Por ejemplo, si la finanza se derrumba, pone mal a los estados, provoca políticas autoritarias o identitarias, y ello podría desembocar en guerras, enfermedades y hambrunas, que, a su vez, interactúan en bucle. El colapso es un riesgo pero no es inexorable.
Cuando vemos los millones de nuevos desempleados, la situación de las finanzas, la dependencia de la importación de energía, las tensiones acumuladas en Francia que hacen que tengamos un polvorín social, la pérdida de confianza en los gobiernos, la competencia entre países que crece, vemos que la pandemia ha aumentado de forma considerable los riesgos de un colapso sistémico.
Sin embargo, aún estamos lejos de la definición de colapso formulada por Ives Cochet [ex-ministro de ambiente de Francia y uno de los pensadores de la colapsología]: la falta de acceso a las necesidades básicas (alimentación, agua, vivienda, salud, etcétera) proveídas por servicios enmarcados por la ley.
Potencialmente, estamos más cerca. En esta “crisis cardiaca”, el cuerpo social todavía está vivo, pero si esto continúa y se toman malas decisiones, corremos el riesgo de desintegración rápida de los servicios “enmarcados por la ley”. Con la colapsología, pusimos en evidencia sobre todo que los grandes choques sistémicos son posibles. En adelante, las catástrofes son la realidad de la generación actual: viviremos más y más a lo largo del siglo. No sólo serán más fuertes y más poderosas, sino que vendrán de todas partes (clima, economía, finanza, contaminación, enfermedades…). Eso podría provocar desestabilizaciones mayores en nuestras sociedades y de la biosfera, colapsos.
¿Cuál es su análisis sobre la reacción de los gobiernos frente a la pandemia?
El gobierno reaccionó en forma tardía y autoritaria, y bastante torpe. De alguna manera, se entiende ya que es la primera pandemia que vivimos desde hace décadas, y la primera que no sea una gripe influenza. Pero el problema es que hay una gran desconfianza hacia las autoridades desde hace meses, léase desde hace años, de la cual ellas son las principales responsables. Entonces, para ser escuchados, los poderes públicos tuvieron que jugar la apuesta autoritaria, que a termino reforzará la pérdida de confianza. Es una mala trayectoria que puede desembocar en una crisis social y política mayor en Francia. Los gobiernos también reaccionan con una retórica militar, recurriendo a la policía y al ejército. No veo un estado de guerra, veo un estado de sitio. Como una ciudadela asediada, todo está detenido, y para aguantar el mayor tiempo posible, confinados, debemos cuidarnos unos a otros, reducir nuestras necesidades, compartir. El enemigo no es exterior sino interior, debemos revisar nuestra relación con el mundo.
¿La vida en confinamiento nos prepara para la vida en una sociedad colapsada?
La mayoría de los franceses vive aún en muy buenas condiciones, con comida, agua, seguridad e internet. Pero una parte de la población ya está colapsada de alguna manera: los cuidadores, los precarios, los enfermos, los que están de luto. Queda que el confinamiento es una experiencia de renuncia muy interesante: se renuncia al transporte, a los viajes, etcétera ¿En qué casos es agradable o desagradable? Cuando llegue el fin del confinamiento habremos dado una probadita a lo que es verdaderamente esencial. Las cuestiones de vida o muerte nos conducen a cierta sabiduría. Esta situación nos enseña la autolimitación y la humildad, que son fundamentales para lo que sigue.
Fluyen ya muchas propuestas para construir el “mundo de después” ¿Cómo las ve?
La pandemia creó una brecha en el imaginario de los futuros políticos donde en adelante todo parece posible, lo peor y lo mejor, lo que es a la vez angustiante y excitante. Es preciso en primer término, asegurar la continuidad de los medios de existencia de las poblaciones, al tiempo que se reconstruye la potencia de los servicios públicos de “cuidado” en sentido amplio (alimentación, salud, social, equidad, ecología…), lo que puede hacerse de manera rápida a través de políticas públicas masivas y coordinadas, del tipo creación de la seguridad social, New Deal, Plan Marshall, etcétera.
Pero una política pública fuerte no garantiza un cambio profundo y estructural. Llega entonces el momento de dar vuelta a la página de la ideología de la competitividad y del egoísmo institucionalizado y de ir hacia más solidaridad y apoyo mutuo. También es necesario construir autonomía a todas las escalas (individual, local, nacional). En resumen, los principios inversos respecto de los del mundo actual, globalizado, industrial y capitalista; todo eso que lleva a regresar a la vida, a contrarrestar una sociedad mortífera. Los cambios deberán ser sociales e individuales, es decir que lo que está en juego es político y espiritual. Si falta alguna de esas dos caras, pienso que nos condenamos al fracaso. Sin olvidar lo más importante, se trata de un proceso común, deliberativo, lo más democrático posible.
También estoy seguro que vamos a vivir una sucesión de choques que van a reestructurar nuestras sociedades de forma muy orgánica. Vamos a concebir un poco estas transformaciones pero sobre todo a sufrirlas. La gran cuestión es saber si lograremos adaptarnos. Cuando se somete al organismo a choques repetidos, al final se fortalece, excepto si los choques son demasiado rápidos y demasiado fuertes; en ese caso, el cuerpo muere.
Publicado en francés en el diario Le Monde, el 10 de abril de 2020